Si el lector piensa que me sumo a las críticas de la Iglesia Católica por los abusos sexuales que cometen sus miembros, no se equivoca. Pero esta nota va de otro tema. Dramático: Chile acaba de darle luz verde a los productos transgénicos. El Senado ratificó el convenio Upov 1991. Como se trata de asuntos importantes para la vida de los chilenos, lo hizo sin participación ni consulta de la ciudadanía.
En el corto plazo, la empresa Monsanto podrá obtener la propiedad de la mayoría de las semillas originarias, aquellas cultivadas desde hace siglos por los pueblos indígenas y los campesinos del país. No sólo la Hidra-Aysén y la Iglesia Católica nos dan malas noticias: también esta empresa pirata que intenta apoderarse de nuestra riqueza biológica con la complicidad del Senado.
La liberación de los transgénicos trae consigo la contaminación genética de las especies vegetales naturales, hace peligrar la semilla nativa y la agricultura orgánica, incrementa sustancialmente la dependencia de los agricultores locales y eleva el precio de los alimentos. De ahí que la Unión Europea no admitiese el ingreso de los transgénicos a sus mercados.
El cultivo de una semilla Monsanto produce, una vez, lo que se busca producir. Pero las semillas de esos vegetales son infértiles: si quieres volver a sembrar el mismo vegetal, tienes que volver a comprarle semillas a Monsanto. De ese modo el productor se transforma en un cliente cautivo.
Esta noticia es grave por donde se la mire. La ratificación del convenio UPOV 1991 es parte de la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio entre Chile y EEUU firmado por Lagos y Bush el 2003. Monsanto fue una de las compañías que financió la campaña presidencial de George W. Bush. Una cosa trae la otra.
Monsanto es el segundo productor mundial de agroquímicos y uno de los principales proveedores de semillas. Su fusión con America Home Products hará de ella el mayor vendedor de alimentos de los EEUU.
Monsanto introdujo la primera generación de cultivos transgénicos y es hoy es el principal proveedor de semillas transgénicas en Latinoamérica, EEUU y Canadá. Los cultivos de sus semillas representan más del 90% de todos los cultivos transgénicos del mundo. Durante la Guerra de Vietnam, las fuerzas militares estadounidenses utilizaron el “Agente Naranja” fabricado por Monsanto para destruir definitivamente los ecosistemas de la selva tropical vietnamita.
La urgencia de Monsanto por liberar sus semillas en América Latina se debe al rechazo de Europa a los cultivos transgénicos. A diferencia de lo que aquí ocurre, Europa aplica políticas protectoras de la salud y el medio ambiente.
La noticia también es mala por otras razones. Los cultivos transgénicos dañan la flora, la fauna, el suelo y la salud humana. Hasta ahora ninguna empresa biotecnológica ha podido probar la inocuidad de los transgénicos en la salud humana y animal. Por el contrario, cada vez hay más estudios que demuestran que son una gran amenaza para la salud y la naturaleza.
¿Cuál es el negocio de Monsanto? Altera genéticamente organismos vegetales ya existentes para “mejorar” su calidad, haciéndolos resistentes a plagas y herbicidas.
Los transgénicos son plantas mutantes que los insectos -seres aparentemente más inteligentes que el hombre- no se comen y que el herbadox no mata.
Los que más se cultivan en la actualidad son la soya, el maíz y el raps.
Monsanto patenta esas semillas y se las apropia. Infecta las especies nativas y en poco tiempo controla la totalidad del mercado.
En Chile, hasta ahora, el negocio de los transgénicos estaba limitado a las semillas. Pero con estas mismas leyes, Monsanto está pidiendo en los EEUU patentar la carne de cerdo de crianza.
Hay empresas similares que buscan apoderarse de la propiedad del genoma humano.
¿Cuánto nos demoraremos en llegar a eso?
¿Qué recurso natural nos queda en Chile que no esté en manos privadas?
Toda el agua potable es privada. Bachelet privatizó el mar de Chiloé. Aylwin y la Concertación privatizaron el Cobre.
¿Dejaremos que nuestras semillas y nuestros vegetales caigan en manos de Monsanto?
La liberalización de los transgénicos es noticia nefasta para todos los chilenos. Forma parte de la evidente crisis de nuestro sistema político y de nuestro modelo económico que nos hunden cada vez más en la dependencia y la sumisión al poder del dinero.
¿Hasta dónde irá la paciencia de la ciudadanía?
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Foto: Olmovich / Licencia CC
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