Desde hace algunos años en Chile comenzó tímidamente a visibilizarse algo que hace 20 años atrás hubiera sido imposible: generar críticas públicas a la Teletón, a sus fines, sus medios y su tratamiento como show televisivo. Era impensado porque la Teletón se forjó más que como una campaña de recolección de fondos para una obra social, como un auténtico espacio de integración y cohesión social, que tiene como eje a los niños discapacitados y sus familias, pero que en el fondo era (y es aún), el motor de un proceso social mucho más profundo que solamente cuantificar el aporte económico de las personas.
La Teletón surgió en un momento oscuro, triste y silencioso de Chile, donde las penas propias y colectivas estaban selladas por el silencio y donde la represión a la disidencia de cualquier tema público se pagaba con cárcel, exilio y en los peores casos con tortura y muerte. No podríamos decir que la Teletón fue un producto de la dictadura, pero es imposible dimensionar el fenómeno de la Teletón sin asumir su contexto inicial, el dolor y la comunión colectiva por superar ese dolor, los medios y las empresas eran las que asumían protagonismo y tímidamente surgía la promoción de un cambio de paradigma en tanto la dimensión y responsabilidad de los temas públicos, en este caso la salud y la rehabilitación en los albores de Chile neoliberal.
Todo esto y seguramente más elementos generaron una conexión automática y profunda en la gente que desde sencillas completadas a organizados shows con artistas locales fueron generando y sosteniendo un hito social que va más allá del evento anual de recolección de fondos. Chile encontró en la Teletón una forma de catalizar el dolor y mirar comprometidamente a un país precario, pero además colocaba en las personas un aliciente para ser parte de una solución.La Teletón tiene una oportunidad de, desde su reconocida legitimidad, dar señales de vanguardia en torno a hacerse cargo abierta y transparentemente respecto a ser representativos de todos los chilenos y chilenas y avanzar en coherencia.
Después de casi 40 años lo que nadie podría poner en duda es la calidad de la atención de la fundación, como Trabajador Social he conocido muchos casos que dan cuenta de compromiso, cariño y excelencia en la atención, sin embargo, y también como Trabajador Social, es imposible no pensar que luego de una dictadura, del proceso social y político para superar esa dictadura, de estos 24 años de democracia y del despertar ciudadano que pone en cuestión el modelo económico y social surgido a fines de los 90`s y que tuvo como puntos referenciales a los pingüinos el 2006 y al movimiento estudiantil del 2011, la sociedad chilena y la Teletón puede ser la misma.
El cuestionamiento acerca del financiamiento y el tratamiento del problema que atiende la Teletón debe encontrar en este punto de nuestra historia un momento de análisis y de revisión profunda, la Teletón tiene una oportunidad de, desde su reconocida legitimidad, dar señales de vanguardia en torno a hacerse cargo abierta y transparentemente respecto a ser representativos de todos los chilenos y chilenas y avanzar en coherencia.
Sería importantísimo, por ejemplo, que se amplíe la presencia en su directorio a representantes de la sociedad civil, asociaciones de familiares de los niños atendidos, los profesionales que laboran en la fundación, los profesionales de los medios de comunicación, otras asociaciones civiles dedicadas a la discapacidad y representantes de los consumidores deberían tener un espacio hoy básicamente reservado a grandes empresarios, además debería estimularse la creación de mesas o consejos de la sociedad civil local en cada centro que trabaje durante todo el año temáticas de promoción de la inclusión y de difusión de los programas.
Si la Teletón la hace la gente, toda esa gente debería estar presente en la conducción de la misma y no solo un grupo de privilegiados que son parte importante del cuestionamiento general a un modelo que apunta segregación, exclusión y lucro desmedido. La Teletón puede y debe ampliar su mirada y ser coherente con su sensibilidad ciudadana, debe moverse más hacia la gente generando y transparentando un virtuoso equilibrio entre los aportes del estado, de los empresarios y el trabajo y apoyo de la sociedad civil.
La participación de las personas y las organizaciones sociales es mucho más que la cifra final de su aporte, es un compromiso que hace de todo el proceso un espacio de pertenencia y de identidad, la Teletón tiene la oportunidad de saber leer estos tiempos de cambio y poner el acento en hacer de su obra un espacio cada día más pertinente, abierto, transparente e inclusivo. Su acción no solo renovaría las confianzas en aquellos incrédulos, si que no aportaría significativamente a un debate aún mayor: la construcción de una ciudadanía participativa, corresponsable y consciente
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