-La última patada le quitó las ganas de vivir en nuestro país —aseveró con dureza Juan.
En el grupo rieron a carcajadas. Se reunían siempre en la misma esquina del barrio cerca de una plaza pequeña. Los vecinos sabían bien sus nombres y prepotencia. Nadie los denunciaba a las autoridades. Su silencio era cómplice, pero jamás resultaban heridos en sus actividades de limpieza como ellos mismo explicaban en panfletos pegados en los postes.
Habían barrido con insultos, amenazas, golpizas y cualquier acción violenta casi con todas las áreas donde vivían inmigrantes, homosexuales, negros, judíos, árabes y opositores a sus ideales de pureza nacional. Sus reuniones eran en pleno día y solo la voz de Juan se escuchaba entre ellos:
—Toda esta crisis social es parte de un complot de estas sangres sucias. La historia nos muestra que cuando llegan estos parásitos peligra nuestra identidad nacional y costumbres, quedamos bajo el yugo de sus asquerosas visiones. Esto sucedió bajo el Imperio Romano cuando esas hordas bárbaras, venidas de tierras inferiores, entraron en las élites militares socavando la fuerza con la contaminación de sus genes. Destruyeron la posibilidad de un planeta gobernado por recios espartanos por la debilidad de la filosofía de Atenas, despojando de la valentía que pudimos ver en el cine en la película 300 donde queda reflejada como los débiles eran aniquilados antes de perjudicar su sociedad. Una excelente solución final para este tipo de subhumanos.
Solo en Alemania nuestro Führer tuvo la valentía de decir la verdad sin tapujos sobre esta conspiración liderada por judíos, negros, árabes, gitanos y homosexuales ¿Y qué le pasó? Fue presa de los poderosos judíos y sus aliados comunistas que mencionan ese libro bendito de Los Protocolos de los Sabios de Sion.Habían barrido con insultos, amenazas, golpizas y cualquier acción violenta casi con todas las áreas donde vivían inmigrantes, homosexuales, negros, judíos, árabes y opositores a sus ideales de pureza nacional
Es nuestra obligación mostrar el camino nuevamente como hacen ahora en Grecia nuestros hermanos de sangre para detener la ofensiva, de no solamente judíos, también de negros y los árabes. Y la degeneración de los homosexuales, la cúspide del deterioro de la humanidad.
Por eso, vestidos de negro, nos sentimos orgullosos, por eso con nuestros cabezas relucientes sin cabello demostramos nuestra fuerza ante las castas ignorantes, por eso somos lo que somos, los amos de nuestro destino y los libertadores de las plagas mundiales. Odiar nos dará la fuerza de Odín para llegar al Valhalla, el paraíso, donde los guerreros viven para siempre.
Después de las palabras de Juan, el grupito aplaudió entre gritos y sintieron un éxtasis. Era el momento de ir a celebrar con mucho vino y cerveza en unos bares en las zonas altas de la ciudad.
Abordaron un bus y con rostros amenazantes despejaron los asientos. El camino fue largo hasta que terminaron el recorrido. La alameda central se miraba repleta de vida. Las discotecas hervían de personas queriendo ser parte de la diversión nocturna entre las luces de neón.
Juan y los suyos nunca habían logrado llegar a ese nivel y querían pasarla muy bien. Se colocaron en una fila para entrar a un bar, mas no se fijaron en las risitas, las cuales se convirtieron en carcajadas al pasar los segundos.
—Lindo peinado, cabezas rapadas —, les gritaron desde un automóvil.
Uno de ellos tomo un envase de cerveza que rebotó en los pies de un grupo de jóvenes. El más alto y fornido se acercó con tranquilidad al grupo liderado por Juan.
—Pienso, amiguitos, que este lugar no es para gente como ustedes. Considero que están fuera de lugar y, por su aspecto físico, no son de nuestra clase para ser más directo. Todavía circulan buses hacia las barriadas.
Juan puso su mano en la cintura dispuesto a sacar un cuchillo, cuando uno de los porteros del bar lo tomó del cuello y le puso el frío cañón de una 38 en la sien.
—Niño bonito, deja ver tus documentos de identificación-, le gritó.
Sacándolos del bolsillo los tomó en sus manos y leyó en voz alta: “Juan P… ¡Debe ser una broma, querido! ¡Qué apellido más fino!”, ironizó.
Juan al notar su peculiar forma de expresarse, vociferó: “Tú, afeminado inferior, tragarás tu burla”.
—Pues este afeminado te hará comer tus dientes —le dijo al mismo tiempo que sumía el puño en la boca abierta de Juan. Sus dientes volaron por los cielos y su traje negro se tiñó de sangre igual de roja como las de sus víctimas.
Sus amigos arrancaron al ver semejante situación que afrontaban en una pelea con diez forzudos y grandes afeminados según ellos. Cuando los alcanzaron terminaron pateados hasta el cansancio en una sucia acequia. Solo uno tuvo compasión y mientras daba el último pisotón en la cara de uno ellos, con un suave beso, le susurró: el placer fue nuestro.
Y esa noche entre vidrios rotos y certeros golpes, el séquito de letrados en el Los Protocolos de los Sabios de Sion vivieron la experiencia más supremacista, gay y cercana al Valhalla de sus vidas.
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