Aristóteles y Heidegger: relaciones in/finitas

“[Aristóteles] se atuvo a los fenómenos y los tomó tan ampliamente como era posible, es decir, evitó una visión fundamentalmente fallida y con ello despejó el camino, pero ciertamente sólo para que luego fuera encubierto del modo más radical”. (Martin Heidegger, GA 21: 164).

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A veces se interpreta la de-construcción como destrucción. Como crítica, pues destruye argumentos –y, así, como destrucción generalizada. Pero, Derrida lo dijo hasta la saciedad: la de-construcción es un procedimiento de construcción. Pero no de cualquiera…

¿Sería esa “visión fundamentalmente fallida” la de un Platón? Digamos: sí.  Pues, pareciera que poco importa atinar o fallar aquí, pues lo atinado por un Aristóteles, muy pronto acaecería como falla… Según este Heidegger (así traducido).

Atenerse a los fenómenos resulta aquí de valencia positiva. Y ello ya señalaría su opuesto: las idealidades (“abstractas”, como pondría seguramente un Gadamer, probablemente a la manera hegeliana). Es decir, no ya el logos filosofante de Aristóteles en contraste al mythos hablante (ritual, más bien), no ya logos adviniendo del mythos, sino logos contra logos.

Y se señala, entonces, un “péndulo” (para usar una palabra con connotaciones chilenas muy actuales), donde el logos en contra del logos pareciera que comienza a pasar permanentemente (destinalmente dirían algunos), de valioso a despreciable.

¿Qué maniobra otra es la que hace el llamado “ejercicio crítico moderno” de la filosofía, sino ese argumento vs argumento, en que el segundo se empina del primero, como el que acierta vs el que falla?

Y lo de interminable –in/de/finido talvez–, que transcurre entre, por ejemplo, Kant y Hume, entre Hegel y Kant, entre Dilthey y Hegel –-o entre Wittgenstein y si mismo, lo mismo de Heidegger I y Heidegger II–, ya se mostró “exitosamente” en la “Teoría Crítica Latinoamericana”, por ejemplo, como filosofía (o historia) sin y con economía política. Un Arturo Roig o un Luis Vitale criticando atinadamente (este último) a Barros Arana—Vicuña Mackenna–Encina—Eyzaguirre—Góndora—Villalobos—Krebs–,… en fin, a todos “los otros”, lo “no-críticos”.

Aristóteles como uno que “despejó el camino” (escribe Heidegger), casi solamente para que unos siguientes lo encubrieran. Esta dialéctica: des/cubrir y en/cubrir.  Ya sabemos: de/velar y ocultar y volver a de/velar (o sea, pasársela haciendo filosofía)…

Con razón hay hoy los que des/creen fundamentalmente de la filosofía –aunque solo se puede algo “fundamental” cuando hay fundamentos, y esos los pone, se dice, solamente algo como la filosofía. De modo que sólo la filosofía desacredita la filosofía.

Para rechazar la filosofía habría que practicarla arduamente (o jovialmente, a la Nietzsche). Por eso, lo que llamamos “discurso filosófico” demuestra aun muchas “fuerzas” de convencimiento…

Así pues, podemos hacer del “criticismo moderno” –en su variante “la crítica de la crítica”–, la entrada al relativismo o perspectivismo donde cada cual con su subjetividad, con sus “lentes/ premisas/conceptos” iniciales”.

Cada cual con el género sexual que mejor acomode a su imaginación: así de fácil (como si no hubiera cuerpos que se resisten).  Como si esa bella palabra para algun@s: “resistencia” -–resistencia al Imperio, al Estado, al capitalismo, al socialismo, al blanco y al negro, al totalitarismo y al libertinaje, al sionismo, al chiita, al padre (y a la madre)–,  no nos instalara en la encrucijada para discernir entre “criticar” (siempre en palabras) y resistir (por “la porfía de los hechos”, como dijo atinando/desvariando, Lenin)…

Lo que sucede es que es complejo discernir entre “palabras” y “hechos” (los “hechos” de Lenin solamente se sostienen en esa cosa llamada “el triunfo de los bolcheviques”). Confusa diferencia entre la imaginación y el animal.  Entre la teoría y la práctica. Bastante difícil –y por eso hay tantos que quisieran borrar sus complejidades.

Hay uno que pareciera se mantuvo “on the road” (como adjetivaría un Jack Kerouak, 1951). Jacques Derrida, quien se opuso, hasta donde pudo, a, por ejemplo, comprender la llamada “de-construcción” como esa “crítica de la crítica” (que tantos estaban esperando….).

Pues, una interpretación, facilista más bien, de la palabra de-construcción, la dice como advenimiento de la teoría contra todas las teorías (al fin). Que todo “es falso”, o, mejor, ”es subjetivo” –o: arbitrario–, como si ya esa “muerte de Dios” del otro Nietzsche resultara bien poca cosa.

Derrida servido como el profeta de la posmodernidad plena…

Cuando se trata bien de otra cosa. Primero, que no es concepto –en el sentido, límite, en que de-construcción debería considerarse una palabra filosófica saliéndose de todo discurso filosófico. Segundo, que no es un método. Porque un método ordena, en el sentido de sujetar algo a otra cosa (y mantener así). Y eso que sujeta y ordena no puede sino resultar la de-construcción performativa “misma”. Por tanto, no sujeta y menos ordena…

A veces se interpreta la de-construcción como destrucción. Como crítica, pues, que destruye argumentos –y, así, como destrucción generalizada. Pero, Derrida lo dijo hasta la saciedad: la de-construcción es un procedimiento de construcción. Pero no de cualquiera…

Por eso, la democracia se llama, en él, más bien, hospitalidad. Por eso, la verdad se dice, más bien, el oído. (¿Se percibe? = la democracia como cariños y la verdad como cuerpos)  Por eso añora sus encuentros con J. L. Borges por haber este escrito eso de “la metafísica es un género de la literatura fantástica”. Sabiendo que “fantasía” viene del griego antiguo phainestai, más bien, aparición –y de allí lo puramente fantasioso (meramente aparente), tanto como lo duro/resistente del fenómeno “de la cosa”…

Como un fenomenólogo de la última hora, Derrida pone su de-construcción en una tangente al criticismo. Solo lo roza (no lo critica), por eso lo des/hace…