El otro día intentaba conducir a un grupo de adolescentes a una reflexión acerca del sol. O sea, una tan actual como posibilidad de su acontecer entre los adolescentes y de hoy. Cerca del final propuse comerse al sol. E indiqué unos pequeños dulces para cada un@ que traía, envueltos en papeles brillantes dorados.
Alguno me respondió que no porque la cuestión ecológica y los papeles dorados como basuras contribuyendo a la degradación. Se sumó en seguida otro que mejor nos comíamos unos plátanos como signo de la Naturaleza y cero residuos.
Hube de reconocer el aprieto. Pero el poeta me salvó. Mi performance poética estaba contra la pared. Respondí que comerse el sol buscaba su “imagen”. Que no era comer un plátano por muy natural que pareciera –y se resistía en mí mismo la imaginación un plátano bajo el tremendo sol del trópico del Ecuador. Pero ni siquiera comerse a la Naturaleza, añadí, sino en ella, especialmente, al sol.
Que la metáfora se acerca más a una pequeña bola envuelta en dorados reflejos, y que todo el asunto era comérselas. Que no hay imagen del sol simplemente en un plátano maduro y cosas así. Por otro lado lo de la naturaleza, en este caso, parecía un tanto fundamentalista: ella es todo y totalmente.
Y aquí se trata solamente del sol. Aunque éste resulte como unitario en el transcurrir de todos los días desde anteayer y más –y respecto de una naturaleza donde hay muchas y múltiples y miríadas de cosas. Significar, pues, esta posibilidad una. Y del saber que nos sepa muy dulce. El placer pequeño pero real de gustar en la intimidad de la boca un sol.
Y aquí se trata solamente del sol. Aunque éste resulte como unitario en el transcurrir de todos los días desde anteayer y más –y respecto de una naturaleza donde hay muchas y múltiples y miríadas de cosas. Significar, pues, esta posibilidad una. Y del saber que nos sepa muy dulce
Mi persuasión surtió efecto y un adolescente de tez muy pálida murmuró por debajo del bullicio corriente: ¿qué tal si nos repartimos estas mandarinas? Y las mostraba. Ellas son en verdad imagen de mínimos soles, con redondez de sol y color parecido al sol. Asentí. Entonces, aun otr@ exclamó: pero las mandarinas son muy pequeñas al lado siquiera del sol. ¿Dónde está ahora la metáfora?
Está secreta en la desproporción. Que una mandarina naranja al lado de un sol anaranjado es lo demasiado ínfimo. Lo que casi no admite medida. Pero eso no resulta para nada muy diferente a la desmesura del sol respecto de cada un@ de nosotros: ¿qué somos colocados en el sol? Y ni aun sumando toda la humanidad llegaríamos a una centèsimamillonèsima parte.
Y corrieron pequeños jugos de mandarinas de las bocas. Y juntamos las cáscaras que así se aproximaron a un suspiro final.
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viveroscollyer
Un@s adolescentes de hoy y comièndo sol.
¿Fàcil o imposible? Los mismos de la calle : urbanos, con aros, tatuajes,
y pelos rapados y coloreados. Indistinguibles entre varones o fèminas.
Allì estaban, frente a mi. Y lo logrè…