Homosexualidad, lesbianas, trans, y todos esos conceptos que se relacionan directamente con el ruido “diversidad sexual”, han comenzado un proceso de posicionamiento desde hace algunos años. Hoy existen en el debate público, con mayor y menor intensidad respectivamente. Cada vez con más claridad –sobre todo en Santiago, aunque con un creciente trabajo en regiones- vemos hombres y mujeres juntos de la mano por la calle, una mayor y más plural convocatoria a las “marchas diversas”, y apoyo público a la causa desde diferentes sectores políticos de todos los colores.
En este sentido, [email protected] [email protected] quienes nos sentimos comprometidos con ésto, somos responsables de disputar la construcción de un país más justo y “progre” en estos asuntos. Sin embargo, parece ser que quienes instalan las estrategias comunicacionales –y con ello, la forma sugerida en la que se desarrolla el debate público, esto es, lo que se dice y cómo se dice, en las casas, calles y redes sociales- son las organizaciones “de la diversidad”: los grupos organizados que se han puesto como meta prioritaria erradicar la discriminación y garantizar equidad de derechos para todas y todos.
Que todo el mundo tenga miedo de la sanción social de ser menos «progre» y estar en contra del matrimonio homosexual, o del AVP, no significa que todo el mundo nos acepte.
Es por muchos sabido que una de las organizaciones “punta de lanza” en este cometido fue, es y será el Movimiento por la Integración y Liberación Homosexual (MOVILH), quien tiene una importancia histórica y, por qué no decirlo, gran parte de la atención mediática en esos tópicos. Sin embargo, los últimos acontecimientos en los cuales la organización ha formado parte, y el despliegue comunicacional que ha construido recientemente, me parece, cuanto menos, digno de análisis.
La “diversidad sexual” es un valor en disputa. No es un valor obvio, absoluto. No es por todos compartido, ni siquiera conocido. Eso implica que, necesariamente, existan resistencias sociales en la aceptación de ese discurso: ser gay conlleva –aunque no queramos- ciertos estereotipos, ciertos prejuicios, famas e identidades, que van generando una idea que puede resultar agradable o desagradable, y ahí es donde se produce una cierta resistencia o rechazo. Bacán que hoy día haya más libertades para todos. Bacán que cada vez haya menos gays y lesbianas adolescentes sufriendo de bullying en los colegios. Bacán el apoyo de la juventud según las tasas del INJUV, pero falta. ¿Falta institucionalidad? Sí, pero falta cultura. Para todo parece faltar cultura, en todo caso. Aun así, concuerdo con el “Paso 2” del MOVILH: ahora vayamos a disputar el discurso en la resistencia.
Sin embargo, el problema es el método para disputar. El del MOVILH parece ser, por un lado, pan y circo: el MOVILH celebra a los que salen del closet, a los concejales, a los militares, a representantes de lugares donde ha existido históricamente una resistencia. Le da atención mediática, los premia. Por otro lado, condena públicamente todo acto homófobo: a sus hechores los reta, los visibiliza morbosamente, los trata de ignorantes, de boludos (por no decir otra palabra). Ejemplo: a Jacqueline Van Rysselberghe la ridiculiza, se ríe de ella, la basurea, y parece que se lo “merece” por tratar mal a los gays.
Este discurso genera terribles consecuencias.
Primero, con las flores a todos los gays, separa, distingue, discrimina (palabra manoseada hasta el extremo). Destaca la cualidad de “ser gay” como un valor en sí mismo, y la promueve. ¿Es bacán para el bando de los «progre»? Depende. Hay reacciones contrapuestas. ¿Cómo se sienten los militares, las fuerzas armadas, los concejales de comunas rurales? Obligados. Obligados a respetar y a tolerar. Es un deber. Se vence la resistencia mediante la fuerza y la presión de lo mediático.
