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De museo desafiado a museo recargado 2.0

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Coincidente con mi primera visita al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, me enteré del contenido de una entrada de elquintopoder.cl de octubre del 2011, suscrita por su director el señor Ricardo Brodsky, titulada «Museo desafiado», donde éste se pregunta si las expectativas del Museo cumplen con las proyecciones de atrevimiento y audacia que le atribuyó Robert Sullivan, especialista norteamericano de visita en Chile, quien expresó su asombro por la monumentalidad del edificio que alberga la Memoria de los atropellos a los DDHH en Chile, y aludió a la acuciosa calidad de sus archivos.

Entré al Museo impresionado con las instalaciones tan modernas que se ocupan del tema y también lleno de curiosidad por su relato, convencido de que mi acervo histórico, político y social, por ser testigo presencial de los acontecimientos que envolvieron a Chile en la más grande tragedia de su Historia, me autorizaba para mirar la muestra con autoridad y objetividad esencial.

Al iniciar el recorrido, seguí con unción los últimos versos de Víctor Jara, versos inmensos ante la primera marea del odio irracional, lo que de pronto me puso en un trance de alerta que me condicionó para el doloroso camino de la tragedia que se me empezaba a representar con crudo realismo. Luego vi cómo los atropellos que yo tan bien conocía, se hacían de nuevo carne en mi corazón y me iba llenando de una memoria mórbida y triste que, al final, se convirtió en una pesada mochila que me llevé hasta mi hogar donde guardé un largo e inexplicable silencio, mientras veía jugar y reír a mis nietos.

Sentí que algo me faltaba cuando abandonaba el museo. Pensé que el dolor no bastaba para cubrir mis necesidades emocionales, quizá si lo culturalmente correcto habría sido abandonar el museo no sólo con aquella carga, sino también premunido de la convicción de que los horrores vividos por los chilenos jamás se iban a repetir. Me asaltó la idea de que a la trágica trama le faltaba un contrapeso ético explícito, el cual, por ahora sólo está sujeto a la conciencia del observador. En este punto, aun cuando una mera y única visita no acredita derechos de opinión fundados, me atrevo a afirmar que el Museo, aun transitando por la vía más correcta que se pueda concebir hoy, y entendiendo por las afirmaciones de su director que sus instalaciones tienen una fecunda actividad cultural vinculada con el resguardo de la dignidad y la vida, podría enriquecer su libreto con una mirada formativa de la que carecería hoy en términos directos.

Creo que los ejercicios de memoria no son siempre suficientes ante la complejidad de un fenómeno tan dramático, y que, reconociendo el precioso significado de su puesta en escena, aún se le puede potenciar con acciones y contenidos que lo saquen del simple viaje por el dolor y lo proyecten como una herramienta social que garantice la convivencia democrática. Una herramienta tan específica como la expresión didáctica de los antónimos del mal, a modo de complementos obligados de la exhibición, expresados en escritos, discursos y alegorías de contrapartida ética, recurso dramático que entre otras consideraciones, vendría a dar respuesta a la teórica y descarnada pregunta planteada por el señor Brodsky de si el museo busca fortalecer los valores de la justicia y de la tolerancia “o simplemente alimenta el odio y nos deja petrificados en el pasado”.

Por la vía ejemplar y expresándolo en términos sencillos: oponer al crimen el amor a la vida en un contexto manifiesto; y allí donde hubo un atropello a la Constitución, exponer el contenido de aquel articulado democrático. Enseñarle a los niños y jóvenes el valor de la vida y de las condicionantes de la convivencia democrática, tales como el respeto por el prójimo, por la palabra empeñada, por el interés superior de los gobernados, por la lucidez de la tolerancia, por el control del diálogo fecundo y un largo etcétera de comprensión vital, sea a través de discursos grabados o secuencias videográficas que conduzcan a ese fin como un continuo.

¿Por qué no el sentimiento declarado de nuestros bibliófilos, pensadores, artistas y poetas más connotados sobre el tema de la vida? ¿Por qué no una voz que acompañe la entrada del público al lugar, con la lectura solemne del preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, directo a la conciencia de los visitantes, o en su defecto, que cada uno reciba una copia impresa de tal documento? Eso potenciaría las instalaciones como una gigantesca escuela de los derechos humanos. Me parece que estando las condiciones materiales para hacerlas realidad, sólo faltaría el libreto que concilie la necrofilia de los asaltantes del poder, con la inexcusable necesidad de formación ética de los niños y jóvenes que visitan el museo.

Por un museo vivo, comprometido con la vida y con los derechos del hombre. Ópera magna de los DDHH.

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Fotografía: Andrés Moya / Licencia CC

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2 Comentarios

pablo-goria

pablo-goria

Fe de erratas, de su autor (excúsenme).
Donde dice (penúltimo párrafo): «¿Por qué no el sentimiento declarado de nuestros bibliófilos, pensadores, artistas y poetas…?»
Debe decir: » ¿Por qué no el sentimiento declarado de nuestros biófilos más reconocidos; pensadores, artistas y poetas …?»

    Ricardo Brodsky

    Gonzalo, leí con atención y agradezco tus comentarios al museo. Estamos siempre evaluando la muestra permanente y su relato, e incorporando en nuestro programa educativo y actividades pedagógicas con alumnos de enseñanaza media un fortalecimiento de valores positivos y una afirmación de la democracia.