Quienes conocen algo de ajedrez saben que este juego refleja situaciones de guerra, en las cuales las figuras representan desde un rey encada bando, hasta los modestos soldados (ocho peones por cada ejército y que avanzan en la primera línea). Detrás de estos, hay otras piezas junto al rey que representan el poder de la caballería, las fortificaciones y los obispos (alfiles). Todas estas piezas se mueven una por vez tras un solo objetivo: capturar al rey adversario o amenazarlo hasta que abandone el juego. Siempre inician el juego las piezas blancas.
Más allá del juego, hace ya tres siglos el mariscal prusiano Carl von Clausewitz señaló en una de sus obras que “la guerra es sólo la política, por otros medios”, dejando claro que ambas son herramientas de un mismo objetivo.
Por estos días hemos visto que tres modestos soldados bolivianos (digamos, piezas negras del ajedrez), casi sin quererlo, adoptaron una de las posiciones singulares del juego. Los peones no pueden moverse sino hacia adelante y cuando forman la posición de la punta de flecha con uno adelante y otros dos a sus costados, ligeramente atrasados en una línea, crean una de las posiciones más fuertes en términos defensivos y ofensivos. Esto es especialmente cierto cuando logran controlar el centro del tablero.
Nuestro rey blanco, dejó pasar el tiempo (o lo indujeron a ello) y adoptó un juego que pretendía ser ofensivo, pero distribuyó muy mal sus piezas. Y haciendo un enroque, perdió tiempo y prefirió atrincherarse. De hecho, decidió no pelear en el terreno diplomático sino que prefirió el terreno judicial.
Desde hace muchos años se sabe que en los incidentes limítrofes entre fuerzas armadas o gendarmerías de países de esa condición, más vale no llevar las cosas adelante sino evitar las escaramuzas y devolver los intrusos a su país de origen, sólo mediante una nota de protesta diplomática.
Uno de los casos extremos fue la muerte del teniente Merino, de Carabineros, en territorio argentino, y otros que nos mantuvieron al borde del conflicto fueron nuestros marinos, entreverados con los argentinos por los islotes Picton, Nueva y Lenox. Hace muy poco tiempo los peruanos nos devolvieron algunos chilenos que andaban desarmando minas terrestres más lejos de lo conveniente.
Pero el ejemplo del ajedrez nos lleva aún más allá. Llámase “gambito” aquella jugada en la cual uno de los jugadores arriesga una pieza, a sabiendas que puede conquistar otra a cambio, o bien que puede perder una pieza, pero quedar en una posición más fuerte. Nuestra Fiscalía propuso astutamente a los soldados irse a la casa el mismo día y terminar con todo el asunto de una vez, a condición de que no volvieran a Chile hasta un año más, pero reconociendo de paso que habían cometido un “delito”. En el caso particular de los conscriptos bolivianos, cuando el primero de ellos estuvo por aceptar la “oferta que no podría rechazar” y que le hacía el juez, reculó después para mantener la misma posición junto a sus otros dos camaradas: ir a juicio. Parece que ellos captaron el sentido del gambito y prefirieron seguir en un juicio hasta que se les probara algún delito.
Todo pasó a depender de un juicio público, oral, en el cual deberían probarse delitos que no están muy bien definidos para casos en que se trata de intromisión de algún militar que no va en una operación de envergadura, sino que se trata de uno más de los numerosos incidentes limítrofes casuales que han ocurrido en el pasado.
Tradicionalmente estas situaciones se resuelven entre los ministerios de Relaciones Exteriores y Defensa, pero en caso de los tres conscriptos bolivianos (por el momento en que ocurrió), no fue así; ¿debido a qué consideraciones el General de Carabineros Claudio Nash traspasó el problema al Poder Judicial, como si fuera algo que no ha ocurrido nunca antes? ¿Se va seguir en el futuro el mismo camino cuando basta una nota de protesta diplomática?
Finalmente la Justicia decidió seguir el camino que debió seguir desde un comienzo el Ejecutivo. Parece necesario llevar cierta conciencia cívica al seno de las instituciones militares y otras donde la participación ciudadana está ausente. Por ejemplo, en el Instructivo Presidencial que firmó el Presidente Piñera, el 20 de abril del 2011, se incluye al Ministerio de Defensa y a Relaciones Exteriores, entre los que deberían crear Consejos Sociales de Participación Ciudadana, pero hasta esta fecha no se ha hecho nada por el estilo.
Nos hemos empeñado durante dos siglos en mantener a los militares en una jaula dorada, separados de la civilidad. Y parece que tememos reconocer que son ciudadanos con los mismos deberes y derechos que tenemos todos. A su vez Relaciones Exteriores debería abrirse para tomar en cuenta la opinión de civiles, dentro y fuera del país.
Nos hemos empeñado durante dos siglos en mantener a los militares en una jaula dorada, separados de la civilidad. Y parece que tememos reconocer que son ciudadanos con los mismos deberes y derechos que tenemos todos. A su vez Relaciones Exteriores debería abrirse para tomar en cuenta la opinión de civiles, dentro y fuera del país.
En cuanto a militares y carabineros, sus sistemas de salud, previsional y educacional no son como los civiles, pero los aceptamos segregados del resto para que, cuando la “seguridad nacional” o los intereses de los poderes fácticos lo requieran, se eche mano a su fuerza como garantes dela constitución, sin ver que los verdaderos garantes somos todos los ciudadanos, civiles y militares.
Como reservista del Ejército, junto con conocidos y vecinos jubilados de las Fuerzas Armadas, pienso que las opiniones de unos y otros serían igualmente válidas para contribuir a un futuro intercambio de ideas sobre Clausewitz, el ajedrez y la sensatez entre la defensa nacional y los sin uniforme.
Los militares que delinquieron en el pasado durante la dictadura militar ya fueron condenados y, si bien la verdad y la justicia no se han logrado en todos los casos, es raro que se pretenda aún mantener a todos los militares condenados al ostracismo, como si no fueran capaces de opinar en el presente.
Hoy la victoria se la han llevado los militares bolivianos que actuaron con simpleza, sin luchar. En cambio, los altaneros partidarios de demostrar siempre nuestra pretendida superioridad han debido cerrar filas en torno al silencio.
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juan de dios maltes
interesante artículo. Solo habría que agregar algún comentario respecto del daño que esto acarrea a la integración territorial.