Hoy pondré en el tapete a los Selknam, o mal llamados onas. Si bien no son reconocidos por la Ley Indígena, tienen un denominador común con las otras etnias, que es que también fueron víctimas de las más grandes atrocidades. A fines del siglo XIX y a principios del siglo XX, este pueblo indígena del sector norte de Tierra del Fuego vio como el Estado Chileno y empresarios ganaderos, cercaban sus terrenos y los destinaban para la crianza ovina.
Es un hecho que nuestro país nunca se ha caracterizado por ser amante de la diversidad cultural y étnica. Durante sus más de 200 años, son reiteradas las ocasiones en las que se puede observar cómo el Estado-Nación ha pasado por sobre los derechos y el patrimonio (territorial y cultural) de estos grupos. Actualmente, la dudosa y desafortunada aplicación del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo sobre pueblos indígenas y tribales, la cual ha sido reducida exclusivamente a un proceso de consulta no formando parte del Bloque de Constitucionalidad, es una clara muestra.
Al revisar documentos de arqueología, antropología, historia, entre otros, es posible captar que para el Estado chileno nunca ha sido fácil relacionarse con estos grupos. Si bien han habido intentos tanto formales como no formales para aquello, siendo la iniciativa más emblemática la Ley Indígena del año 1993, siguen observándose diferencias estructurales, particularmente con los más organizados y resistentes, como lo son los mapuches y los rapa nui, y en menor medida, los atacameños y aymara. Otro es el caso de las comunidades yaganes y kawescar, las cuales si bien están reconocidas por esta ley, fueron invadidos por inmigrantes y viajeros europeos durante los siglos XIX y XX, y hoy en día están ad-portas de su desaparición.
Pero seamos honestos. No podemos decir que Chile, tanto el Estado como sus miembros, se preocupa de su diversidad cultural. Es un hecho que si el día de mañana se reduce el número etnias indígenas reconocidas por la Ley, sería una noticia que pasaría sin pena ni gloria. Esto, porque popularmente se sabe poco sobre los grupos étnicos que existen en nuestro país. El más conocido, sin duda, es el pueblo mapuche, pero lamentablemente se ha hecho conocido por los medios, los cuales no han tenido reparos en generar una imagen sesgada e ideologizada de sus formas y resistencias. Sobre los otros no se sabe mucho más. Los atacameños se conocen por la popularidad turística que tiene San Pedro de Atacama al igual que los rapa nui con la Isla de Pascua. Actividad que día a día genera fuertes impactos en su desarrollo cultural y simbólico. Pero ¿quiénes se acuerdan de los Kaweskar o de los Yaganes en su día a día? Me imagino que deben ser uno que otro historiador, algún arqueológico, y uno que otro aficionado.
Hoy pondré en el tapete a los Selknam, o mal llamados onas. Si bien no son reconocidos por la Ley Indígena, tienen un denominador común con las otras etnias, que es que también fueron víctimas de las más grandes atrocidades. A fines del siglo XIX y a principios del siglo XX, este pueblo indígena del sector norte de Tierra del Fuego vio como el Estado Chileno y empresarios ganaderos, cercaban sus terrenos y los destinaban para la crianza ovina. De esta forma, este pueblo nómade comenzó a perder buena parte de su territorio y a tener mayores dificultades para encontrar su principal alimento, el guanaco. Fue así como estancieros ganaderos y mineros extranjeros accedieron a esta zona- con la venia del Estado – y dieron rienda suelta a sus actividades productivas. Terrenos que otrora correspondían a grupos indígenas- como hoy serían la zonas del Alto el Loa y de Atacama la Grande para las comunidades atacameñas- comenzaban a poblarse de ovejas, de ¨guanacos blancos¨ como les decían ellos.
Así fueron perdiendo sus territorios, y ante la escasez de alimentos, se vieron en la obligación de ir a la caza de ¨guanacos blancos¨, lo que dio pie para que muchos estancieros tuvieran argumentos (inválidos por cierto) para darles muerte. Estancieros que años más tarde, realizaron un acuerdo con la Misión Salesiana de Isla Dawson, donde ésta se comprometía a pagar una libra esterlina por cada indígena que era recluido. Fue así como se comenzó a dar término a esta etnia, la cual vio como su última representante pura nos dejaba en la década del 70, terminando así con parte del patrimonio cultural e histórico de nuestro país.
Resulta curioso pensarlo, pero así se sucedió. Aquellas tiernas ovejas, fueron las excusa perfecta para comenzar el inicio del fin de la etnia Selknam. Este crimen del ¨guanaco blanco¨ – que llega a mi vida gracias a los escritos del fallecido Premio Nacional de Literatura, don Francisco Coloane – deja su huella para siempre, cortando de cuajo parte de nuestro cultura, de nuestra identidad. Es de esperar que en estos momentos, quizás con el mismo silencio y suspicacia, no esté ocurriendo otro crimen del ¨guanaco blanco¨en alguna otra parte de nuestro país.
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