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La historia del tiempo presente como demanda social

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La denominada Historia del Tiempo Presente (HTP) tiene pocos años de vida, no supera las cuatro décadas. Si bien ya no enfrenta las objeciones de otrora —al menos, no en términos tan radicales y dogmáticos—, aún debe justificar su posibilidad.

Su posibilidad, ya que se estima que el historiador tiene un rol que cumplir en relación al tiempo más reciente. Distinto, metodológicamente hablando, que el del periodista, politólogo o sociólogo. El historiador del tiempo presente, en efecto, no solo analiza lo que sucede y por qué sucede, sino cómo y desde cuándo se viene configurando el ahora que se vive.

Pero, tal como lo explica François Bédarida, el tiempo presente no se reduce al ahora, al instante, sino a una “temporalidad extendida que contiene la memoria de las cosas pasadas y la expectativa de las cosas por venir” (“Definición, método y práctica de la Historia del Tiempo Presente”, en Cuadernos de Historia Contemporánea, N° 20, 1998, p. 2).

Pero, como lo han dicho varios autores clásicos en esta rama, no fue tarea fácil convencer a los historiadores a hacerse cargo del ahora. Muchos historiadores pensaban que hacer HTP suponía hacer periodismo con algo de sofisticación académica.

Pero esta rama historiográfica no solo se plantea como posible, sino también como necesaria. Necesaria, porque la sociedad exige una comprensión más profunda del presente en que vive, especialmente cuando todavía es expresión de lo un pasado traumático.

Es en este contexto que la HTP constituye una respuesta a una suerte de demanda social que no obedece solo a una respuesta unilateral desde el mundo (académico) de los historiadores, sino al hecho de que los temas que trabajan forman parte esencial del debate público, movilizando a la sociedad civil y provocando la intervención de los poderes estatales.

De ahí que la HTP se vincule con un proceso de mayor democratización, caracterizada no solo por una demanda de más y mejor participación ciudadana, sino de mayores espacios de expresión, incluyendo aquellos que otrora aparecían como sagradamente reservados a una comunidad académica particular, como la de los historiadores.

Lo interesante y novedoso de esta visión es que la construcción de la historia como disciplina se da, también, fuera de las aulas universitarias, existiendo una suerte de “apropiación” de ella desde diversos sectores de la sociedad civil, generalmente organizados.

De ahí que la HTP se vincule con un proceso de mayor democratización, caracterizada no solo por una demanda de más y mejor participación ciudadana, sino de mayores espacios de expresión, incluyendo aquellos que otrora aparecían como sagradamente reservados a una comunidad académica particular, como la de los historiadores.

Y, en buena medida, esta situación se expresa en una doble renovación. En una renovación de la política en sí, más cercana a la ciudadanía (o la ciudadanía más cercana a la interacción con el poder). Pero también, lo que resulta clave para la HTP, en una renovación (o “retorno”) de la historia política.

Lo anterior es una buena noticia. La política ya no debe ser mirada, exclusivamente, como mera contingencia. Tengo dudas si la mayor democratización que supone la HTP ayuda o no, realmente y qué grado, a superar la mirada del ahora —de la política, incluida— como un fenómeno de corto plazo más que de un proceso de larga duración.

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