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El mito del Chile culto

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En Chile hay gente que vive sumida en la nostalgia de un tiempo pasado que no fue. Que repite mitos como mantras. Uno de ellos es que este país siempre ha sido un país culto, de gente educada y lectora. Este mito es el favorito de aquellos que se lamentan cada vez que aparece un estudio de hábitos de consumo cultural. La realidad entonces les desordena el universo –un par de manzanas alrededor de su living- y los empuja a ejercer su rol de baluartes de un mundo que se está desmoronando. Entonces surge el discurso que habla de una decadencia, una mirada de desdén moralizante que con amargura recuerda la época en que no había tele ni internet y en el que todos leían a Proust. No como ahora.  

Pero ¿eso realmente fue así? ¿Algo realmente ha decaído? ¿O es que simplemente ahora nos enteramos con cifras y porcentajes que la desigualdad persistente no es sólo de ingreso sino de conocimiento y educación y que esa desigualdad es histórica y se refleja incluso -por qué no- en el tan civilizado hábito de leer?

Probablemente la elite, con más tiempo de ocio y más personal de servicio, leía más. Tal vez esa enclenque clase media de Ñuñoa, demográficamente insignificante o algún que otro miembro de la clase obrera que gracias al empeño y usando los derroteros del Estado lograba educarse. Pero hablemos de la mayoría, no del vecindario de siempre. Hablemos de la ruralidad paupérrima y de la marginalidad abundante de las ciudades. Es tan, tan fácil cruzar datos censales, constatar coberturas educacionales, número de bibliotecas.

¿Cómo se iba a leer más en los 40 si había un 20 por ciento de la población que sencillamente no sabía leer y que la mayor parte de quienes se suponía alfabetizados contaban como tales por el simple hecho de escribir su nombre? El propio Presidente Allende declaró su alarma frente al analfabetismo y el escollo que significaba para su plan de desarrollo. La editorial Quimantú se puede entender como una reacción frente al problema. La creación de este proyecto más que ser el síntoma de una sociedad culta es la respuesta política a una educación paupérrima. Pero convengamos que Quimantú duró lo que la UP (o menos) y que no establece un estándar sobre el pasado. Tampoco alcanza una marca generacional. Fue simplemente un proyecto ambicioso que encima quedó trunco y cuyo impacto real a nivel masivo es y será un misterio. 

¿Cómo se iba a leer más en los 60 si los niveles de cobertura escolar no llegaban a ser universales ni mucho menos con altísimos niveles de deserción antes de sexta preparatoria? ¿Cómo se iba a leer más en los 50 si el 5 por ciento de la población alcanzaba la educación superior? ¿Cómo se iba a leer más en los 80 si durante toda la dictadura no se construyó ni una biblioteca? ¿Cómo sabemos si se leía más, si se leía mucho o si se leía poco si no existe un solo dato de niveles de lectoría anterior a 1992?
 
En 1987 un hombre llamado Juan Morales, criado en la población El Pinar llegó a ser gerente de la editorial católica SM. En calidad de gerente se integró a la Cámara Chilena del Libro y pidió información. Así fue como constató que el principal gremio de editores no tenía cifras sobre niveles de lectura. Buscó en servicios y ministerios algún dato, y no encontró nada. Entrevisté en 2002 a Juan Morales y en esa oportunidad me dijo: “Quienes afirman que hace cuarenta años se leía más son aquellos que tienen la voz para opinar, profesionales generalmente ligados a la cultura”.
 
Juan Morales venía de donde se supone no viene la gente a la que hay que preguntarles de estos temas. En su población él era una rareza. Como suelen hacer los advenedizos trató de investigar el entorno y no quedarse repitiendo mantras. Morales hizo en 1992 la primera investigación que hay en Chile sobre lectoría. En un principio se enfocó en los niños, pero cayó en cuenta que la escasez de hábitos lectores no era un problema de los más jóvenes, sino también de los adultos. En el estudio de Morales, publicado en 1993, se constató que el promedio de libros que se leía en Chile era de 2,6. En la misma fecha los españoles leían 19, los alemanes 50.  Ese estudio no fue replicado.
 
