La memoria durante el siglo XX se ha venido trabajando desde dos perspectivas más o menos delimitadas pero contrapuestas entre sí, una de ellas, la individualidad y otra, la colectiva. Nos referiremos a la visión de la memoria colectiva pues la individual cada persona a partir de sus experiencias, enseñanzas y recuerdos la puede traer al presente.
La memoria se ha estudiado desde la Grecia clásica pues con ellos se funda el “arte de la memoria” a partir de relatos de los poetas y filósofos, por tanto, era una transmisión oral con lo cual, ya estamos dejando algo establecido, el lenguaje es la función principal y constructor para acometer dicho acto.
Además del lenguaje, existen dos complementos que vienen a fortalecer lo anterior, como son las fechas y los lugares. En ese sentido, cuando se reúnen las sociedades van construyendo sus recuerdos. Dado lo anterior, Pierre Nora habla de “lugares de la memoria”, porque en esos lugares se configuran y almacenan los recuerdos (2009). Según Nora, la memoria es vida encarnada en grupos, cambiante, pendular entre el recuerdo y la amnesia, desatenta o más bien inconsciente de las deformaciones y manipulaciones, siempre aprovechable, particular y mágica por su efectividad.La memoria permite conocer, denunciar y atender los atropellos de la sociedad actual, para evitar su olvido y naturalización, pues recupera las voces silenciadas y las experiencias de colectivos humanos
Por lo esbozado hasta ahora, para que exista memoria también debe existir olvido, por tanto, ambas se relacionan y tienden a configurar las sociedades, en el sentido de que en la medida que una avanza el otro tiende a retroceder, cuando la memoria se incrementa el olvido se minimiza y viceversa.
El conflicto claramente es y será entre memoria y olvido. Este último se forja a partir del poder de los grupos dominantes y que por cuya presencia van modificando procesos, acuerdos, compromisos incluso, obligaciones institucionales. Por tanto, es un olvido impuesto desde los grupos que generalmente dominan abierta o secretamente las sociedades, pueden ser gubernamentales, académicas, políticas u eclesiales, en donde a través de las cuales imponen su punto de vista pues gozan de credibilidad y de poder. Cuando dicho olvido es impuesto silentemente, el mismo es aceptado y asumido por la sociedad, aparece la desmemoria y se transita lentamente hacia el olvido social.
Lo anterior, dos grandes pensadores ya lo plantearon Nietzsche (1874), “es necesario el olvido” y Todorov (1995), “es necesario olvidar”. No olvidemos que en Grecia se llegó a legalizar a través de decretos, el olvido. Dicho lo anterior, el olvido social lo utiliza el poder como mecanismo de control para narrar el pasado, relatar la historia de manera tal, que ellos son los únicos herederos reales del pasado. Tal aseveración también, la reafirma en abril del 2021, Pedro Güell, “octubre del 2019, ya es pasado… las tesis del malestar o las del origen del estallido, por acertadas que sean, ya no bastan para entender bien el presente”.
A partir de lo expresado y respondiendo a lo antepuesto, aparece un desafío por tercera vez, la memoria permite conocer, denunciar y atender los atropellos de la sociedad actual, para evitar su olvido y naturalización, pues recupera las voces silenciadas y las experiencias de colectivos humanos. Con ese caudal, nos habilita a abrirnos a otras formas de pensar, resolver problemas y salir de la enunciación en primera persona.
La ciudadanía con más o menos conciencia a partir de octubre del 2019 se transformó reiteradamente en sujeto activo dejando la pasividad y la inercia de 30 años de justicias en la medida de lo posible, con las luchas populares se tomaron los diversos espacios públicos donde quedaron huellas de memoria y que las clases dominantes respondieron con sus artefactos y dispositivos disciplinantes vigilando y castigando a cientos de miles, transformando a la ciudad en un campo de batalla. En el cual hubo heridos, detenidos y miles que manifestaron los abusos, anhelos y esperanzas… campo de batalla pendiente aun y por ende, ciudad en disputa todavía.
Para concluir, “la memoria nace cada día, con lo que significamos del pasado construimos la realidad en la que nos movemos, y por la memoria tiene sentido. La memoria nos remite a los orígenes, a lo fundacional, a lo que se encuentra al inicio de nuestras intenciones, de las intenciones edificantes de una nación, de una sociedad. Hay que saber qué hay en la raíz, en el comienzo, para averiguar así si hemos desviado el desviado el camino, y entonces sabernos conducir, porque cuando se olvidan los principios se olvidan los fines. Cuando se olvida el pasado el único futuro que queda es el olvido, y el olvido es la única muerte que mata de verdad” (Mendoza, 2005).
Bibliografía:
Nora, Pierre. (2009). Les lieux de memoire. Santiago de Chile: Lom Ediciones.
Mendoza, Jorge. (2005). Exordio a la memoria colectiva y el olvido social en Athenea Digital – número 8.
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