Nacimos entre en los años setenta y ochenta, fuimos niños y luego adolescentes durante la represión, nuestros padres nos protegían callando antes que compartiendo el horror. Cómo rellenamos los vacíos que dejaron esos silencios?
Y así hemos vivido, silentes ante el mutismo de la clase política que asumía la eterna transición, estupefactos al observar su servilismo ante las élites y su complicidad con los atavismos del poder en Chile.
Somos parte y no de una historia cargada de culpas; la dictadura fue tan larga que dio tiempo para que creciéramos y entendiéramos lo que estaba ocurriendo, dio tiempo para que abrazáramos banderas rojas y para que, vestidos de colegiales, entonáramos la Internacional, pero no duró tanto como para que pudiéramos combatir al enemigo realmente.
Y así hemos vivido, silentes ante el mutismo de la clase política que asumía la eterna transición, estupefactos al observar su servilismo ante las élites y su complicidad con los atavismos del poder en Chile. Haciéndonos cargo como podemos de lo que vimos, de lo que conocimos a medias y de lo que intuimos. Sospechosos de nosotros mismos, convencidos de tener un pasado no tan inocente, cargando con una infancia terrible, cuya narrativa aún no hemos sido capaces de construir.
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