Recién en 1999 la Cámara Chilena del Libro le encargó al INE un estudio que tampoco se repitió, aunque aportó datos como que en el 25 por ciento de los hogares simplemente no había libros. ¿Cuántos hogares con libros había diez años antes? ¿Cuánto leían 20 años atrás? No se sabe. No hay datos y extrapolar cifras de importación y número de publicaciones es engañoso. La cámara exhibe todos los años con orgullo el aumento de las publicaciones. Ahora sabemos, gracias a las recientes encuestas de lectoría, que ese incremento no significa un aumento de lectores. 
 
Juan Morales recordaba en la entrevista que las cifras de grandes importaciones de libros durante la primera mitad del siglo podían parecer sorprendentes, pero analizando más en detalle se llegaba a la conclusión de que no lo debieron ser tanto porque en aduana "cualquier impreso que llegaba se registraba como libro".
 
Más técnico para calificar la realidad editorial chilena es Nicolás Martínez Aránguiz, quien en 2001 presentó un análisis estratégico del sector editorial chileno. En este análisis de lo que él llama "opacidad estadística" no hay fuentes que "permitan delimitar claramente a nivel desagregado qué tipo de actividades son las que constituyen específicamente el sector cultural".
 
La opacidad se expresa también en el gremio de los libreros. Juan Morales contó que cuando era miembro del directorio de la Cámara Chilena del Libro existía la llamada "junta de los mentirosos". en donde los gerentes de librerías decían cuánto vendían. Todos sabían que las cifras estaban infladas, por temor a la competencia, pero nadie decía nada. Asimismo Bernardo Subercaseaux, autor de la "Historia del Libro en Chile", me dijo en otra entrevista que "La medición y la estadística en el campo cultural en todas las áreas son realmente deficientes".
 
Creo que más que enredarse con la nostalgia hay que atenerse a los hechos, las cifras y los rasgos de una sociedad en la que la educación de calidad para todos, para la mayoría, nunca ha existido. Cuando hubo educación superior pública gratuita de calidad fue, salvo excepciones estadìsticas, para una elite, para unos pocos que nunca sobrepasaron el 10 por ciento de la población. El mismo grupo que leía, que había leído, que seguiría leyendo. La misma elite que nunca juzgó necesario indagar en cuánto leía el pueblo, porque el pueblo –los “aceitunitas” decía Alone, nuestro gran crítico literario- tenía la mala costumbre de atender a asuntos más apremiantes como salvar a sus hijos de la desnutrición.
 
Ahora esa educación pública gratuita de antaño es salvo contadas excepciones, universalmente mala.  La educación de calidad en Chile se compra, es cara y es para una minoría.  Cambió el orden de los factores, se mantuvo la desigualdad ¿Por qué deberían incrementarse entonces los niveles de lectura? ¿Es posible revertir con un par de planes de difusión aislados los efectos de una sociedad histórica y profundamente desigual? ¿Es posible hablar de planes de difusión de la lectura sin abordar el fondo del asunto, la educación? ¿Es posible enfrentar la realidad sin confundirse con la nostalgia sesgada del país plácido y culto que nunca existió sino para unos pocos que tienden a ser los mismos? 
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Comentarios

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11 de noviembre

Me parece acertada tu crítica y me atrevo a ligarla con otro aspecto (que creo que se liga muy bien) igualmente mítico que siempre se enarbola, ese de la tradición republicana de Chile…

Si entendemos el concepto de lo republicano y estudiamos nuestra historia sólo podemos decir que el papel da para todo…

11 de noviembre

De acuerdo. Es una nostalgia sin fundamentos. Porque algo hemos avanzado. Menos analfabetismo y mayor cobertura pre-escolar, escolar y superior. Pero falta mucho, fundamentalmente calidad como es sabido. Por ejemplo, que la gente entienda lo que lee; inglés pre-escolar y escolar obligatorio; acompañar la jornada escolar completa con más materias tratadas con mayor profundidad; capacitar permanentemente a nuestros profesores; comparar la calidad de nuestra educación con países desarrollados, no con países latinoamericanos que están igual o peor que nosotros; etc. En todo caso, hay que estudiar mejor el efecto de Internet en la educación y «cultura». Hay que reconocer que hoy en día, no se lee todo en papel.

gabmarin

12 de noviembre

La burbuja ha existido siempre. Hay quienes no logran vivir fuera de ella y cuando salen de ella tejen mitos para intentar entender una realidad que no comprenden. Gran columna.

