Detuve mis ejercicios diarios para endurecer mi abdomen para recibir mi traje negro. Vi, minuciosamente, cada filamento y los daños eran evidentes.
¡Cómo puedo hacer mi trabajo vestido como un fenómeno de circo! Es imposible. Por autoestima y mi filosofía de bien vestido, bien recibo no puedo aceptar este saco de pulgas. Vivimos en tiempos donde pesa más como te ves a lo que piensas. Así es la realidad actual y no nos engañemos con la idea que vamos a matar al hombre viejo que vive en todos los seres humanos que plagan estas tierras. – Traerme otra vestimenta, sirvientes- Y ellos vuelan entre la oscuridad y regresan con nuevas mortajas más decentes para la ocasión.
Mi labor requiere vestimentas acordes al momento. No se puede llegar vestido de mamarracho a realizar mi labor ejecutiva. Repito: La imagen es todo. No tengo tiempo para estos daños a mi propiedad privada.
He levantado a sangre y lágrimas un nombre único el cual causa temor, pero que siempre es mencionado en cada rincón de ese ínfimo planeta. El trabajo es duro, claro que lo es sin duda. Ellos consideran que la vida es cruel, pues tienen razón y lo sé bien…Entre sus lamentos por los dolores del cáncer de próstata no me pidió nada. No expresó ninguna súplica como hacen los hombres ricos y poderosos que me ven llegar y su miedo los hace suplicar para que no se les quiten sus privilegios.
La niñez que viví en Quinta Normal a principios de la década de los ochenta viene como una bomba a mi mente. Explota y veo la Plaza México y los juegos para niños. Me dirijo a ellos y veo a un vecino más pequeño que llora mientras su madre los golpea por haberse cagado en la resbaladilla. Ironía de la vida que además de engrasado con caca le peguen por algo que nadie lo hace como una gracia. La pestilencia dura un rato y un abuelo del barrio que vive en Constantino limpia el juego.
Me siento en una banca de cemento pintada de colores y me encuentro un juguete abandonado. Es un Batman que le falta una pierna. Lo agarro viendo hacia todos lados y lo acerco para verlo mejor. Se puede reparar y será buena compañía para los juguetes que tengo. Miro sus orejas puntiagudas y pienso que son cachos. Me río desde mi percepción de hombre grande en el Déjà Vu, que me estoy viviendo en este momento, pues no comprendía la razón de la existencia de Batman y menos de sus poderes los cuales no eran ninguno al fin de cuenta.
Cruzó la calle a mi casa y veo la puerta celeste de madera en la calle Nueva Imperial 4478. Entró y después salgó para nunca más volver. Claro que tiene que ver este recuerdo con lo que pasa hoy. El punto que el gran engaño de las memorias es hacernos sentir que hemos pasado por una experiencia pero no es así. Todo es parte de un solo recuerdo masivo y al final al morir todos los seres humanos se convierten en mí y yo soy ellos.
Y en esa casa en el año 1982, muere Juan Ramírez a quien le entregué el secreto del amor eterno y dos cofres con oro. Un día en su habitación de la segunda planta me habló como su vida había sido miserable. Me imagino que la morfina le daba la visión de ver lo que otros no ven en este caso a mí. Lo escuché y me contó toda su vida como un hijo no deseado que casi fue abortado, como su padre lo trataba como una carga y lo puso a trabajar en una carnicería. Como después se enamoró de una hermosa mujer del campo que le dio una bella hija y posteriormente su hija tuvo dos hijos, un niño y una niña que llenaron su vida de amor y eso lo llevó a dejar las borracheras y resentimientos profundos hacia sus padres.
Entre sus lamentos por los dolores del cáncer de próstata no me pidió nada. No expresó ninguna súplica como hacen los hombres ricos y poderosos que me ven llegar y su miedo los hace suplicar para que no se les quiten sus privilegios. En el caso de Juan Ramírez, sabía que su agonía podía durar más tiempo. Le susurró que su tiempo había llegado, mostrando una botella de vino, una cajetilla de cigarros Liberty sin filtro y unas empanadas. Tomamos, fumamos y comimos toda la noche.
Convertí su colchón en pétalos de orquídeas donde los colibrís volaban junto a sus cabellos mojados del sudor de los últimos dolores antes del fin. Me sonrío y le entregué los cofres que enterramos en un lugar de esa vieja casan donde termina el parrón, me observó y solo le comenté: Fuiste el mejor abuelo que se puede tener. Salí de la casa y solo la volví a verla en 2017 cuando ya se sabía que una plaga vendría nuevamente.
Y de ahí regresemos a nuestras actividades y reflexiones sobre la muerte en estos senderos que aparecen y desaparecen. Todo ya está visto. Sus días son contados desde el momento de su nacimiento y ven los primeros rayos de luz por sus pequeñitas pupilas. Tratan de evadir mi llegada con operaciones que oculten los rasgos honorables de la vejez, siendo puro plástico falso y deprimente como un maniquí en un escaparate.
A mí no me importan sus aspectos, solo recibo la orden desde mi dorado pecho y la lista no está bajo control de ningún acto de corrupción posible del bisturí o silicón. Aquellos poderosos quienes se siente intocables en su realidad particular se van tan fácil seducidos cuando deben tomar mi refinada mano con un dádiva atractiva a cambio de dejar de mirar sus pertenencias. Esa trampa siempre sirve.
Compran un poco de tiempo nada más y su pobre visión los hace pensar que son especiales. Para nada lo son, no hay distinción de clases sociales, ni creencias religiosas, orientación sexual, ideologías, género, ni razas, están todos en el mismo saco desde mi óptica.
No existe para mí ninguna, pero ninguna, diferencia entre almas desnudas a la hora de empujarlos a su verdadero destino final, el cuál desconozco y no me quita el sueño ni por un segundo. La humanidad busca respuestas para evitar mi llegada, pero ellos mismo la convierten en un camino colmado de flores por su naturaleza típica inclinada a la ira y los extremismos emocionales donde no hay equilibrio.
Siempre lo hacen más fácil y de esa forma llenar mi cuota para lograr mi bono. No puedo quejarme por la evolución de las especies, pues hay actos que no cambiarán nunca. Los despreciables y patéticos son los que por su propia mano me llaman en momentos de meditación y reflexión personal. Los veo arrepentidos suplicando que todo fue un pequeño error de cálculo. Una estafa para presionar a un ser cercano. No buscaban entrar en la muerte solo usarla, solo medio asomarse para sentir su hedor. ¿Soy yo con mi omnipotencia un juego para maníacos depresivos? ¿Soy su argumento para chantajear a la vida y la muerte por un rompimiento con un vago perezoso, una zorra de una noche o un problema ligero? Yo no soy el juez, no obstante en estos casos me convierto en el torturador y por el pecado personal de hacerme ir a horas fuera de mi agenda, les muestro lo peor de mi rostro para que sus gritos en silencio lo ahoguen por un largo tiempo. Soy el ángel dorado y cada día se unen más para cumplir la misión de visiones del último profeta. Camino por los senderos de la expansión de la eternidad. Me llaman un extraterrestre, los incautos; una santa aparición, los febriles estafados; su musa los poetas y pintores ebrios.
Él me dio la potestad de este vil trabajo que realizó con honor. Un honor que muchas veces rompo por llevar la contraria, pues nadie se ríe de la muerte sin esperar quedar en la impunidad de mis leyes. Voy por ellos con mis alas y faz cortando el viento. Recíbanme con amabilidad y la experiencia será un éxtasis por la eternidad, escóndanse como cobardes y el infierno sería el paraíso soñado.
Hora de bajarse del tren.
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