Personalmente considero que el nacionalismo es una cuestión despreciable, una distinción injusta entre el “nosotros” y el “ellos”, donde al primer grupo se le perdona lo imperdonable y al segundo se le condena sin juicio y por las más mínimas diferencias de idiosincracia. Por razones evolutivas, la mayoría de nosotros sentimos una inclinación a pensar que nuestro grupo mas íntimo es mejor que el resto. Una perspectiva menos visceral revela que esto no es real, ni tu familia es mejor, ni tu barrio es mejor, ni tu equipo de fútbol, ni tu país. Son diferentes sí, se sienten mejores quizás, e incluso probablemente se puedan encontrar aspectos arbitrarios donde nuestra isla puntúe mejor que la otra, pero no son intrínsecamente mejores, ni de ninguna manera se podría justificar racionalmente ningún atisbo de soberbia ni desprecio por el otro.
Estas no son necesariamente palabras sacrílegas en el mes de la patria, pues sí hay motivos para celebrar que no implican ser nacionalista. Si bien no tiene sentido celebrar la formidable suerte que tenemos de ser chilenos, pues como ya dije, no somos mejores ni peores, es tremendamente relevante celebrar la transición de un régimen opresor y explotador a un sistema republicano y democrático.Mi Chile independiente imaginario incluye ciudadanos educados gratuitamente por el estado, con autosuficiencia energética y tecnológica, inmune a la corrupción, un consumidor austero y consciente, un idealista dispuesto a construir.
En septiembre podemos celebrar que somos distintos, que tenemos una diversidad que nos enriquece a nosotros y al mundo. Podemos celebrar uno de los muchos pasos históricos significativos en la construcción de un país que reconoce su derecho a la autodeterminación y rechaza la noción absurda de la monarquía. Podemos celebrar que no necesitamos el tutelaje de otros estados para definir nuestro futuro, ya que somos independientes. O mejor dicho, alguna vez imaginamos un ideal independiente e hicimos algunos de los cambios necesarios para facilitar algún nivel de independencia.
Pero la independencia es un proceso, y la Primera Junta Nacional de Gobierno no fue suficiente, ni bastó con terminar con la tiranía de O’Higgins como Director Supremo, ni sirvió la expansión territorial en perjuicio de los grupos originarios ni tampoco culminó redactando nuevas constituciones. La independencia inconclusa de Chile es multidimensional y ya no tiene la simpleza de hace 200 años donde bastaba rechazar la monarquía española. La independencia tiene que ver con afirmar que poseemos la madurez y la habilidad necesarias para autogobernarnos exitosamente sin tutelaje, y en ese aspecto aún hay tarea por hacer.
Un gran retroceso en nuestro proceso de independencia fue el golpe de estado de 1973. El proceso de independencia también tiene que ver con crear las circunstancias donde un pueblo educado pueda tomar las decisiones y estas logren ser implementadas. Mi Chile independiente imaginario incluye ciudadanos educados gratuitamente por el estado, con autosuficiencia energética y tecnológica, inmune a la corrupción, un consumidor austero y consciente, un idealista dispuesto a construir.
Mis deseos para este mes de septiembre son de celebración por lo que tenemos, sin complacencia pero con conciencia de lo que nos falta por hacer. Mis aspiraciones son ver menos arengas nacionalistas y más disposición a ser un agente de cambio. Menos banderas pasivas y más idealismo activo. Quiero un Chile que no esté dominado por el egoísmo y derrotado por las circunstancias, sino uno independiente, asertivo constructor de su propio futuro.
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