Hace exactamente 40 años atrás nuestro país fue violentamente despojado de su régimen democrático. Se inició un nuevo período en nuestra historia, marcado principalmente por el autoritarismo y las sistemáticas violaciones a los derechos humanos. Esto significó que muchos de los derechos ganados durante la historia republicana fueran súbitamente suprimidos, es decir, el esfuerzo de tantos hombres y mujeres que pelearon, desde la independencia hasta entonces, para la obtención de esos derechos fue desechado de golpe. Progresivamente se fue desmoronando nuestra institucionalidad, y también las vidas de muchas personas que hicieron todo lo posible con los escasos recursos disponibles para combatir contra el nuevo orden.
Hoy, 11 de septiembre de 2013, yo diría que invocar las causas que provocaron el origen del régimen es irrelevante. Me parece que la apelación a dichas causas solo sirve para generar una suerte de empate político, o peor aún, una especie de justificación. En estos momentos no debemos juzgar si es que el gobierno de Allende era o no inconstitucional, sino que nada puede llegar a justificar los horrores cometidos durante la dictadura. Vale decir, solamente una sociedad enferma puede llegar a legitimar la matanza, las torturas, y las desapariciones de personas que piensen diferente. No importan las razones que sean; eso es y será siempre intolerable. La dignidad humana, el sentimiento de misericordia y de empatía siempre deben sobreponerse a los pensamientos e ideologías políticas.
Sin embargo, y a pesar de que ya se conmemoren 40 años desde el golpe militar, todavía existen vastos sectores dentro del espectro político chileno que apoyan –o no se atreven a reconocer- el genocidio cometido durante la dictadura, lo que se traduce en un tipo de legitimación para muchos chilenos que aún mantienen fotos, recuerdos, entre otras cosas de un dictador en sus hogares. Es por eso que es menester que los partidos y movimientos que respaldaron acérrimamente el gobierno liderado por Augusto Pinochet, reconozcan que fue una dictadura militar, que a través del poder del Estado violó los derechos humanos deliberadamente, para que así la protección de los mismos sea una política de Estado apoyada por todas las bancadas políticas.
En definitiva, es evidente que aún tenemos un largo camino para concretar las grandes metas, como el reconocimiento universal de lo sucedido, la aplicación de verdadera justicia y la vergüenza que nos debería provocar ver, por ejemplo a la Moneda, nuestro palacio de Gobierno, símbolo de nuestra República y nuestra democracia en llamas producto de varios bombardeos, además de cultivar la memoria, para nunca olvidar lo que ocurrió en Chile hace ya cuarenta años. Así pues, debemos procurar enseñar a nuestros hijos y niños que nada puede llegar a justificar el terrorismo de Estado, ni las ofensas a los derechos humanos que con tanto esfuerzo la sociedad y nuestros antepasados ganaron a costa de muerte y torturas.
Debemos procurar enseñar a nuestros hijos y niños que nada puede llegar a justificar el terrorismo de Estado, ni las ofensas a los derechos humanos que con tanto esfuerzo la sociedad y nuestros antepasados ganaron a costa de muerte y torturas.
En último lugar, tenemos que construir un futuro más promisorio, con más oportunidades y sin dejar de soñar que un mundo mejor es posible. En consecuencia, yo diría que es una obligación ciudadana desmantelar lo que queda del régimen dictatorial; principal e idealmente a través de una convención constituyente, con el objetivo de establecer un nuevo modelo de desarrollo y derechos sociales que garanticen más igualdad social -característica intrínseca a la libertad- Así y solamente así, vamos a poder consolidar nuestra democracia, para poder finalmente decir con orgullo y certeza: nunca más.
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servallas
Creo que tu nunca más esta en la mente de todos, pero hace unos días un analista decía que Chile es ciclico en estos baños de sangre. Siempre se esta sembrando odio y regando con paciencia, hasta que la siembra esta madura, entonces se recogen los frutos de dolor, muerte y más odio. Cambiar el ciclo depende de un Chile diferente al que hoy vivimos, hay muchos agentes de maldad por ahí y siempre el terreno es fértil.