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El profeta de Gaza

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El profeta esperaba por años el barco el cual debía regresarlo a su tierra en Gaza. Subió a un cerro y pudo ver acercarse el navío que lo llevaría a su hogar por las aguas oscuras. Se abrió su alma y regocijado meditó en los grandes silencios de su espíritu.

El pueblo, que le había abierto sus brazos como uno más de sus ciudadanos, sintió tristeza. Le pidieron que no les abandonara, pues aunque era muy joven, sus consejos sirvieron más que los que les daban antiguos líderes, quienes solo balbuceaban locuras.

El profeta tenía su corazón en las manos, y les dijo que él pertenecía a ellos, y no era su sabiduría un regalo de los dioses, sino de su propia relación con ellos. Las personas se dieron cuenta de que el profeta tenía que irse de su lado, pero antes le suplicaron sus últimas palabras en tiempos tan turbulentos.

Un anciano preguntó: Ciudadano, convérsanos sobre la vida. El profeta, miro hacia arriba y señaló con su dedo torcido el cielo. La vida no es lo que ellos les han dicho. Es mentira que debemos morir como animales en un sacrificio, mientras otros se llenan por la vida de herencias de los mejores manjares. La vida es para vivirla y no morir esperando las migajas de la mesa. ¿No tiene derecho el ave de volar en libertad sin sentirse amarrada? ¿No sentimos indignidad por aquellos que se dejan adornar los cabellos por mirra, oro y espejos? La vida es cambio y evolución, y de ustedes depende mover las tuercas y ver la luz de sol, aunque esta pueda causar dolor, pues es sabido que para vivir a plenitud hay que sacudirse las cadenas de la tiranía de las ideas y convencionalismos. La vida tiene un fin, y la muerte no es más que un recordatorio, el cual nos tiene que hacer pensar en nuestras acciones y no en las palabras incendiarias.

Una mujer dijo: ¿Y el amor? El iluminado tomó un puñado de tierra del suelo y lanzó una sonrisa a la señorita. ¿El amor? Bello sentimiento. Su mención nos hace sentir con esperanza de tiempos dorados y de humedades eternas. El amor es tan parecido a la lepra en algunas ocasiones. No sabemos que la tenemos hasta que se nos comienza a caer a pedazos la piel. Lo mismo pasa con el amor. Mujer, no pienses en amor como algo duradero y de pertenencia única. Mejor goza el momento y serás feliz por esa eternidad, lo que venga mañana solo percíbelo como un gran día para levantarte tarde y siempre ve más allá de donde cae la moneda.

¿Sobre el crimen y castigo?, le grito un ciego. En verdad, en estos tiempos donde hasta los unicornios son culpables sin ser procesados por un tribunal del pueblo, y con carteles en los árboles se miran dibujados sus rostros, ya no se sabe si el castigo fue aplicado, antes de comprobar el crimen. Oh, ustedes, quienes ven perseguidores en aquellos que el oráculo les muestra, entre sus humos alucinantes, no sean ciegos como un topo. No hay peor castigo que la ignorancia humana cuando está basada en nada sólido, como las piedras a la orilla del mar. No es el mar el culpable de reventar sobre ellas con fuerza. Si le quitan a la justicia la venda de los ojos, verá mejor.

Es mentira que debemos morir como animales en un sacrificio, mientras otros se llenan por la vida de herencias de los mejores manjares. La vida es para vivirla, y no morir esperando las migajas de la mesa

Un príncipe, un poco asolapado, murmuró: ¿Y la democracia? ¿Cómo? Exclamó el profeta, mientras miraba a un gato saltar por un techo ¿La democracia, iluminado? Volvió a insistir el príncipe. La democracia perfecta o realista, le respondió el profeta. ¡Sí! grito, de esas hablo. ¿Conoces a un dios? No, dijo el príncipe. Ni yo refutó el profeta, pero esta por ahí. La democracia igual, sabemos que existe, pero nadie la ha visto y conoce como la sueña. Solo entienden lo leído en esos viejos libros de teoría utópica. La democracia debe ser realista y coherente con nosotros, mi señor principito, cada pueblo tiene la que surge de su identidad del alma social.

En ese momento, los habitantes se miraron unos a otros con una cierta mueca de confusión y extrañeza.Un joven le exclamó: Profeta, ya atracó el barco en el muelle. El profeta iba a decir su despedida con su voz arrolladora y acentuada de bellas mariposas, cuando fue alzado en brazos por toda la comunidad y llevado hasta la misma plataforma del blanco velero.

Solo vieron, desde lo lejos, al profeta gritando palabras nunca oídas y  realizando señas con los dedos no conocidas por ellos, mientras su embarcación se perdía en el horizonte bañado por los rayos del sol. Solo una pequeña niña miró la escena hasta el final, tomó un puñado de tierra, y pensó: realmente estamos ciegos como un topo.

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