En la última década, se ha exteriorizado con mayor significancia el problema de la desorganización y fragmentación social que repercute en el tejido social del país, afectando con más fuerza a los espacios territoriales. El predominio del individualismo en amplios sectores populares que en tiempos pasados protagonizaron históricas luchas sociales por un futuro y una mejor calidad de vida hoy en día se traducen en la fragmentación y la pérdida de cohesión comunitaria, lo que a su vez, se visualiza en la pérdida de los espacios públicos.
Desde la mirada del Trabajo Social, es relevante tener en cuenta las funciones que se pueden desplegar a nivel comunitario:
- Participación Social como evento que brinda la comunidad local para que, a través de la familia, el medio laboral, las organizaciones voluntarias, las asociaciones de base, las organizaciones religiosas, culturales, sindicales o políticas, las personas integrantes de la misma puedan desarrollar actividades de carácter social. Esta participación puede tender a la satisfacción de necesidades (individuales o colectivas), como también a la solución de problemas compartidos.
- Apoyo mutuo cuando éste sea necesario y que puede ser fomentado por mecanismos institucionales formales (agencias, instituciones de bienestar social etc.) o por grupos primarios (familia, amigos, vecinos, etc.) (Ander-Egg, 1995: 65-66).
El territorio no sólo constituye el espacio físico determinado por los propios habitantes de una localidad cuyos límites paulatinamente han sido socavados por las diversas instancias de participación generadas desde los gobiernos locales y centrales. Por tanto, se estima que desde la sociedad no ha habido canales para renovar a las organizaciones de la sociedad en un contexto donde el Estado e individuos están ocupando espacios desiguales a los de antaño. A su vez, no obstante el Estado ha realizado algunos esfuerzos empero los resultados han sido exiguos. Nos encontramos por el momento en una suerte de “congelamiento” en la participación comunitaria.El predominio del individualismo en amplios sectores populares que en tiempos pasados protagonizaron históricas luchas sociales por un futuro y una mejor calidad de vida hoy en día se traducen en la fragmentación y la pérdida de cohesión comunitaria, lo que a su vez, se visualiza en la pérdida de los espacios públicos.
Acá el problema central se ubica en pensar a la participación como un rasgo prácticamente como un aporte funcional al desempeño de las políticas públicas. Mirada efectuada por todos los gobiernos en estas tres décadas, por tanto, la participación es valorada sólo en tanto aporta a iniciativas que son decididas, diseñadas y controladas por y desde el Estado.
Contraponiendo a esa mirada, Palma (1998), enuncia que la participación debe fundar una práctica cuyo primer propósito sea contribuir al desarrollo de las personas que participan. Una política participativa incorpora a las personas con iniciativa y responsabilidad, lo que es distinto de considerarlas como usuarios que «participan» sobre la base de cursos de acción controlados y preestablecidos por otros.
Al revisar dicha problemática, aflora una pregunta, la cuestión del cambio social… ¿se interviene para mantener el status quo o para cambiar la situación actual? Sí hablamos de cambio social, se debe reflexionar sobre las acciones dirigidas sobre la comunidad, para la comunidad o con la comunidad. En otras palabras, la acción social es aquella que se orienta por las acciones de otros, las cuales pueden ser pasadas, presentes o esperadas como futuras. Una acción social es toda acción siempre y cuando tenga un sentido mentado para los miembros. El cambio social, como propósito comunitario, pretende un cambio en el sentido de propiciar un mejoramiento en las condiciones de vida. En este sentido, la orientación se encamina a una acción desarrollista más que asistencialista buscando las potencialidades posibles y el fortalecimiento en cuanto a las capacidades para transformar la realidad a través de la propia transformación.
Por tanto, parece ser que la debilidad en la participación social y de las organizaciones debe asociarse con la dificultad de encontrar nuevos caminos de acción, de agrupamiento y de nuevas formas de interlocución con el Estado y en general, con la esfera pública. La participación social pasa entonces, por la ruptura de la asimetría existente entre la oferta de servicios institucionales y la comunidad, lo que significa democratizar el poder, ampliando los espacios de decisión, de quienes han sido excluidos de la posibilidad de influenciar en diversas materias.
Es decir, para que las acciones tengan impactos, es relevante generar vínculos con las personas para construir autonomía, identidad, confianza y lealtades. Entonces, el desafío es edificar esos vínculos precisos, que los podríamos dividir en dos tipos, el primero tiene relación con el propio vínculo que genera uno en diferentes espacios y el segundo, el que genera la propia comunidad. Que deberían profundizar en el quiebre con el sentido de exigir los derechos y recuperar, el respeto por las diferencias, la construcción de igualdad y sobre todo, de emancipación.
Comentarios