Hoy la justicia británica decidió extraditar a Suecia a Julian Asssange, para que allí enfrente las acusaciones por abuso sexual en su contra. Comienza una nueva etapa de la historia de Wikileaks. No está claro si estas denuncias tienen vinculación con la estrategia montada para atacar a Wikileaks por la filtración de documentación confidencial de diversos gobiernos, aunque las sospechas indican que puede ser cierta la argumentación de la defensa de Assange.
Pero una cosa sí es evidente: la batalla que estamos presenciando va más allá de Wikileaks y de la figura de su fundador.
Cuando en las redes miles de personas empiezan a usar la etiqueta #FreeAssange, lo que están diciendo es ¡Basta Ya! Más cuando en las últimas semanas hemos presenciado como regímenes dictatoriales del mundo árabe, apoyados históricamente por las democracias occidentales, han sido sacudidos por levantamientos de sus ciudadanos reclamando por sus libertades y por el fin al expolio económico que sus propios gobiernos han llevado adelante con la anuencia (y provecho) del sistema financiero mundial.
Es fundamental tener claro que no es una defensa de la persona, ni de la organización, ni de los métodos que ha usado para generar este conflicto. Es una defensa de lo que hoy representan en la conciencia mundial (o en cierta parte de ella): el derecho de la ciudadanía a conocer lo que sus gobiernos hacen y cómo se salvaguardan en Internet las libertades de expresión, información y de pensamiento.
#FreeAssange es una respuesta a quienes indican que la transparencia no le hace bien a los gobiernos ni a los estados ni a sus ciudadanos; a los que pontifican defendiendo el cinismo como recurso válido en las relaciones entre los países, las sociedades y las personas; a los que dicen que la verdad puede costar vidas (como si las mentiras fueran salvadoras); a los que se sienten cómodos con estados opacos. Es hacer realidad el adagio que los estados deben ser responsables de sus actos y que éstos deben dar cuenta ante todos nosotros.
#FreeAssange es la manera en que la ciudadanía se está manifestando (y organizando) a lo largo del mundo, utilizando plataformas Web y redes sociales sobre las cuales están recayendo crecientes sospechas (cuando no pruebas contundentes) de estar aliadas con esos mismos gobiernos. Una forma de levantar la voz en un espacio, la Web, en la que derechos humanos básicos que creíamos consagrados (por lo menos en las que se suelen denominar democracias occidentales) han quedado en manos de proveedores privados de servicios.
#FreeAssange es sobre el futuro y las oportunidades que mis hijos tendrán para desarrollarse libremente, usando sus capacidades para -sin censura alguna- contribuir a sociedades más abiertas y tolerantes. Es sobre como ellos ejercerán sus derechos civiles, hasta donde podrán hacerlo y cuáles serán los medios que dispondrán para reclamar cada vez que sientan que sus libertades estén siendo ignoradas o vulneradas.
#FreeAssange es sobre ciudadanía controlando a los estados, para contrarrestar la vigilancia que estos realizan de las personas.
No faltan ni faltarán quienes realicen una defensa de todas las etiquetas que, parcial o totalmente, se opongan a #FreeAssange. Los que digan los tradicionales “sí, pero” y que por razones formales o de fondo, argumenten que todo este episodio, habiendo podido ser positivo para el mundo, será un boomerang que se vuelva contra los fines mismos que Wikileaks perseguía. Y en ese ejercicio toda razón para demoler a Wikileaks será válida.
La pregunta, entonces, es de qué lado estás tú.
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