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El Papa Francisco ¿víctima de una confabulación?

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Han pasado algunos días de la visita del Papa Francisco a Chile, suficientes como para mirar con cierta perspectiva  los datos que dejó  su peregrinar por Santiago, Temuco e Iquique. Desde luego, el mensaje que instaló entre nosotros como pastor de almas se refundió felizmente en temas valóricos muy vinculados a nuestras realidades; acuñando de paso, un estilo cercano y sensible que a muchos los llevó a sentirlo como un patriarca entrañable. Habló de la dignidad, de la unidad, de la inclusión; les dijo a los jóvenes que lucharan por sus sueños  y que no cayeran en la abulia, recitó a nuestros poetas y a nuestros santos; al padre Hurtado, al enorme monseñor Silva Henríquez; se expresó contra el clericalismo, esa turbia combinación de piedad y poder político; y en lo cotidiano, abrazó a los pobres y a los afligidos; y en pleno vuelo casó a un matrimonio cuando se dirigía a Iquique, y se convirtió en ese pastor  cercano, distinto, latinoamericano, que conmovió a todos. Hasta que una frase desafortunada suya tendió un manto de duda sobre su visita y la llenó de contradicciones.

Contradicciones que ni siquiera su gesto solidario de ir en socorro de una carabinera que se cayó de su caballo en plena travesía papal pudo desvanecer, justo cuando estaba a pocas horas de abandonar el país. Como por efecto de un artificio indiscernible, la profunda certeza de sus  reflexiones y la riqueza emocional de sus observaciones quedaron como traspapeladas en función del escándalo. Para ello solo le bastó sostener que las acusaciones contra el obispo Barros, sin prueba alguna que las respaldara, no eran sino calumnias, creando de inmediato un mar de especulaciones que simplemente parecieron desbaratar el peregrinaje tranquilo y fecundo que lo venía distinguiendo desde su arribo al país. Y esto porque su declaración entraba en flagrante contradicción con el derecho de los otros, las víctimas de abuso, y con el perdón que solicitara en la Moneda dos días antes en referencia a los abusos de carácter sexual protagonizados por miembros de la Iglesia. Fue como si de pronto el Papa se viera obligado a tomar partido en favor de Barros por imperativo de un acuerdo corporativo encabezado por los obispos, con absoluto desprecio de parte de estos, de las obligaciones y protocolos del pontífice.  ¿En esta coyuntura, hubo algún interés de los obispos  en proteger la integridad del Papa Francisco y evitar que cayera en el error?  Desde luego, no.

Para el común de las personas, el apoyo del Papa al obispo Barros de la Diócesis de Osorno, acusado por los mismos que acusaron a Karadima, de estar al tanto de los abusos sexuales de este y de haber sido testigo de muchos de sus actos sin hacer nada para impedirlo, parece estar cercado por una muralla de protección  que, en términos reales,  se presiente juramentada en sus privilegios y en una irrenunciable decisión de cerrar toda posible investigación respecto de los suyos. Se sabe que la Iglesia chilena intentó ocultar estos crímenes, sea para evitar sus repercusiones, sea para proteger la carrera clerical de la actual generación de obispos, fuertemente influida en su momento por el carisma y el poder de Karadima. Hoy quedó en evidencia que la Iglesia chilena aprovechó la venida del Papa para consolidar de una vez por todas la permanencia de Barros como obispo de Osorno. Lo confirma la apresurada declaración del presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Santiago Silva, de apoyo irrestricto a lo dicho por el papa Francisco respecto al carácter calumnioso de las acusaciones contra el obispo de Osorno.

Las escenas de forcejeos y entredichos  de obispos y periodistas en Iquique hablan por sí solas, y dan a entender la existencia de acuerdos formalizados entre los obispos y su pastor.  Nadie se debe llamar a engaño: los principales defensores de Barros son parte del grupo que creció y se desarrolló alrededor del sacerdote Karadima, sancionado por la propia Iglesia como culpable de abusos sexuales después de la denuncia de los ex seminaristas, hoy profesionales: Cruz, Hamilton y Battle.

En la cárcel de mujeres el Papa Francisco habló de la dignidad y más tarde en una inusitada  declaración en el último tramo de su visita a Chile ―a minutos de iniciar una misa― prácticamente borró de un plumazo su llamado a no tocar la dignidad de las personas al lastimar con su palabra a quienes, junto con acusar a Karadima en su momento, vienen señalando  al obispo Barros de ser cómplice pasivo; porque definir su acusación como una calumnia, como lo hizo el santo padre, los rebaja en su dignidad y moralmente descalifica  sus intenciones;  y trágicamente desvaloriza su gesto épico de denunciar los abusos sexuales de que fueron objeto. Ahora,  ¿cómo es posible que los acusadores de Karadima hayan dicho la verdad respecto de su culpabilidad,  y al mismo tiempo estén mintiendo en cuanto a la presencia del obispo Barros en muchos de los actos de que fueron víctimas? Carece de toda lógica. Recordemos que el papel de Cruz, Battle y Hamilton, entre otros, fue determinante para provocar en Chile un movimiento revitalizador de transparencia y verdad al interior de la Iglesia joven.

¿En esta coyuntura, hubo algún interés de los obispos en proteger la integridad del Papa Francisco y evitar que cayera en el error? Desde luego, no.

