La sostenibilidad es un concepto que busca asegurar a todos y todas, la posibilidad de satisfacer sus necesidades materiales e inmateriales, en un adecuado equilibrio con la naturaleza y con el resguardo necesario para asegurar la posibilidad de que las futuras generaciones puedan hacer lo mismo.
Nadie desconoce que nuestras ciudades se han transformado en aglomeraciones urbanas absolutamente segmentadas en donde las necesidades básicas no logran estar aseguradas. Lejos de promoverse la vida en comunidad y la sostenibilidad, lo que se instala como normalidad es que cada segmento o clase social conviva solamente con sus iguales y satisfaga las necesidades que puede pagar.
Esto ha generado una sociedad dicotómica en donde coexisten, sin toparse, el derroche y la escasez; el ocio y la superexplotación; la salud y la enfermedad; las plazas activas, llenas de juegos y vida, por un lado y las áreas cafés y las calles consolidadas como el lugar de esparcimiento de los más pobres, por el otro; el acceso rápido y expedito a todo lo necesario, por un lado y el aislamiento y el abandono, por el otro.
Lo anterior alimenta la sensación de estar viviendo en ciudades en donde la desigualdad socioeconómica tiene su correlato directo en la desigualdad urbana. Esto agrava de manera significativa la experiencia de vivir en lo que nuestra sociedad conoce como pobreza, lo que se ha visto agravado por el repliegue planificado del Estado en promoción de servicios básicos asociados a derechos universales se refiere.
La diferencia de equipamiento e infraestructura entre los barrios de la periferia pobre y los barrios de ricos, sumada a la distancia que separa a estos últimos de sus lugares de trabajo, ha generado un incremento sostenido de los viajes que los habitantes de las comunas periféricas deben realizar diariamente para satisfacer sus necesidades básicas.
Todo lo anterior ha consolidado la percepción sobre la existencia ciudades fragmentadas donde unos pocos tienen todo lo necesario y mucho más y la gran mayoría vive en la incertidumbre, con una mala calidad de vida y rodeados de problemas sociales como el desempleo, el alcoholismo, la drogadicción, el micro tráfico, la violencia intrafamiliar y la desesperanza aprendida, que es el inicio de un ciclo en donde la cuna termina definiendo el curso de la vida y muchas veces también, el tipo y la oportunidad de la sepultura.
Durante los últimos 30 años nuestras ciudades han crecido bajo un patrón guiado casi exclusivamente por el mercado. El uso del suelo, como rezaba la Política Nacional de Desarrollo Urbano de 1979, ha sido definido exclusivamente por la rentabilidad de la tierra y los territorios se han ido especializando de manera radical, generado barrios para ricos, barrios para la clase media y barrios para pobres.
Consecuentemente, cada barrio ha sido diseñado y construido con estándares de espacios públicos que están íntimamente ligados a los distintos niveles socioeconómicos, generando barrios con amplias calles y avenidas arboladas; con sus veredas iluminadas y en perfecto estado; rodeados de áreas verdes y plazas activas para el esparcimiento y la recreación de todos sus habitantes.
En el otro extremo están los barrios con pequeñas calles en donde ni siquiera se pueden estacionar los vehículos porque si lo hacen impiden la circulación; con un deterioro creciente y sin mantención alguna; sin veredas ni iluminación; rodeadas de sitios residuales, algunas veces disfrazados de áreas verdes y otras, consolidadas como tierrales que en verano generan polvo y en invierno se convierten en barro.
Para completar el cuadro, cada barrio se ha terminado de consolidar atrayendo la oferta de bienes, productos y servicios que el poder adquisitivo de quienes viven en ellos puede pagar. El resultado es que hay barrios en donde hay de todo y al alcance de la mano, mientras en el otro extremo, en donde viven los pobres, no hay casi nada y para acceder a aquello que los habitantes requieren deben concurrir a pequeños almacenes de barrio, normalmente más caros, o ir en busca de ello mediante largos y tediosos desplazamientos.
Esto ha llevado a que más del 30% de los viajes diarios se realicen para ir en búsqueda de servicios públicos como salud, educación, esparcimiento y cultura, servicios que en cualquier ciudad justa debieran estar al alcance de una caminata de no más de 10 a 15 minutos.
Ahora bien, si el Estado, a través de las políticas públicas, no es capaz de hacer frente y superar los problemas antes mencionados avanzando de manera decidida hacia ciudades justas y sostenibles, continuaremos alimentando el desprestigio y la falta de credibilidad de nuestras instituciones. Nos seguiremos arriesgando, asimismo, a que la violencia se potencie como forma de resolver determinados conflictos y carencias.
Resulta evidente entonces que de no cambiar radicalmente la forma de entender y de abordar la falta de equidad, seguiremos obteniendo resultados idénticos a los obtenidos en estos últimos 30 años y resulta increíble, por lo menos en los días que corren, que el remedio pueda venir desde donde vino la enfermedad.
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Foto: Los nudos – Cosmopolita / Licencia CC
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