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Aquellas Mujercitas

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Louise May Alcott es el nombre de la autora de la novela “Mujercitas” publicada el año 1868 y cuya adaptación al cine, la séptima, se exhibe con mucho éxito en el mundo entero y postula a varios Premios Oscar, entre ellos al mejor guión adaptado.

Se trata de la historia de cuatro hermanas, que viven junto a la madre y una criada y cuyo padre se encuentra peleando en el frente por La Unión durante la Guerra de la Secesión en Estados Unidos. Es una novela en parte autobiográfica, que la autora realizó por encargo de su editor, en la que la autora se identificaba con el personaje de Jo. Después de haber vendido dos mil ejemplares en un par de semanas, le fue encargada su continuación y ella aceptó a regañadientes, declarando: “No me gustan las secuelas y no creo que tenga tanto éxito como la primera, pero los editores son perversos y no dejan que los autores se salgan con la suya. Así que mis mujercitas deben crecer y casarse en un estilo muy estúpido.”

Pensando en “Mujercitas” se hace interesante hacer un recorrido (caprichoso y breve) por algunas representaciones de la mujer en la literatura.

Si arrancamos con la poesía amorosa, tenemos que pensar en Safo de Lesbos que fue una poetisa de aproximadamente el 600 A.C que escribía poemas amorosos en que aparece la figura femenina. Es interesante porque se representa a la mujer como un objeto de deseo, como un objeto mirado. Un sujeto amoroso femenino que observa a otro sujeto amoroso femenino.

Luego, encontramos a la mujer como el tópico de la rosa. El tópico de la rosa es un tópico poético que significa muchas cosas más, pero en la mujer se asemeja porque es bella en un momento, porque se marchita y se envejece y cuando esto sucede la mujer ya no sirve para nada. Está asociado al paso del tiempo y cómo todo tiende a malograrse.

Haciendo un salto temporal, nos trasladamos a fines del siglo XIX donde aparece muy presente tanto en la literatura como en otras artes la figura de la femme fatale. Estas mujeres que eran tremendas, que destruían al hombre, que lo seducía, con una belleza corrupta. Se toman figuras de la Biblia como Salomé que pide la cabeza de San Juan Bautista y le traen la cabeza en una bandeja. Lo que algunos estudios han planteado es que este tópico tiene un componente de misoginia porque se vinculaba con la irrupción del proletariado en las ciudades, la irrupción de los primeros movimientos feministas y que generaban esta representación de la mujer fatal, de la mujer terrible. La mujer como el lugar del pecado, el lugar de la carne, contrapuesta al Espíritu. Todas oposiciones que también tienen que ver mucho con el cristianismo. Este tópico lo seguimos viendo hoy en películas y series.

Pensando en “Mujercitas” se hace interesante hacer un recorrido (caprichoso y breve) por algunas representaciones de la mujer en la literatura.

Por otra parte, poetas han dedicado poemas incendiarios a la figura de la mujer. Bukowsky escribió “La mujer de un hombre” donde de modo revulsivo señala que el sueño de un hombre es una puta con diente de oro y portaligas. La idea de una mujer absolutamente servil, muy marginal.

Louise May Alcott fue parte, junto a su padre, de un movimiento llamado Trascendentalistas de Nueva Inglaterra que reunía a nombres como los de Ralph Emerson y Henry David Thoreau, dato biográfico que suele omitirse a la hora de hablar de la autora de una novela que forma parte de los clásicos de la literatura mundial y durante mucho tiempo fue parte constituyente de la educación sentimental femenina.

Sartre señalaba que nada tiene sentido por fuera del sentido de lo que la humanidad le asigna. El hecho de que las cosas tengan sentido es un hecho propiamente humano. De tal modo, tenemos la exigencia de apreciar el arte desde una perspectiva crítica también, pues es en este dotar de sentido donde podemos apercibirnos de esa enorme tarea que pesa sobre nuestros hombros, el mero hecho de existir.

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