12 de noviembre

La columna es bastante buena, sin embargo llega a conclusiones buscando apoyo en una herramienta que está muy de moda desde hace algunos años principalmente en pólitica. No importa la muestra, la forma en que se toman los cuestionarios, la forma en que se usa o se infiere, sino sólo el alto o el porcentaje que alcanza la barra o el círculo, que nos permita descubrir por que o como se hacia o se hace tal o cual cosa..
Debo recordarte que antes de los 70s, y que también forma parte de mi experiencia personal, la televisión existía pero no de manera masiva, que existía la radio con sus radioteatros, y que la lectura era obligada debido a la ausencia de otras formas de entretención. Te hablo de una época que va desde el 70 al 75 aproximadamente. Las revistas infantiles o juveniles eran de lectura obligada. No te hablo sólo de Mickey ni Donald, existian una enorme diversidad de historias y temas que era publicados, que debían ser leidos y que eran entretenidos. Que te hacían ir más allá en la lectura.
La televisión, la imágen, y después de los 80s los computadores y después de los 90s el fácil acceso a la multimedia a través de los computadores, desarrollaron una forma de percibir, recordar y pensar a través de íconos, o imágenes, o representaciones que nos comunican un mensaje.
¿Chile era culto o podría llegar a serlo por que leía?
Más bien ocurre que la lectura era utilitaria, una forma de entretenerse debido a la ausencia de otros medio con que hacerlo. Adicionalmente permitía que las personas aprendieran a pensar, cosa que no ocurre hoy día.
¿Iremos a desarrollar la capacidad de pensar a través de íconos, imágenes o representaciones audiovisuales?.
Hasta hoy parece que no o por lo menos todavía no nos hemos dado cuenta.
De todos modos, a nuestro modelo económico y social le sirve tener a sus ciudadanos lo suficientemente brutos cómo para que puedan consumir y seguir consumiendo.

12 de noviembre

Craso error, esto de abundar en la «leyenda negra» del Chile Republicano. Dado que tampoco se trata de crear una «leyenda rosa», vamos a los datos: en 1952 en Chile los anafabetos de 15 años y más eran el 19,8% de la población. En 1960, el 16,2% de ese grupo de edad era analfabeto. En 1952 los hombres urbanos analfabetas eran solamente el 7,5% y las mujeres el 12,7%. El analfabetismo rural alcanzaba al 36%. Estábamos bastante mejor que la mayoría de los países latinoamericanos, salvo Argentina y Uruguay; bastante más atrás que los países de Europa y los EEUU y bastante mejor que los actuales tigres asiáticos (excepto Japón). En 1960 habían 198 bibliotecas públicas, contra 23 de Taiwan, 6 de Hog Kong y 138 de Nueva Zelandia. Claro, estábamos lejos de las 7500 de EEUU, las 726 de España y las 569 de Gran Bretaña y producíamos 1518 títulos (libros) contra los 4 mil de Argentina, los 2700 de Canadá, los 7 mil de Italia, los 15 mil de USA o los 23 mil de Gran Bretaña. Muy cerca de Corea (1516) y mucho más que Singapur (228). (Fuente: Anuario Estadístico de la UNESCO, 1963)
Esas cifras muestran que el Chile culto existió. Cierto, era un Chile urbano, de clases media y de sectores obreros, pues ¿acaso Luis Emilio Recabarren y los demás fundadores del movimiento obrero no insistieron siempre en la necesidad de una prensa obrera? ¿acaso los trabajadores de la industria, los sindicalistas y sus bases, no leían? ¿Y quienes eran los obreros más cultos, los verdaderos educadores de la clase obrera? Los tipógrafos y los cajistas; los de la prensa y las imprentas, los anarquistas . Allí está Manuel Rojas para demostrarlo.
Ese Chile se acabó para siempre con la dictadura y el «apagón cultural» del cualnunca nos recuperamos.

