La admisión de migrantes con herencias culturales y experiencias históricas diferentes a las nuestras, inevitablemente cambia el tejido de nuestros barrios y comunas, lo que hace necesario un complejo y enriquecedor proceso de adaptación y de convivencia.
Hace unas semanas nos estremecimos con la noticia de una persona fallecida en un incendio en el barrio Meiggs de Santiago. Al pasar las horas, la noticia aumentó en su dramatismo al enterarnos de que las involucradas eran migrantes que vivían en condiciones de hacinamiento y vulnerabilidad social. Una muestra de lo abusivo que puede ser nuestro país, si no hay normas claras y pertinentes que incorporen una mirada integral sobre la realidad migratoria actual.
Chile se ha convertido en los últimos años en una sociedad receptora de migración. Esa transformación necesita de acciones y programas, estatales y municipales, que nos aproximen a un mejor conocimiento y comprensión de la realidad, enriquecedora y diversa que ciertamente nos aporta la migración.
Hace unos meses el gobierno del presidente Piñera ingresó un proyecto de ley al Senado, que inicialmente aparecía como una propuesta tendiente a modernizar la política migratoria del país y que facilitaría la entrada de extranjeros a nuestro territorio, lo que fue recibido como un importante avance, sobretodo tomando en cuenta que la última iniciativa legal al respecto se había realizado en 1975, en plena Dictadura Militar, y con fines que tenían más ribetes de seguridad de Estado, que la de una política que recogiera este fenómeno en toda sus expresiones.
Lamentablemente, hoy estamos perdiendo otra vez la oportunidad. La propuesta del gobierno está marcada por el foco utilitario de la migración en el trabajo y cómo éste afecta la economía nacional, obviando factores tan importantes como los de integración, interculturalidad, protección y seguridad social. Es decir, nos esforzamos por normar la entrada de trabajadores migrantes al país, y no la de personas libres, a los que se les deben asegurar sus derechos, no sólo aquellos derechos fundamentales, sino también los derechos sociales, todos los que están plenamente garantizados por los acuerdos que nuestro país ha suscrito internacionalmente, para precisamente evitar situaciones de vulneración.
Esta realidad nos debe forzar a repensar nuestras políticas de admisión de migrantes, así como también las de los derechos y beneficios que se otorgan a sus ciudadanos y residentes. La admisión de migrantes con herencias culturales y experiencias históricas diferentes a las nuestras, inevitablemente cambia el tejido de nuestros barrios y comunas, lo que hace necesario un complejo y enriquecedor proceso de adaptación y de convivencia. Debemos aprender a reconocernos en nuestra identidad y en nuestras diferencias, así como en la igualdad de nuestros derechos y obligaciones. En definitiva, debemos aprender a reconocernos como ciudadanos.
Las políticas de ciudadanía serán uno de los tantos factores que afectarán el éxito de la integración de los migrantes en Chile, pero debemos tener claro que miradas parciales, como las que propone el gobierno al hablar sólo de trabajo, y no de salud, educación, vivienda y protección social, terminan cometiendo el error de definir algo así como “reglas de membresía”, con un alto riesgo de crear clases diferentes y, por definición, desiguales, con un importante potencial para debilitar la necesaria cohesión social en nuestros barrios.
Algunos países con prácticas exitosas en esta materia permiten a sus migrantes obtener la ciudadanía en relativamente corto tiempo, tras el cumplimiento de ciertos trámites, la comprobación de estadía en el territorio por un tiempo determinado, y el pago de un arancel. De hecho, países como Australia, Canadá, Venezuela y Colombia, permiten la doble nacionalidad de sus ciudadanos. En Chile, en tanto, estamos demasiado lejos de esa realidad.
Pese a ello la Municipalidad de Santiago, con sus casi 38.000 vecinos migrantes (de los cuales 21.000 son de nacionalidad peruana) considera entre sus responsabilidades conocer de cerca y abordar integralmente todas las caras de un fenómeno tan complejo e intenso como éste. Hasta la administración edilicia anterior, nuestra Municipalidad sólo atendía la situación de los migrantes en la comuna desde las problemáticas de vulnerabilidad y carencia que los afectaban.
Hoy estamos decididos a cambiar ese foco. Por eso hace unos días, nuestra nueva Unidad de Migración, realizó el Primer Encuentro de Pueblos Migrantes en el Barrio Yungay, donde niños y niñas peruanos, colombianos, haitianos y ecuatorianos, alumnos(as) de nuestras propias escuelas municipales, nos mostraron lo mejor de sus tradiciones culturales, a nosotros, sus vecinos y vecinas chilenos(as).
Esconder lo nuevo significaría tanto como dar la espalda a nuestro propio porvenir como comuna y como país. Estamos decididos a no volver a cometer ese error.
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Foto: Pontificia Universidad Católica de Chile / Licencia CC
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