Desde la muerte de los filósofos chilenos Humberto Giannini y Juan Rivano, ocurrida recientemente con un intervalo de meses, me he encontrado promoviendo lo que puede llamarse una ciudadanía filosófica en Chile. El quehacer filosófico puesto en relación al lugar donde se habita, donde se vive una cotidianidad, quizás donde se fue “criado”. Ciudadanía que no necesariamente debe traer como adjetivo el nombre del país, pero que indica al carácter de experiencia del pensamiento, es decir, de su “estar situado”, lo cual no es demérito de “universalidad”: las pequeñas polis griegas de la antigüedad se convirtieron en paradigma de universalidad filosófica.
Quiero proponer la experiencia de ciudadanía filosófica “en Chile” también como experiencia en una naturaleza donde la habitación humana convive con el terremoto. Ya lo he adelantado en el libro Los filósofos chilenos y el Bicentenario en relación el terremoto de 2010. Antes haré una breve precisión argumental.Estoy proponiendo una “iniciativa gianniniana” como un grupo de estudios de la obra y legado personal del autor, pero con una voluntad explícita de continuación crítica.
“Ciudadanía filosófica” como concepto, debiera remitirnos al concepto de “acción” de la filósofa política del siglo XX Hannah Arendt. En la “acción” no aparece la escisión moderna de lo que conocemos en el dualismo teoría/práctica. La “acción” está ya siempre actuando y la acción humana acontece en lo público, con otros, por lo que está ya siempre en el sentido: es un modo de apertura y comprensión de un mundo.
La “acción” de Arendt tiene muchas relaciones con la “praxis” marxista o marxiana. Marx habría atendido a una necesidad epocal de sacar la especulación filosófica de los “meros conceptos”, y hacer la filosofía que la historicidad moderna pedía. Pero Marx presuponía la escisión de teoría y práctica: que el pensamiento ocurre como contemplación, en la idea; mientras que la conducta se da como mero movimiento, al cual se puede agregar ideas en uno u otro sentido. El trabajo humano sería el lugar de reencuentro.
Marx fue demasiado moderno, y Arendt fue alguien ya un poco pasada de modernidad. Pero no más europeos. Volvamos a Chile. Ciudadanía filosófica en Chile equivale a proponer la acción o praxis de quien hace filosofía entre nosotros.
Polémicamente afirmaba en columnas anteriores que la ciudadanía filosófica en Chile se caracteriza por un desprecio de la herencia de nuestros pensadores. “En Chile el pensamiento muere con quien lo ha pensado”, citaba al mismo Giannini. Entonces me produce desazón un Coloquio Internacional Conversaciones Humberto Giannini, convocado para conmemorar un año justo de su deceso, noviembre 2014 (al cual he presentado una ponencia teórica y una segunda propuesta para debatir las mismas cosas que he tratado en estas columnas), porque la ocasión del homenaje es, a veces, el camino más expedito del olvido: nos deja a todos políticamente conformes y seguimos en la misma.
Estoy proponiendo una “iniciativa gianniniana” como un grupo de estudios de la obra y legado personal del autor, pero con una voluntad explícita de continuación crítica. Cualquiera puede resultar esa continuación. Lo decisivo es no hacer desparecer. Entonces con la lucidez y filo que le es propio, Pablo Oyarzún me ha señalado que “La cooperación, el legado, la herencia son cosas delicadas, secretas, tan secretas que muchas veces el legatario ni sabe” (Pablo Solari lo apoya irrestrictamente). Con honestidad -y su amistad- casi me ha tratado de voluntarioso. Cree que el pensamiento de uno de sus “viejos decisivos”, Patricio Marchant, “no se ha disipado”. Me sugiere que mi iniciativa puede dar lugar a espacios autoritarios de pensamiento. Le(s) respondo que eso se llama riesgo, que no hay ciudadanía ni praxis ni acción que pueda asegurarnos de hacerlo bien.
