#Cultura

Cómo realizar una gestión cultural al servicio del país

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Comprender la cultura. Esa debe ser nuestra primera tarea como gestores. Entenderla como un acto de derecho, como el ejercicio de perpetuar y expresar un sentir, un ser, un estar, un vivir en un contexto determinado por un territorio, por un tiempo, en comunidad.

Entenderla como un reflejo de lo que somos, de la diversidad de visiones, creencias y valores que nos construyen como una sociedad multicultural, dueña de diversas identidades, testigo de la historia y en consecuencia, protectora de nuestra memoria, individual y colectiva.
Como gestores culturales se hace necesario entender el concepto ampliado de Cultura. Como la base de un desarrollo hacia el bienestar, como una necesidad del ser humano de trascender, de diferenciarse, de conocerse y de conocer al otro. Y al mismo tiempo, debemos comprender que las artes son una parte de la cultura, que los artistas y creadores son sólo una porción de la construcción cultural. Entender esto, debe ser el primer paso de todo gestor, donde la tarea traspasa los límites artísticos para poner al servicio de una comunidad el acceso a sus derechos, a reconocerse en ellos.

Es cierto que para nuestra sociedad, la comprensión de la labor del área cultural no es completamente reconocida. Esta realidad no debería sorprendernos si nos damos cuenta que vivimos en un país cuya Constitución, esa carta identitaria de toda Nación, excluye a la cultura, relegándola a  un artículo accesorio, siendo nombrada al paso, en pinceladas, como las migajas creativas de una identidad que no necesita de ella para su desarrollo; a diferencia de países como Colombia o Bután, donde la cultura y el bienestar están definidos desde su Constitución, tomando un papel protagónico.

De igual forma, no deberíamos sorprendernos si al escuchar la última cuenta pública del presidente Sebastián Piñera, sólo se le destinaron 40 segundos de un discurso de dos horas y 15 minutos. Discurso que por cierto, habla de una sociedad de valores, de un país en vías de desarrollo, sin considerar a la Cultura como un eje central de este mismo. Y ahí es donde se genera el mayor error, la mayor contradicción.

Existe un poderoso vínculo entre la cultura y el desarrollo sostenible de la humanidad. Así se estipula también en la declaración Hangzhou de la UNESCO, firmada hace unos días, asimilando que la cultura ha contribuido al desarrollo económico, la inclusión social, la paz o la reconciliación tras una guerra. Entre los principios firmados, Zhang Jianting, destaca la idea de integrar la cultura en todos los programas y políticas de desarrollo, y no como la hermana chica, no desde el patio trasero, sino que como un pilar, como instrumento para la reducción de la pobreza, como promotor de la sostenibilidad medioambiental, entre otros muchos objetivos que relacionan la cultura con todas las dimensiones del desarrollo sostenible.

Y aquí es donde nuestro rol como gestores se hace más relevante, urgente y necesario. Es nuestra responsabilidad poner en carpeta y a la luz pública la importancia de nuestra tarea. Es nuestra responsabilidad trabajar en una oferta cultural orientada a este desarrollo, no sólo al crear por crear, sino que crear pensando en contribuir a través de lo que sabemos hacer, conscientes de que tenemos en nuestras manos, en nuestras ideas y en nuestras creaciones, una herramienta de cambio.
No podemos pretender que esta visión de cultura se construya por sí sola, tenemos que trabajar por ella, haciéndonos cargo de los principales problemas con que el escenario cultural se enfrenta actualmente.

Como creadores, tenemos que tener cuidado frente a nuestros caprichos, ya que si creamos pensando en nosotros mismos, sin extender ese pensamiento a la comunidad o al mundo que me rodea, es muy difícil crear un vínculo empático entre obra y espectador, cayendo en uno de los problemas más recurrentes de las artes, la poca participación ciudadana, la escasa asistencia de la audiencia.

Al generar un cara a cara entre obra/artista y espectador, debemos reconocer que ambos estamos entregando recursos para generar ese espacio artístico. El artista expone su obra, su proceso creativo, mientras que el espectador está entregando su tiempo, su dinero por establecer ese círculo. Ni el artista, ni el espectador pueden existir sin el otro, y en Chile, queramos o no, los espectadores son escasos para muchas ramas artísticas.

Desde este escenario, existen dos problemáticas de las que, como gestores nos podemos hacer cargo. La primera es trabajar en la formación de audiencias, entendiendo esto no como la instauración de un tipo de arte, sino que fomentar el interés por la cultura a través de una “alfabetización cultural” concibiendo esto como la posibilidad de reflexionar sobre las obras y encontrar en ellas puntos en común, que la mayoría de las veces es imposible realizar si es que no entiendo lo que me están tratando de comunicar. Dicho de otra forma, necesitamos que nuestras audiencias manejen los códigos para que sean capaces de recibir el mensaje que nuestras obras artísticas buscan compartir. La realización de talleres creativos y críticos, conversatorios, entre otras actividades que permitan instalar conversaciones sobre el arte y la cultura, permiten fomentar esa cercanía tan buscada entre artista y espectador. Hay que lograr esa conexión.

