Esta columna es parte de una serie que trata sobre posiciones políticamente incorrectas. Cuestionar lo que se repite a diario. Frases dichas hasta el hartazgo, naturalizadas. Así, inicio una pesquisa, no exhaustiva ni sistemática, de puntos de vista que me parecen, a lo menos, discutibles.
Me rebela escuchar sobre embarazo adolescente como equivalente a embarazo precoz, indeseado e indeseable, problemático y que debe ser erradicado. Tal vez, como hijo y nieto de quinceañeras me opongo a esa mirada y veo una nueva subjetividad en esa concepción socialmente cuestionada. Quizás por deformación profesional veo un contrasentido: lo que la biología permite, la cultura normativamente lo sanciona, lo discute y lo problematiza en ánimo de desincentivarlo. Y cuando digo que la biología lo permite es que los y las adolescentes tienen sexo y, en ocasiones y como consecuencia, hay embarazos; como también digo que es calificado como precoz, en el mejor de los casos, por la sociedad y el Estado, pero también definiéndolo como un problema social.
La tesis es que, la procreación como acto central en la reproducción de la especie es puesta en sospecha fuertemente en el caso de los y las adolescentes, y desplazada temporalmente por la necesidad económica de crear productores de bienes y servicios más calificados y de consumidores más pudientes y diversificados.
En el moderno pasado reciente, la moratoria juvenil, ese período vital posterior a la infancia y previo a la inserción en el mundo del trabajo, esto es la adolescencia, con sus deberes y derechos –entre otros el derecho a la sexualidad y el potencialmente deber de la maternidad– es reemplazado el derecho a la autonomía adulta por la formación y, por tanto, por la extensión de la sujeción a la familia y al estado: mantención y educación. Todo se fundamenta en el ideal de la emancipación a través de la educación, que también provee de mano de obra más calificada acorde a los nuevos requerimientos y mayores contingentes de consumidores.
Sin embargo, la subjetividad adolescente, ese sujeto surgido en la modernidad industrial y de masas se rebela ante la sujeción familiar-estatal, pero ya no en versión colectiva como en los pasados sesenta sino en su versión individualista y hedonista. Siendo discutida la promesa de la industria, el banco o el estado, la familia, el trabajo y la casa para toda la vida, tenemos la necesidad de la identidad aquí y ahora, de la excitación de los sentidos, el cambio del discurso por la imagen y, también, el sin sentido debido a un futuro probablemente peor que el presente. En ese contexto, la sexualidad y el deseo subordinado a un proyecto de vida por el que vale la pena esforzarse carece de poder coercitivo. Tampoco tenemos la pobreza de los migrantes, de los sin casa, de los sin pan ni trabajo característico de nuestra (sub)modernidad de industrialización a medias; por el contrario tenemos una asistencia por derecho heredada, amenazada pero heredada, solución política a la cuestión social.
Si a los ricos se les permite disfrutar sus cuerpos y resolver las externalidades ‘negativas’, lo pobres se toman sus cuerpos no para el futuro, sino para el presente.
Así, no se trata de embarazos que inician una escalada de diez hermanos que en el campo eran mano de obra y en la ciudad eran sueño incumplido de los padres pero a realizarse en ellos. Hoy, son hijos para ser, no para hacer. Ante la nada y el vacío de la cultura, ante nuevas incertidumbres, siempre quedará algo propio: el cuerpo y su biología, los que siempre han estado allí. Forman parte de nuestra identidad más inmediata. No somos alma, como decía Platón, somos cuerpo. Si a los ricos se les permite disfrutar sus cuerpos y resolver las externalidades ‘negativas’, lo pobres se toman sus cuerpos no para el futuro, sino para el presente.
En consecuencia debiera cambiarse el marco interpretativo para las políticas públicas preventivas del embarazo ‘precoz’: desde entenderlo como la infeliz interrupción de un proyecto de vida asociado al proyecto país a visualizarlo como el inicio alternativo de una existencia caracterizada por el corto plazo. Sin embargo, nada más difícil de convencer es el estado, pero deberá entender que el sujeto adolescente autónomo no quiere emancipación ciudadana, ni económica, ni moral, porque bien puede ser un ni-ni (ni estudia, ni trabaja) con ‘guagua’.
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