(…) Por ejemplo, la constituyente Argentina del 94 duró tres meses y deliberó en Santa Fe; la ecuatoriana demoró once meses reunida en Montecristi; y la constituyente boliviana estuvo un año y cuatro meses sesionando en Sucre. Se trata de un mandato específico, de un órgano que no se reelige y sus miembros no legislan respecto al cargo que ocupan.
Otra diferencia fundamental es que una Asamblea Constituyente debe expresar de la forma más diáfana posible la realidad social y política del país, y debe tener plenos poderes para redactar un texto nuevo, que origine un modelo distinto de legislación constitucional y de organización del Estado. Por ello, no cabría su elección mediante el recurso al sistema binominal, sino que debería ser electa de forma proporcional o semi-proporcional. Debería garantizar la inclusión de los pueblos indígenas. Tampoco sería admisible que rigiera por el actual sistema de financiamiento político que ha llevado a la elección del “Penta-Congreso”, donde la voluntad de los electores se trastoca por efecto de las enormes diferencias de recursos financieros de los candidatos.Tampoco sería admisible que rigiera por el actual sistema de financiamiento político que ha llevado a la elección del “Penta-Congreso”, donde la voluntad de los electores se trastoca por efecto de las enormes diferencias de recursos financieros de los candidatos.
Resulta casi asombroso comprobar que en la constituyente ecuatoriana, más del 90% de sus miembros nunca había sido electo para ocupar un cargo público. Se trataba de gente sin historia política, que representaba a la ciudadanía de forma directa. Además, menos del 10% eran abogados, por lo cual la discusión no se orientó a los vericuetos tecnico-jurídicos, sino a la definición sustantiva de un proyecto país, inclusivo e ideológicamente abierto, pero capaz de integrar a la ciudadanía.
Otro ejemplo fueron las constituyentes de Italia y Alemania, al término de la segunda guerra mundial y la derrota del nazi-fascismo. Ambos países, destruidos y derrotados, con el olor a la muerte en la espalda, pudieron reparar su historia plasmando un nuevo futuro por medio de nuevas Constituciones, avanzadas, progresistas y democráticas, que establecieron un pacto entre las fuerzas que lucharon en la resistencia a Hitler y Mussolini. La Constitución de posguerra sigue siendo hasta hoy una piedra fundamental, que permite a ambos países moldear sus crisis y dificultades, y la ciudadanía esgrime estos textos como un recurso fundamental que les garantiza derechos inapelables e intransigibles.
La inviabilidad de una reforma constitucional parlamentaria
Más allá de estos argumentos de principios, existe un argumento de viabilidad a favor de la Asamblea Constituyente. Cualquier proyecto de reforma constitucional se va a estrellar con el art. 127 que coloca el quorum de reforma de los capítulos I, III, VIII, XI, XII y XV, en 2/3 de los diputados y senadores en ejercicio. Se trata de un mecanismo pétreo, destinado a la clausura absoluta de las iniciativas de reforma, a menos que se cuente con la venia de la derecha más extrema y fundamentalista.
La vía a la Asamblea Constituyente, lejos de ser un recurso radical o utópico, es simplemente el único camino apropiado, legítimo y viable en las circunstancias que vive el país. De allí que el profesor Fernando Atria sostenga claramente que “la vía es la AC, el debate debe ser su viabilidad”. ¿Cómo hacerla posible? A su juicio hay una puerta que la Presidenta puede abrir, siempre que tenga la voluntad de hacerlo: “La fórmula adecuada es autorizar la realización de un plebiscito modificando el artículo 15 de la Constitución, para lo que se requiere un quorum de 3/5 de los parlamentarios en ejercicio, por lo que parece posible y realizable, optando así por un momento institucional que abra el debate ciudadano, evitando la opción de una comisión bicameral”. El plebiscito se torna por ello en la herramienta determinante. Debería ser la llave que permita empezar a abrir, paso a paso, las puertas de esa enorme cárcel institucional que coarta a la soberanía de nuestro pueblo.
Comentarios
12 de noviembre
La lucha por mejorar nuestra calidad de vida se plantea a partir de dos opciones fundamentales. Por un lado debemos preguntarnos si estamos dispuestos a seguir aceptando un sistema económico como el neoliberal, que se basa en la especulación, en las finanzas y en los derechos exclusivos de una élite sobre nuestros recursos, o si por el contrario buscamos reconstruir Chile en términos democráticos.
Esta segunda alternativa implica luchar por la economía de la producción, por esa que genera empleos, consumo popular y así también mayor bienestar, ahorro interno y capitales propios que a su vez financian y sostienen la vialidad de un sistema político inclusivo y participativo. Por todo lo anterior, la batalla por la Asamblea Constituyente Autoconvocada es una prioridad, por lo menos para los que buscamos una real democratizacion del país.
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13 de noviembre
La ciudadanía no adopta el sistema neoliberal por gusto, sino porque es la mejor (o la menos mala) de cualquier otra alternativa.
En un pais que parte de cero y carente de toda institucionalidad no queda otra que constituirse en asamblea. Pero la Asamblea Constituyente en el Chile de hoy es una simple cuchufleta para dar por aprobada una constitución sin que nadie la lea y eso no tiene nada que ver con democratizar el país.
Si tiene una constitución mejor que la actual publíquela para que todos podamos aprobarla después de que la leamos.
Saludos