Si como gestores culturales, somos capaces de poner en nuestras obras diferentes estímulos que generen empatía, si somos conscientes de que poseemos una herramienta de desarrollo social, si somos conscientes de que la cultura es algo inherente al ser humano y de que es un derecho tener acceso a ella, debemos tratar día a día de ofrecer productos artísticos que aumenten el interés de aquellos que, teniendo el poder de cambiar nuestra sociedad, aún no se convencen de que la Cultura debería ser el piso, debería ser el cimiento y no el simple cuadro en la pared, no la cortina de la ventana.

Por otra parte, asumiendo que ambos extremos de la cadena comunicativa ya manejan los mismos códigos, se hace necesario que conozcamos a nuestra audiencia. Las temáticas, la forma, los conflictos, las realidades, todo lo que queramos transmitir estará siempre orientado a un tipo de audiencia que, una vez definida, debemos conocer. Y aquí es donde podríamos aplicar conceptos utilizados por el marketing. ¿En qué piensa mi audiencia? ¿Qué es lo que la mueve? ¿Cómo sufre? ¿Qué es relevante para ella? Entre otras muchas preguntas que tenemos que realizarnos antes de emprender cualquier obra artística. Conocernos y empatizar es parte de esa construcción.

En esta línea, Chile es un país que nos ofrece una variedad cultural que debemos reconocer, asimilar y tomar como propia. La variedad de discursos, de problemáticas, de personajes e historias representan un mar creativo que nos obliga a andar con los sentidos abiertos. No podemos esperar que nuestras obras sean apropiadas por nuestros espectadores si es que nosotros no hacemos lo mismo al apropiarnos del entorno. Y es así como la historia, la memoria y el patrimonio complementan este contexto creativo.

Mientras seamos capaces de estudiar, de analizar los procesos sociales, de identificar los puntos de encuentro de nuestra comunidad, seremos capaces de gestar obras artísticas dirigidas a públicos que al hacer propias estas manifestaciones, estarán dispuestos a compartirlas y a defenderlas.

Desde mi formación de comunicadora audiovisual he sido testigo de momentos en los que las obras han sido defendidas por su público con tanta pasión, como si ellos mismos las hubieran creado. A eso debemos aspirar como gestores. A materializar esos sentimientos de pertenencia, esas pasiones, esas condiciones que nos hacen únicos en cada una de las obras que desarrollemos.

Ejemplo de esto ha sido la película Gloria de Sebastián Lelio. Sebastián fue capaz de crear un personaje ficticio desde la realidad actual. Desde esa constante búsqueda por la felicidad, por superar la soledad de nuestro entorno. Logró crear un mundo espectacular, sin fantasías, sin muchas pretensiones de producción, sólo recurriendo a un mundo real, en el que muchos podíamos identificarnos con los personajes. Todos los que empatizamos con Gloria sentimos esas ganas de bailar y cantar cuando estamos solos, todos hemos sentido esas ganas de reventar, de disfrutar esos chispazos luminosos, de vivir. Que Gloria haya sido un éxito en distintos festivales y luego, haya sido un éxito entre la gente común y corriente solo me demuestra una cosa. Lelio fue capaz de conocer a su audiencia, antes de siquiera estar filmando la película.

Si como gestores culturales, somos capaces de poner en nuestras obras diferentes estímulos que generen empatía, si somos conscientes de que poseemos una herramienta de desarrollo social, si somos conscientes de que la cultura es algo inherente al ser humano y de que es un derecho tener acceso a ella, debemos tratar día a día de ofrecer productos artísticos que aumenten el interés de aquellos que, teniendo el poder de cambiar nuestra sociedad, aún no se convencen de que la Cultura debería ser el piso, debería ser el cimiento y no el simple cuadro en la pared, no la cortina de la ventana.

Lograr este cambio de paradigma es una tarea enorme, pero como gestores debemos tratar de aportar hacia esa dirección. Debemos renovar las visiones y sueños colectivos esenciales para construir las bases del país que imaginamos, lo que implica, necesariamente, conocer y entender nuestra identidad y nuestra historia, para comprender nuestro presente y proyectar nuestro futuro.  Debemos asumir este desafío como propio, desde un escalón privilegiado, donde conscientes de nuestra relevancia, construyamos una sociedad integrada, conformada por individuos participativos, tolerantes y empoderados, con capacidad de reflexión, diálogo y creatividad.

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Daniela Ibaceta

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1 Comentario

Romina Yañez

mas cultura! mucha razón Dani

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