Un regreso a la concepción del jugar por jugar, un compromiso por los colores que genere una identidad colectiva local y, por qué no, de clase.
El fenómeno no es nuevo. A medida que se acercan campeonatos de fútbol, sobre todo si participan selecciones nacionales, redes sociales y páginas web se empapan de artículos y comentarios críticos fundados en las manoseadas frases “opio del pueblo” y “pan y circo”. Ya hacia mediados de la década del 90, Eduardo Galeano se hacía cargo de dicho escepticismo al preguntarse con su característica agudeza “¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”.
El Mundial de Brasil 2014 ha sido caldo de cultivo para los contrincantes que ven en el balón un continuo entre la televisión, la cruz y hasta el voto, todos objetos dispuestos al enajenamiento masivo que distrae como niños siguiendo un caramelo a todo un pueblo. Acusaciones de corrupción, militarización de comunidades, expropiación y desplazamiento de sectores populares a zonas periféricas e incluso de matanzas nocturnas de niños que viven en la calle, le dan evidente sustento a dicha concepción.
Cualquier lector informado entenderá que el fútbol profesional es un negocio, de hecho uno de los más rentables en todo el mundo. Tampoco sorprenderá al ojo crítico las cuestionables acciones que se han desarrollado para organizar este mundial. Medidas de este tipo se han llevado a cabo anteriormente y seguirán realizando, siempre y cuando el país organizador pertenezca al Cono Sur.
Ahora bien, vale preguntarse qué hacer ante tal situación, ¿seguir rechazando un deporte sólo porque se ha transformado en un negocio? Dicha idea parece tan absurda como cuestionar las posibilidades de la música sólo porque los grupos internacionales lucran con ella. El fútbol no puede reducirse a los millones de dólares que se mueven en la primera línea. Olvidan aquellos críticos las innumerables experiencias de asociación popular en torno a este deporte que se presentan conscientemente como contra-hegemónicas, siendo el caso más conocido el del Athletic Club de Bilbao en España.
El balompié necesita volver al “amateurismo”, tal como invita el actual seleccionador nacional de Chile Jorge Sampaoli. Un regreso a la concepción del jugar por jugar, un compromiso por los colores que genere una identidad colectiva local y, por qué no, de clase. Para ello, los escépticos deben dejar de creer que esto se trata de sujetos embobados por una pelota y utilizar la masificación del deporte como una posibilidad de cambio y concientización a través del reconocimiento del cuerpo y del trabajo en equipo.
Por último, y a pesar de lo complicada que parece esta odisea, el mismo Galeano daba algunas esperanzas hace ya bastante tiempo, pues “poseída por el fútbol la plebe piensa con los pies, que es lo suyo, y en ese goce el subalterno se realiza. El instinto animal se impone a la razón humana, la ignorancia aplasta a la Cultura, y así la chusma tiene lo que quiere”.
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Foto: Cefire de Elda
Comentarios
12 de junio
¿Qué datos sustentan que el fútbol sea uno de los negocios más rentables de todo el mundo?
+1
17 de junio
Rodrigo, el concepto más correcto debe hacer alusión a la magnitud del negocio y no a la relación inversión/ganancia.
Una nota respecto a esto: http://www.republicagt.com/deporte/blatter-el-futbol-es-un-gran-negocio-con-oportunidades-y-controversias/
Saludos.
13 de junio
Excelente columna, grandes citas de El Fútbol a Sol y Sombras. A los latinoamericanos, el fútbol nos traslada mentalmente a nuestras primeras edades, y, como dicen los Chico Trujillo «la infancia es nuestra patria». Todo lo que se menciona en este texto, respecto a signos de identidad y pertenencia es notable.
Colo Colo, por ejemplo, como club, significó y aún significa identificación de clase y con la historia. “Es un equipo que lleva por insignia el perfil del cacique araucano Colo Colo, un personaje heroico que defendió el territorio mapuche durante la Conquista. Su barra lleva en sí esta épica, y la escenifica en el contexto socio-político de quienes la componen: mayoritariamente jóvenes de la periferia que llevan en sus rasgos faciales la porfiada herencia mapuche”, escribió Pedro Lemebel.
Ser de Palestino, en tanto, sugiere una identificación con dicho pueblo y su causa. Al mismo tiempo que ser de Rangers, Wanderers, o Cobreloa, implica identificación con la localidad relacionada a cada equipo: sentido de pertenencia y compromiso. Ser del equipo Saint Pauli, de Hamburgo, Alemania, sugiere simpatía con las causas libertarias y antifascistas.
El futbol le brinda a sus fanáticos eso, sentido de identidad y pertenencia, como lo dijo el mismo Eduardo Galeano: “En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no de equipo».
Saludos
+3
17 de junio
Gracias Cristóbal, y no solo a nivel profesional, los equipos barriales que funcionan como clubes sociales y deportivos son bastantes y dignos de tomar en cuenta.
Otro tema es también que necesitamos jugadores que lleven estas banderas. Hace bastante que no surgue un símbolo de la talla de Caszely que asuman un rol más allá de la cancha.
Saludos.