Que me maten si acaso esa “buena crianza” pública al marino gay, al concejal gay, ese respeto que deben vociferar públicamente las instituciones relacionadas, no implica un posterior desahogo privado que alimenta la intolerancia, la rabia, la envidia, etcétera, que solidifica la broma con desprecio en el almuerzo familiar, que recrudece las distancias entre unos y otros, que destruye toda posibilidad de diálogo. Diálogo nunca propiciado por nadie. Nunca se intentó construir respeto, democracia, tolerancia. No. ¿Cómo MOVILH va a conversar con esos enfermos de los anti-gays, los ignorantes, los que no entienden nada? Con ellos no hay que conversar. A ellos hay que enseñarles, educarles, sí. ¿Cómo? ¿Imponiendo el discurso correcto? Me parece que no.
Es fascismo, la imposición del discurso correcto, es decir, la aplanadora de la tolerancia. Y como tal, no sólo produce distancia, sino que es incapaz de gestar cambios estructurales en “la cultura”, puesto que la cultura no se nutre de obligaciones, ni de discursos impuestos, ni de buenas prácticas. Que todo el mundo tenga miedo de la sanción social de ser menos «progre» y estar en contra del matrimonio homosexual, o del AVP, no significa que todo el mundo nos acepte. Ojo con eso. La verdadera meta es no reconocer distancias entre unos y otros, o que estas distancias no nos afecten. Ser capaces de conversar, de sostener diálogos, de escucharnos. Y eso implica partir por casa.
Hablemos nosotros. No obliguemos. No somos médicos, ni padres, ni jefes. Somos ciudadanos, conversemos. Construyamos verdadera tolerancia. Dejemos que los militares y los concejales hablen ellos en sus lugares de resistencia, en su elemento, con sus familias, con sus colegas. Ellos son los llamados a disputar el discurso en esos espacios. Nosotros eduquemos en los colegios y entre nuestras familias. Educar no es tan difícil, basta con comentar que alguien aquí o allá tiene un amigo gay, lesbiana, o que se fue a una marcha, bla bla blá.
Y por favor, eliminemos dichos como «La homosexualidad no es una enfermedad, la homofobia sí!”. Basta de buscar enfermos y basta de responder violencia con violencia. No nos convirtamos en la «policía cola».
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Foto: himajina
Comentarios
16 de septiembre
Si se trata de cambios culturales, de progresismo, de respeto y de aceptación del otro, si en definitiva buscamos batallar en favor de la diversidad sexual, por la posibilidad real de nuestros semejantes a pensar lo que les parezca o a elegir su propia orientación sexual sin ser por ello discriminados, en primer lugar tenemos que aclarar un par de conceptos. Es necesario porque éstos son sumamente importantes cuando se trata de un cambio de valores que intentan construir nuevas formas de convivencia.
Los términos de «tolerancia» y de «respeto» son totalmente distintos porque incluso conllevan consecuencias contradictorias. A modo de ejemplo, la «tolerancia» quiere decir algo así como «que te soporto porque no tengo otra alternativa, porque así lo dictaminan las leyes, las buenas costumbres y hasta la moda». Sin embargo, el «respeto» va más allá porque no implica una imposición moral sino que se refiere a un valor auténticamente democrático, de aceptación del otro en un sentido amplio y profundo. «Respeto» se traduce en atención y en consideración mientras que la tolerancia no tiene vínculo alguno con éste: donde mejor podemos diferenciarlos es cuando hablamos de los derechos del hombre. Ocurre que es muy distinto «tolerar» los derechos humanos que respetarlos.
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17 de septiembre
Alfredo, que honor tener comentarios tuyos en mi columna.
Sin duda que la precisión conceptual ayuda muchísimo a lo que quería denunciar en esta ocasión. Sólo espero que no desvirtúe el debate de fondo, si consideramos que la «tolerancia fascista» es algo que se opone a la «tolerancia comunitaria» que se iguala al «respeto» que caracterizas en el comentario.
muchos saludos y gracias por tu opinión.
pd: aprovecho de aclarar que esta columna no representa necesariamente el pensamiento de la fundación daniel zamudio ni nadie que la integre.
18 de septiembre
Sebastián Mansilla: Muchas gracias por tus palabras. Y no te preocupes porque se entendió perfectamente el sentido de tu artículo y la diferencia entre los tipos de tolerancia que planteas. Saludos.