No es baladí que en su momento, estos jóvenes hayan tenido la valentía de denunciar los atropellos de Karadima contra sus propios cuerpos, exponiéndose a la incomprensión, e incluso a los prejuicios sociales; y a las terribles consecuencias de la acción silenciadora de una Iglesia con todo el poder de su influencia.  Los hechos acaecidos con ocasión de la visita papal así lo están demostrando. Por cierto, la dignidad, como dijo el Papa Francisco en la cárcel de mujeres, no se toca; se cuida, se respeta y se protege. Desde los orígenes de la humanidad la cuestión de la dignidad fue el faro protector de las libertades del hombre y la garantía de vivir en armonía consigo mismo y con los demás. Cuando Mencio, en el siglo III a.c., dijo:  “Amo la vida, pero hay algo que amo más que la vida; por eso no aceptaré la vida a cualquier precio”, el filósofo chino nos estaba diciendo  que aquello que es más valioso que la vida misma es precisamente la dignidad, ese valor humano del que  su pastor espiritual intentó despojarlos cuando aún eran niños y del que se  defendieron luego, corriendo el riesgo  de ser perseguidos por denunciarlo. Ante esta flagrante contradicción solo cabe pensar que el papa fue víctima de una confabulación de sus pastores apostólicos, que no trepidaron en exponer al santo padre, al error y a la crítica.

Como si hubiese sido la coronación de un plan fraguado por los obispos, el Papa Francisco en esta coyuntura se quedó con los argumentos  de sus pastores en beneficio del hermano Barros y actuó como si hubiese adquirido un compromiso con ellos. Lo confirma la extraña afirmación del obispo emérito monseñor Errázuriz, quien adelantó la decisión del Papa pocas horas antes de que este lo hiciera público ante una periodista en la ciudad de Iquique.  Es fácil colegir entonces una especie de juramento de fidelidad entre los obispos  para convencer a un Papa en extremo frágil por sus escasas fuentes de información, que no fueran las de estos mismos sacerdotes.

Conscientes de que los hombres buenos siempre tienen una cuota de ingenuidad al momento de tomar sus decisiones, solo nos queda la penosa sensación de que la visita papal a Chile vino a resultar en la exitosa defensa corporativa de un obispo que no fue capaz de ningún gesto que lo enalteciera como autoridad eclesial o como persona. Nos quedamos entonces, a contrapelo de nuestros deseos, con la imagen del Papa dándole un inconcebible espaldarazo de confianza al obispo Barros en medio del desencanto de los inocentes y la prepotencia de los pecadores. Muy triste.

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2 Comentarios

Juan Pablo O'Ryan Guerrero

Estimado Gonzalo: Sú análisis sobre el asunto:¡ BRILLANTE! ; lo que no es noticia. Si bien comparto​ en gran medida su visión sobre la visita del Papa Francisco; frente al el»manoseado» tema Barros, hay algo que me impide condenarlo a la hoguera: Se dice que el Obispo, en comento, habría sido un OBSERVADOR PASIVO de los actos sexuales de Karadima; no, un participe en los mismos o en otros. No hay pruebas al canto; lo que si hay es un SILENCIO CULPOSO que lo hace cómplice. El Papa, como pastor de todas sus ovejas, debe defenderlas si no existen pruebas incriminatorias contundentes;… como debería hacerlo cualquiera que tenga autoridad sobre súbditos; más aún, si han sido investidos por méritos y dignos de su confianza. Lo que está mal es calificar de «calumnia» lo denunciado por los abusados de Karadima. El habló de dignidad; y, su mismo discurso lo traicionó. Debería pedir disculpa y empatizar con los agredidos.
Sin embargo,valiente es quien, soportando imputaciones no sólidamente comprobadas, sigue dando la cara; marginarse-por cualquier motivo- sería, para muchos, admitir una culpa.
No olvidemos que los hombres juzgan actitudes; las intenciones…sólo Dios.
Ante el asedio farisaico de las multitudes que piden :»Crucifícalo», Francisco ha dicho: «¿Quién soy yo para condenar a un GAY que se define católico?»; «¿Cómo reaccionaría Jesús ante esta situación?» ; «Que lance la primera piedra quien esté libre de Pecado».
¿Será un castigo por haber sido Obispo Castrense?

    pablo-goria

    pablo-goria

    Juan Pablo, desde un punto de vista doctrinario donde las convicciones éticas de los dignatarios de la Iglesia parecen no coincidir con el sentido común de la ciudadanía, puedo concederle, con reparos, que la visión de los hechos que nos ocupan están revestidos de cierta complejidad, sin embargo los antecedentes que se han venido recordando en diversos medios respecto de este capítulo ―que no nació con la venida del Papa Francisco, ni siquiera con el nombramiento del obispo el 2015, sino durante la acusación que Cruz, Hamilton, Battle y Murillo entablaron contra Karadima ya en el 2004 hasta su condena en 2011―, redundan en testimonios, declaraciones y hechos acreditados que dicen exactamente lo contrario. De modo que es muy difícil presumir que se trata de una odiosidad de última hora. Respecto de que su condición de ex obispo castrense sea una causa para zaherir al obispo Barros, es como caer en los mismos prejuicios que al parecer inspiran a los dignatarios de la actual Iglesia chilena, sin descontar que las relaciones de los gobiernos democráticos, con el obispo castrense de turno, desde el término de la dictadura hasta hoy, han sido llevadas por todos los gobiernos de turno, con la normalidad que caracteriza al régimen republicano. Un abrazo y gracias por tu lectura.