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Una ‘independencia’ incompleta…

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Nos encontramos ad portas de conmemorar un nuevo aniversario del “inicio” del proceso independentista nacional, ese que fortuitamente tuvo como punto de partida un ya lejano 18 de septiembre de 1810 con la conformación del Primer Cabildo Abierto tras la captura del rey español Fernando VII y que “culminó” – los procesos históricos cuesta enmarcarlos –  un 12 de febrero de 1818 con la proclamación definitiva de nuestra “Independencia” durante el gobierno del Primer Director Supremo, Bernardo O’Higgins Riquelme.


En estricto rigor, contamos con una “independencia incompleta” que es más bien el resultado de una sociedad que en sus diferentes ámbitos presenta en su “ADN” la dependencia de las pautas provenientes desde otras latitudes del orbe.

La independencia, como tal, respondió a los exclusivos intereses de una elite local (criollos) cansada de siglos de dependencia y exclusión en la toma de decisiones, en el fondo, un proceso cuya génesis expresó la carencia de protagonismo político de este sector colonial nacido en territorio americano,  en contraste con el liderazgo, influencia y control de la Corona desde la mismísima conquista.

La afirmación antes expuesta genera altos niveles de consenso en la historiografía nacional. Y es más, no representa una exageración establecer que la independencia fue un proceso exclusivamente político y no social, lo que en simples palabras significa que surgió de la iniciativa de unos pocos y que, en ningún caso, representó una revolución que haya abarcado a los diferentes sectores de la entonces sociedad colonial chilena, en donde inclusive existían algunos que poco y nada sabían respecto a los motivos de las luchas entre realistas y patriotas.

Lo que sobrevino después y hasta nuestros días es conocido por todos: conformación del Estado – Nación, paulatina instauración de instituciones, constantes ensayos constitucionales, crisis económicas y endeudamiento externo, inestabilidad política, guerras civiles, gobiernos conservadores autoritarios, primeros avances en materia educacional, anexión y pérdida de territorios, gobiernos de corte liberal (aunque conservadores en la práctica), fuerte presencia del poder legislativo e influencia aristocrática, presidencialismo y búsqueda del desarrollo, intervencionismo externo, dictaduras y el retorno a la “democracia”, todo esto muy a grandes rasgos. Como se aprecia, un permanente ejercicio de conformación de una república, no exenta de momentos sumamente dificultosos.

Pero más allá de este breve recorrido / contextualización y pensando en términos contemporáneos, cabe preguntarse: ¿Qué tan independientes somos hoy? Para responder esta simple interrogante, bien vale la pena aclarar primero el real significado del concepto. La Real Academia Española (RAE), indica que independencia significa: “Libertad, especialmente la de un Estado que no es tributario ni depende de otro”. Aquí automáticamente surgen varias preguntas adicionales. ¿Qué tan libres somos como sociedad tras 206 años del inicio del proceso independentista? ¿Ha logrado Chile liberarse de sus ataduras históricas y de las influencias externas?

Para responder lo anterior, el autor del documental “una independencia inconclusa”, Luis Vera, exponía hacia el año 2011 que “Nosotros (los latinoamericanos) tenemos independencia administrativa en nuestros países, pero políticamente todavía hay dependencia de las grandes superpotencias”, tesis que es del todo cierta, pero que se queda corta si se lleva al escenario chileno, en el cual sin duda alguna es posible identificar múltiples signos de dependencia que tienen sus raíces, paradojalmente, en el mismo instante en el cual se forjaron las ideas “libertarias” que por estos días nos encontramos conmemorando.

En materia económica, por ejemplo, conocida es nuestra tradicional dependencia de la exportación en bruto de recursos naturales / materias primas y de la significativa preponderancia en este aspecto del cobre, lo que nos transforma en una economía sumamente frágil, inestable y dependiente de las fluctuaciones del mercado internacional y, en particular, del Chino, nuestro principal socio comercial.

Pero esto no es todo. Sólo por entregar un dato reciente – y muy preocupante por lo demás – según el Banco Central (2016), al cierre del segundo trimestre del año en curso, la deuda externa de nuestro país, que incluye las estatales y privadas, aumentó respecto al periodo anterior, llegando a US$161.508 millones, equivalente a 65,9% del PIB anual. Si se desarrolla un paralelo con la época post independentista (1818 en adelante), se puede determinar que existe gran concordancia, dado que en ese entonces se tenía un endeudamiento externo 3 veces superior al PIB anual, esto último siguiendo datos del historiador Manuel Vicuña. Si bien es cierto hoy es mucho menor el porcentaje ¿Se puede hablar de independencia económica con estos niveles de endeudamiento externo?

