José tuvo siempre esa sensación mal sana de haber olvidado una acción antes de salir a caminar por la plaza. El frío de esos días corroía hasta los huesos más duros de quebrar.
El día la pasaba cortando flores marchitas para juntarlas y tener suficientes para dárselas a su amada. Su habitación tenía ese olor rancio de tantas que había sacado de todas las parques. Su padre le reclamaba constantemente y llegó a pensar la gran posibilidad de un algún mal mental metido en la cabeza de su hijo.
Tomaba papel carbón y trazaba sobre las paredes corazones de diversos tamaños. Uno de ellos cubrió la parte frontal de la casa. Su padre lo miraba con cierta lástima. Recordaba cuando siendo joven inició un viaje para buscar a la madre de Juan en el norte de la isla para darse cuenta de la traición de ella. Había escapado con un poeta revolucionario, quien después de sacarle mucho dinero, la dejó y terminó sus días vendiendo sus pasquines en prosa en los paseos turísticos. Temía por su hijo y que el amor le secara la cabeza y terminará repitiendo su experiencia. No consideraba al amor como un mal genético, sino como una estupidez de la edad fomentada por tanta televisión y novelas de auto-superación. Una reacción normal a las calenturas de la edad.
Juan continuó con una gran cantidad de excentricidades como dormir sobre el techo desnudo, salir con un grupo de perros callejeros, alimentar vagos del barrio, esto cada día irritaba más a su padre. Una noche en un bar llamado El Cuervo, el viejo tomaba vino, miraba a los demás burócratas jugar dominó y reír sumidos en las corrientes de tanto licor. Un borracho de nariz muy roja se sentó en su mesa sin pedir permiso. No le dijo nada. Suficiente tenía con los problemas caseros para causar líos con borrachines de bares. El ebrio se presentó con solemnidad y comenzó a conversar sin parar de sus problemas maritales. Una tema normal entre los alcohólicos. Entre tanta basura discursiva, le llamó la atención la solución dada por su nuevo amigo de copas sobre como quitarse los males de amores.
– Camarada, le expresó, en estos tiempos lo mejor no es buscar amor, sino momentos de amor. Los placeres simples son el escape para los complejos de muchos crucificados por los dolores del alma carnal. Que mejor remedio que seguir la corriente del mercado y pagar por delicias. Le puedo asegurar, por mi gran experiencia en el arte del sexo pagado, y jurar por este buen trago de vino tinto, que la vida es corta y el arte del amor está en su máxima expresión en una ida a una casa de remolienda. Yo curé ese hueco de dolor en los brazos de las más bellas mujerzuelas. Que ellas no me amaran no importaba, como yo las amé fue suficiente para darme una gran lección.
El padre lo escuchó atentamente y poniendo una botella sobre la mesa, se paró y se fue con un saludo fuerte de manos.
"No consideraba al amor como un mal genético, sino como una estupidez de la edad fomentada por tanta televisión y novelas de auto-superación. Una reacción normal a las calenturas de la edad."
Al regresar a su casa encontró a su hijo sumergido frente a la foto de su querida musa y llorando desconsoladamente. Lo tomó del brazo y le explicó que irían a visitar a una antigua parienta dueña de un muy privado restaurante. El hijo no le puso atención a sus palabras y lo siguió hasta encontrar la casa en un barrio cercano. El local estaba recién pintado y un pequeño símbolo en forma de clavel verde adornaba la entrada.
Juan se sintió maravillado con ese ambiente. Enormes mujeres caminaban sobre las mesas. Su gordura lo dejaba mudo y extasiado. Podía ver esas enormes piernas en bellas minifaldas. Se sentaron en un pequeño sofá y una de las grandes mujeres lo tomo en brazos y se llevó a una de las habitaciones del segundo piso. Fue la cura perfecta para Juan y para lograr la paz mental de su padre.
Al salir de local, Juan dijo : «El amor tiene un gran peso y ahora, aunque con posible hernia y dolor de espalda, me dieron los besos más apasionados de mi vida. Gracias, padre».
El padre suspiró con alivio y vinieron las palabras del borrachín “…una gran lección…”, y Juan fue el mejor cliente de ese enorme local por muchos años.
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Zarko Pinkas
Suele suceder todavía. Aunque no sabemos hasta cuando durará.
Pablo Zuñiga
que gran relato, una experiencia tan común en nuestro país por y tantos años relatada por próceres como Manuel Rojas, Neruda, hasta El gran Garcia Márquez, en otro lugar una historia tan común en nuestra américa que al leerla ,parece que me las estuvieron contando en una cantina del sur en un pueblo innombrable por pudor… buena historia