El propósito gianniniano como voluntad de política filosófica guarda relación con este otro hecho de la (no)herencia: nunca ha existido algo como una escuela chilena de filosofía. Una corriente de pensamiento fundada por un núcleo de intelectuales nativos o avencindados por estos lados. No se trata de patriotismo o nacionalismo filosófico, se trata de masa crítica para crear y sostener una postura filosófica interesante, que pueda pensar lo que sucede por estos lares y que también resulte importante como pensamiento más universal de la habitación humana.
Giannini lo dijo con su ya famosa frase: “En Chile hay filósofos pero no hay filosofía”. Entre nosotros, cada intento de pensar debe hacerlo de manera individualista y todo de nuevo. No hay filosofía para unos discípulos. En cambio los filósofos en Argentina han generado escuelas de pensamiento.
Una masa crítica de filósofos permite o exige el diálogo y proporciona una audiencia; su multiplicidad. Algo tan simple como sentirse escuchado, saberse leído y saber dónde se pueden escuchar cosas bien dichas. Permite hacer ciudadanía de modo que los filósofos recuperen un saber decir a los pueblos y ante las instituciones.
Entonces pienso en el grupo que está haciendo hoy la herencia de Francisco Bilbao. ¿Cuál es su audiencia?, ¿hay en ellos un proyecto de ciudadanía filosófica de manera que esa “república americana” que pensaba (soñaba) Bilbao resulte una herencia abierta para la república que podemos querer hoy?, ¿o se trata de una afición intelectual sofisticada? Yo sé que no: por eso se ocupan de publicar permanentemente sus avances en un diario electrónico de circulación abierta.
Pues, si la república de Bilbao debe pensar lo americano del habitar el mundo, este habitar incluye la naturaleza. Pensar el terremoto –este fenómeno como inevitablemente chileno-, ofrece una perspectiva en la dirección que ninguna tecnociencia puede controlar. Puede mostrar la experiencia cuando ninguna forma de urbanismo sustituye las geografías. Cuando la falla geológica –de las placas- donde dicen que nos sentamos, también puede hablar del sentido y la comprensión humana como fisura. El terremoto se nos daría como experiencia para unos conceptos actualmente necesarios de lo humano.
Comentarios
22 de septiembre
…, y P. Oyarzún me responde con un recuerdo de aquella obra
El terremoto en Chile, de Heinrich von Kleist,
con la siguiente variante:
El terremoto de Kleist — en Chile
–que resulta el título de un artículo o ponencia suya de 2009,
entre las miles que ya ni sabe cuántas–
y que viene epigrafiada por Kant:
«Todo lo que la imaginación pueda representarse de aterrador
hay que tomarlo en su conjunto para figurarse de algún modo
el pavor que han debido sentir los seres humanos cuando
la tierra se mueve bajo sus pies, cuando todo en torno a ellos
se derrumba, cuando un masa de agua agitada en su fondo
consuma la desdicha con inundaciones, cuando el temor a
la muerte, la desesperación por la pérdida completa de todos
los bienes, en fin, la vista de otros desventurados abate hasta
el coraje más firme.
Sería conmovedor un relato semejante, y porque tiene efecto
en el corazón, quizá podría tenerlo también en su mejoramiento.
Pero dejo esta historia a manos más hábiles.
Aquí sólo describo el trabajo de la naturaleza, las singulares
circunstancias naturales que acompañaron al terrible evento
y sus causas.
-1
22 de septiembre
Lo que comprueba que alguien como Oyarzún
pareciera haber paseado ya por cualquier tópico
de la filosofía que uno imagine
Lo que me hace imaginar cómo será, cómo podría
ocurrir algo como la herencia de Oyarzún
Pero, ¿qué piensa Oyarzún si, por decirlo así,
lo piensa todo (y sus variantes y sus reversos)?
Su influencia es innegable en el medio y, por
supuesto, en generaciones que lo hemos tenido de
profesor. Es una influencia dispersa (y negada y molesta)
imposible de «estructurar», hasta ahora, que yo sepa
–o esté enterado (que sucede a menudo)– en un
modo, una teoría o un tipo de experiencia filosófica.
Él dice no quererla, lo cual es comprensible
(es argumentable). Esta columna le pregunta
por una generosidad, por la generosidad ante
el terremoto y ante la ciudadanía filosófica.
Entonces responde así….