12 de noviembre

Gracias por este artículo. ¿Crees que esta tendencia se refleja en otros ambientes y temas que apelan a «todo tiempo pasado fue mejor»?

12 de noviembre

Sí. Es la idea de «el mundo que se fue», que se repite mucho desde la clase alta. Eduardo Balmaceda Valdés tiene un libro con ese título. Todo es nostalgia del «nosotros» que se diluye cuando llegan los «extraños» que no pertenecen a ese mundo. La sospecha por la tecnología también es una constante en una sociedad que se ha desarrollado vendiendo lo que escarba en la tierra sin impulso a la innovación del conocimiento.

12 de noviembre

Interesante. Creo que aporta al debate y además revientas esa burbuja que mencionas. Concuerdo en que el impacto que pudo haber tenido el proyecto Quimantú es imposible conocerlo a ciencia cierta, ya que pertenece casi a la experiencia que cada uno de nosotros tuvo respecto a la presencia de esos libros en nuestras propias bibliotecas hogareñas o a experiencias aisladas de personas analfabetas que gracias a la visión de estado del gobierno de la Up logró no sólo alfabetizarse sino incorporar la lectura como un acto grato desde el cual se puede aprender mucho más. Eso sí, desde la perspectiva de la cobertura educacional que existía en los años 70, versus los actuales uno podría concluir que la actual es mejor ya que los años de escolaridad y la cantidad de población que estudia es mayor y xisten datos de eso…. En todo caso, bien por la observación. Ah y ahora me queda más claro tu reclamo (el que hacías el otro día por tuiter) jaja. Saludos!

17 de mayo

En efecto, existe un mito acerca de «un país culto, de gente educada y lectora». Sin embargo, me parece esencial no solo desmitificar esta idea (por estadísticas por si sólo se derrumba), Se requiere desmitificar el paradigma de lo «culto», que es el que hasta hoy opera sobre los que aspiran a «recuperar» el nostálgico pasado. Hubo (y hay) una amplia y potente cultura (asociada a la lectura) que fue y es negada como expresión de un saber (popular) que no resultaba funcional al sentido y proyección de lo «culto» clasemedianero. Esa mayoría que señalas, que incluía alfabetos, se informaban y se entretenían accediendo a múltiples revistas, periódicos, y libros (que no calificaban como expresiones de «cultura»), como por ejemplo, las novelas de Corín Tellado y otras novelas de western y de guerra. Los mayores o menores «niveles de lectura», pasados, presentes y anhelados no pueden medirse por la lectura de ciertos libros (o por textos en cualquier soporte) predefinidos culturalmente (y hasta ideológicamente) como hacedores de lo «culto», salvo que la nostalgia no sólo sea eso sino también una cierta visión de mundo, necesariamente excluyente

Johann Bórquez Bohn

25 de mayo

La columna de Oscar Contardo sobre los hábitos de lectoría infiere a partir de la información disponible públicamente que los hábitos de lectura en Chile, históricamente, no son otra cosa que un mito anclado en la autoimagen de una intelectualidad elitista y ensimismada. Pese a compartir su mirada crítica considero que el tema merece estudiarse más rigurosamente y considerando no sólo los aspectos cuantitativos. En los años cuarenta del siglo XX en los campos tenían amplia distribución revistas y estaban de moda los «folletines» -el equivalente de las actuales telenovelas, pero en formato impreso, que dio origen al particular género de la «fotonovela», con subgéneros diferenciados por sexo: «romántica» o «de aventuras». No sólo en Ñuñoa sino también en Pelequén y Coltauco los kiosqueros vivían de la venta de revistas que la gente coleccionaba y generaciones leyeron Corín Tellado o Sandokán. Adiós al Séptimo de Línea -distribuido por Zig Zag- marcó un hito epocal. Aunque recojo el guante del «mito» del Chile culto, también creo que la radio y las revistas hicieron mucho allí donde no había biblioteca. Valdría la pena hacer algo de historia oral o etnografía al respecto y ver qué se nos fue con la llegada de la TV (de tan mala calidad, por cierto!)

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