Directamente vinculado con la economía, se encuentra la actual dinámica en materia energética, área en la cual, siguiendo a Muñoz (2014), Chile importaba hacia el 2013 el 71% de la energía primaria (siendo el país más dependiente de América del Sur) y el 97% del petróleo, el 95% del carbón y el 85% del gas. Estos datos evidencian la abusiva dependencia de las energías no renovables y, peor aún, dan a entender la escasa consideración de las ventajas comparativas establecidas, las cuáles hacen pensar que Chile podría poseer plena suficiencia energética en base a la utilización de Energías renovables no Convencionales (ERNC), entre las cuáles cabe destacar la solar, mareomotriz, geotérmica, eólica, entre otras.

¿Más ejemplos? Ideológicamente hablando siempre se ha dado una tónica constante: ser una sociedad “copy paste” y carente de autenticidad. Ideologías como el federalismo, el parlamentarismo, el socialismo, el neoliberalismo, sólo por mencionar algunas, son propias de intervencionismos e influencias externas y que denotan la incapacidad local por propiciar estrategias pro bienestar común.

Culturalmente, hoy Chile se encuentra invadido por lo foráneo, produciéndose con esto un paulatino y, a la vez, peligroso proceso de desarraigo y desprendimiento de las variadas manifestaciones culturales, dado que aquello que proviene desde afuera parece ser más “llamativo y atractivo” y, por el contrario, las raíces y costumbres nacionales parecen ser primitivas e indicio de “atraso” y “subdesarrollo”, ambos signos claros de vulnerabilidad y desequilibrio social y mental. ¿Qué es ser chileno? ¿Poseemos identidad compartida o somos un conjunto de identidades dispersas a lo largo y ancho del territorio? Me inclino más por esto último.

Políticamente, si en la colonia existía concentración del poder e incluso después, una vez ya “independientes”, aún había un ejecutivo fuerte con claras atribuciones de monarca, ¿Qué tenemos hoy? Sólo un dato. Dos de las fuertes cartas presidenciales – Sr. Lagos y el Sr. Piñera – ya han estado en tal posición hace muy poco. Entonces, ¿Se puede hablar de democracia si continúan los mismos personajes de siempre en el poder? Claro, supuestamente, siguiendo la definición de independencia, somos “libres”.

En conclusión, de lo expresado se puede afirmar que la múltiple dependencia chilena del presente encuentra sus profundas raíces y explicaciones en un proceso independentista de inicios del siglo XIX que careció de planificación, proyección más allá de lo inmediato (ostentar el poder político) y de transversalidad social. Si bien es cierto, Chile se liberó administrativamente de la monarquía española, no ha logrado desarrollar el mismo proceso de liberación en los ámbitos económicos y socioculturales, en dónde hoy en día, muy por el contrario, se refuerza cada vez más la dependencia del exterior. Lo abrupto del desapego de España de parte de una elite dirigente, explica, en gran parte, el por qué hoy se cuenta con una “democracia ficticia” y una sociedad escasamente participativa y comprometida con temáticas públicas, lo simplista del manejo y gestión económica en el tiempo (exportación de materias primas sin valor agregado) y el débil apego a expresiones culturales propias de esta tierra. En estricto rigor, contamos con una “independencia incompleta” que es más bien el resultado de una sociedad que en sus diferentes ámbitos presenta en su “ADN” la dependencia de las pautas provenientes desde otras latitudes del orbe.

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18 de septiembre

Más de cien veces he leído lo mismo, expresado en diferentes términos, pero, quiere decir lo mismo. Esta inmadurez para inventar soluciones es algo preocupante. Todos son analistas y tienen claro qué ha pasado, aciertos más o aciertos menos cuando lo escriben.

Pero, para dónde queremos ir ?

Sabemos que no vivimos una democracia.
Sabemos que no tenemos independencia económica ni financiera.
Sabemos que nos gobierna un sistema que pare presidentes que escogen a sus propias manadas de colaboradores, debiendo ser exactamente al revés.
Sabemos que la clase política es corrupta, mientras más partidaria su tradición, más nauseabunda su putrefacción ideológica.

Eso, ya lo sabemos.

Ahora, chilenitos, debemos inventar la forma de quitarles el poder a esta maphia de personajes que han puesto al país al servicio de maphias internacionales y locales que procuran adueñarse de todo, mientras el pueblo ve como las mineras transnacionales usufructúan recursos soberanos que nos les pertenecen y por los que ni siquiera pagan el $40% que debieran, ni tampoco se fiscaliza su producción total.

Igualmente, hay personas que acapararon los peces y mantienen a un pueblo literalmente con hambre.

Otros, se han adueñado de los recursos de jubilación y otros estafadores y maphiosos se adueñaron del sistema bancario, para prestarle dinero al pueblo a interés de usura, empobreciéndolo mucho más de lo que ya lo hacen las empresas que cobran excesivos costos básicos.

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