“En las sociedades occidentales modernas la palabra <nosotros> no nombra una realidad, sino un problema”.(Marina Garcés, 2013, p.28)
Los hechos ocurridos en el norte de Chile han sido un tema que difícilmente nos ha dejado indiferentes. Tanto en los medios de comunicación masiva como en redes sociales, imágenes, videos y distintas voces se han pronunciado por lo ocurrido. Sin embargo, como suele pasarnos, con el transcurrir de los días corremos el riesgo de que dicha problemática no provoque más que una simple conmoción y una empatía tan efímera como inconsistente. Por el contrario, creo que esta situación no solo pone de manifiesto la falta de políticas públicas y nuestra insensibilidad como especie, sino también la incapacidad de concebir y dibujar un mundo común, de dar forma a espacios y procesos colectivos. Tal como lo recoge la filósofa y maestra Marina Garcés, el <nosotros> se presenta como problema, porque nos saca de nuestra zona de confort y nos obliga a trascender el <yo> que tanto nos acomoda.
Desde un ideal universalista, la sensación de un mundo único y totalizado se ha sostenido en gran parte por los niveles de comunicación y conectividad que existen actualmente, sin embargo, habitamos un mundo totalmente fragmentado, dividido y en constantes conflictos culturales, ideológicos, políticos, religiosos, etc. Sumado a ello, la consumación del individualismo ha derivado en la búsqueda y reproducción de una experiencia privada que suprime la dimensión común. La globalización y el capitalismo nos ha vendido una idea de libertad individual que hemos perseguido con el afán de alcanzar una emancipación personal, no obstante, en esa búsqueda de estatus y confirmación del yo, hemos perdido de vista por mucho tiempo el sentido de comunidad, hemos olvidado que el mundo es un lugar donde coexistimos. Dicho de otro modo, nos hemos adscrito a la creencia de que nuestra libertad termina donde empieza la del otro, cuando en realidad ambas se complementan. Nuestra libertad afecta y se cruza con la de quienes tenemos a nuestro alrededor, por consiguiente, no se trata de una libertad con base en la independencia y/o la autonomía, sino también en el trato, la solidaridad, el respeto y la responsabilidad.La violencia, el fuego y los cánticos que nos llegan del norte no es solo muestra de intolerancia, xenofobia y discriminación es, por sobre todo, nuestra dificultad de convivir, de imaginar un ´nosotros` y de reconocernos en nuestra finitud, fragilidad y vulnerabilidad.
Pero esta idea de individualidad no solo adquiere presencia en materia migratoria, a nivel educativo por años el discurso hegemónico nos ha presentado una visión del aprendizaje centrada “en el niño o niña”, instándonos a desplegar estrategias que se concentren en los intereses de cada uno, por sobre la construcción de un proyecto colectivo. Frente a ello, resultaría legítimo discutir si realmente el foco debería estar únicamente en el aprendiz o si, por el contrario, deberíamos, además, poner en el centro la propia vida, el mundo y la comunidad. Naturalmente, este giro no implicaría anular la singularidad de cada cual, sino más bien tomarla como punto de partida para sedimentar espacios plurales, interculturales e inclusivos, al margen de lógicas puramente productivas y de medición.
Convendría sobre esto darle vueltas a la idea de que los niños y niñas traen consigo la posibilidad de renovar el mundo, incluso no es inapropiado pensar que son ellos y ellas quienes alimentan la esperanza de un futuro más digno de habitar, pero todo esto debe cultivarse en el presente, lo que significa en primera instancia comprometernos como adultos a no arrebatarles esa posibilidad, ni con nuestros actos ni con nuestras palabras. Siguiendo a la filósofa Hannah Arendt, el mundo no es humano por estar habitado por humanos, sino por el discurso que construimos en relación a él. Nosotros humanizamos el mundo y en ese transcurso aprendemos a ser humanos.
Con todo esto, lo ocurrido en Iquique no debe remitirse solo a una conversación de sobremesa, sino también debe instalar en cada cual distintas interrogantes: ¿Cómo nos afecta lo ocurrido?, ¿Cómo atendemos, desde nuestros espacios, a lo que está pasando?, ¿Qué requiere de nuestra parte?, ¿Qué mundo estamos construyendo y ofreciendo a los que recién han llegado a él? En definitiva, la violencia, el fuego y los cánticos que nos llegan del norte no es solo muestra de intolerancia, xenofobia y discriminación es, por sobre todo, nuestra dificultad de convivir, de imaginar un <nosotros> y de reconocernos en nuestra finitud, fragilidad y vulnerabilidad.
Comentarios
29 de septiembre
No somos libres, y nuestros explotadores estan propiciando la llegada de mas….gente para seguir enriqueciendose con nuestro esfuerzo.
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30 de septiembre
Cuando lleguen «demasiados» colegas tuyos y te empiecen a dejar cesante ahí te quiero ver si vas a seguir siendo tan pro-migra….por cierto, para ser docente y tener una maestría, deja harto que desear tu redacción que se hace tan pesada, engolada y redundante con esa estupidez que les dio ahora a los progres de hablar de «los niños y las niñas», «los ciudadanos y ciudadanas», «ellos y ellas»…al parecer no entienden el concepto de economía lingüística, y las reglas de la R.A.E. claramente se las pasan por el arco del triunfo, en fin, esperemos que esta moda estúpida pase pronto y nuestro querido Chile vuelva a ser como siempre fue, habitado por chilenos, sin arepas ni reggaetton.
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27 de octubre
Desde mi punto de vista, todo el mundo está ardiendo y es necesario. Hay quienes se aferran a lo viejo y hay quienes miran a futuro. Pero tienes mucha razón de que la conversación tiene que ser en el presente. Es hoy cuando importa poner sobre la mesa estos temas y no sólo los adultos, sino que en comunidad.
Emigrar de un país requiere coraje y valentía, implica hacer el ejercicio de pensarte con otras posibilidades y «probar suerte». Es una pena que algunos se sientan con el derecho de destrozar esa suerte por nacer en equis lugar. En este mundo globalizado es un hecho que las personas seguirán moviéndose, buscando esa libertad que dices, porque sería iluso quedarnos en que esta viene dada por la condición humana.
Lo que más preocupa al resto es el trabajo, porque a los hijos del capitalismo además de la individualidad nos enseñaron la competitividad. La incertidumbre de la cesantía es genuina, pero también muestra una imposibilidad de pensarse desde otro lugar, que es a la vez a lo que apunta tu reflexión.
No sé, creo que en este fuego inmenso que está quemando esquemas y estructuras en todo el mundo hay quienes ponen leña y quienes, como desde siempre, se han sentado a su alrededor a compartir y filosofar. Ambos son válidos y se complementan.
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