En el sur de Chile, cuando los vientos están cruzados se dice "travesía". Esta palabra (un neologismo, dado su uso) tiene menos que ver con atravesar aventureramente un territorio determinado y mucho más con la constatación de que el cielo está revuelto y que los vientos de todas partes están en disputa por su hegemonía. Si el poder fuera este cielo, la DC, el PS, el PPD y el siempre convidado de urgencia MEO, serían los vientos.
Algo huele mal hace rato en la Concertación. No me refiero a sus típicas tramas de coalición gastada o a la de su nulo relato político cuando se vieron sin el poder en las manos. Me refiero al rodaje intestino de una cotidianidad arañada por la semiótica de las traiciones, los aliados de un día, los cálculos cortoplacistas y las vendettas que se vienen para quienes amenazaron con la fractura. Tohá y su PPD, acompañados por Lagos Weber, hicieron una apuesta, a mi juicio, desproporcionada. Obviaron el full de ases llamado Bachelet que tiene el PS y la llamada DC Bacheletista, poniendo sobre la mesa un naipe que venía perdido antes de jugarse. Éste es: apostar con fe ciega a que el PS iba a abandonar a su socio -no muy querido- de los últimos 30 años para sumarse a la aventura pirotécnica y seudo-populista de una “nueva convergencia de izquierda para los nuevos tiempos”. Esto llama al menos a dos reflexiones.
La primera tiene que ver con la consulta por los verdaderos pilares de la Concertación. Más allá de la incorporación marginal del PRSD a principios de los 80, la "Alianza democrática" es fruto de una transacción ideológica original que, aunque nos pueda parecer hasta posmoderna, es el domicilio de la fuerza concertacionista. Me refiero al pacto entre demócrata cristianos y socialistas. Cada uno permutando su parte (unos son ateos otros devotos, por ejemplo) y aunque pudo parecer inicialmente imposible la correlación ideológica, el empalme entre estos dos partidos derivó en toda la plataforma socio-política que les permitió repartirse las cuotas de poder durante 20 años (lapsus Lagos mediante). Por cierto que el recelo, la sospecha y los cónclaves a espaldas de uno y de otro bando fueron la tónica de su alianza pero, al final del día, han sido enemigos íntimos que se requieren para no desaparecer del mapa fauno-político. El PPD no leyó esta lealtad; lealtad que no es, bajo ningún punto de vista, noble, sino que necesaria y estratégica para la sobrevivencia.
La segunda reflexión tiene que ver derechamente con el PPD y su naturaleza de partido. Digamos nuevamente: si la política chilena fuera una película, la DC y el PS serían tramas y el PPD un personaje auxiliar. No es relato ni significación histórica de una epopeya doctrinaria ni teórica; es fruto de la urgencia y del inexorable contexto estratégico que tildó a la salida de la dictadura y a la llamada "transición". No hunde sus raíces ni en el marxismo ni menos en la tercera vía falangista. Por el contrario, es fruto de la hibridez de este pacto que lo ubica, finalmente, como un dispositivo transaccional en el centro del devenir de las negociaciones entre políticos, empresarios y militares.
Las salidas posibles a este entuerto son múltiples, no obstante arriesgaré una. Creo que lo que viene para el PPD es un destino a lo Raskolnikov de Crimen y Castigo. Bachelet debe estar barajando cuáles son sus aliados y potenciales colaboradores y, a menos que este gobierno tenga otra tragedia de proporciones –estilo terremoto o mineros- que lo levante de las cenizas, lo más probable es que la ex – Presidenta se repita el plato. Frente a este escenario, la fractura impulsada por Tohá y compañía le puede significar quedar al margen del cuoteo y, entonces, tiene la posibilidad de transformar a su partido en un paria externo o interno. O sigue dentro de la coalición intentando recuperar las alianzas y comiéndose las purgas, o bien ve desde afuera como el poder vuelve a los mismos de siempre. política nunca fue asunto de virtuosos.
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Foto: El Ciudadano
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