La pasividad y el silencio que las sociedades cobijaron durante décadas en nuestro país es el fiel reflejo de una actitud colectiva sustentada en el temor. Las experiencias permiten al ser humano construir imaginarios de acuerdo al conocimiento adquirido a través del tiempo, y en esta construcción los procesos cognitivos actúan como condicionantes en la adopción de posiciones frente a determinados estímulos situacionales.
[texto_destacado]La consecuencia de un largo período de dictadura dejó una huella generacional difícil de minimizar, provocando paulatinamente con ello el alejamiento ciudadano de la participación organizativa. Si a esto sumamos el desarrollo y gestión política de los años posteriores, en donde se apostó al crecimiento desde grupos cerrados con ideales comunes e intereses particulares, presentados desde discursos de democracia, podemos detectar y comprender la gran brecha que hoy separa a dirigentes electos de comunidades sin compromisos partidarios formales. Esto ha traído grandes efectos en la concepción de todos aquellos elementos hoy asimilados a la política.
Para un grupo social no menor, participar en política significa formar parte de un globo ideológico sustentado en los intereses personales más que en la búsqueda del bienestar comunitario, promoviendo un sistema arraigado en: “aprovechamiento de bienes públicos”,” coimas”, “acomodos entre pares” y “ocultamiento de información”. Otros simplemente han formado un pensamiento desde el miedo que algún día se originó producto de las represalias totalitarias tomadas contra quienes promovieron un ideal diferente al entonces imperante sistema de gobierno.
La mediatización partidista ha sido un actor sustancial en el planteamiento y la forma de asumir los procesos políticos en Chile y el mundo, mostrando el rol dirigencial como representativo, pero desde una posición jerarquizada, donde quien es elegido a través de un sufragio electoral, se presenta como una voz autorizada que asume potestades dirigenciales según un programa predefinido que apunta a un proyecto sectorizado de bienestar ciudadano.
Desde el análisis sistemático relacional, contextualizado en la política de nuestros días, es posible incluso replicar el escenario de interacción política en el campo institucional privado-productivo. Si bien la comparación guarda grandes asimetrías, existen puntos comunes que permiten justificarla. Al igual que en las organizaciones privadas con fines de lucro, existe una relación jerárquica entre quienes son elegidos representantes y la ciudadanía representada. Más aún, el primero tiene el poder de decisión al momento de presentar y dirimir medidas de cambio que apunten a alcanzar el bienestar, desplazando al segundo a una pasividad frente a las decisiones tomadas.
Los gobiernos locales y hasta dirigentes particulares, crean iniciativas para conocer la opinión comunitaria. Sin embargo, ¿son estas instancias las más apropiadas para entender y asumir los diversos estilos de vida, y por ende, la actitud y posición con respecto a distintas temáticas de la ciudadanía? ¿Son realmente consideradas las opiniones al momento de tomar decisiones?
Hoy, el dirigente electo actúa desde un contexto excesivamente condicionado por intereses, los que muchas veces responden a una cadena de acuerdos que finalmente se transforman en una línea periférica de acción en su gestión política. Sin ir más allá, el financiamiento de campañas políticas por parte de empresas privadas, avalados por la “declaración de aportes reservados”, es el ejemplo fehaciente de que la participación de capitales privados en campañas políticas es una realidad que ha puesto al dirigente como un instrumento de facilitación y habilitación para el logro de accesos desde los ojos del empresariado.
El nuevo ciclo político debe limpiar el concepto y las formas de hacer organización, debe situar al dirigente en un escenario comunitario y reconocerlo como parte de él, más allá de la actual significación de su cargo, y debe devolver a la ciudadanía el derecho a decidir cómo quiere construir su realidad país.
Al existir intereses punzantes en un ciclo político, la orientación medular del cometido caminará regularmente sobre un campo minado, lleno de presiones y manipulaciones. Este escenario se condiciona más aún cuando estos intereses provienen del sector privado; un sector que antepone desde sus núcleos la preservación y el aumento del capital, muchas veces sin importar los medios que tengan que utilizar para lograrlo.
El instante en el que el sistema político libera la entrada y brinda un amplio espacio de poder a los agentes privados, es el instante en que la ciudadanía queda desplazada a un segundo plano, es el instante en el que el sistema organizativo denominado política adquiere un carácter comercial, y también es el instante en el que el dirigente sitúa una barrera entre su rol y el sentir ciudadano.
Es aquí donde debiesen situarse los nuevos desafíos y luchas militantes. Es necesariamente indispensable derrocar aquellas formas políticas construidas desde la ambición del capitalismo, dejar atrás la exclusión ciudadana y apostar por una gestión mucho más participativa. La sociedad de nuestros días alberga un cansancio, producto de la invasión de intereses que diariamente impactan su vida. Desde este punto de vista el rol dirigencial debe necesariamente velar por el bienestar a través de la integración y propia participación comunitaria.
Las antiguas luchas políticas también han originado un cansancio masivo producto de discursos excesivamente reiterados y discusiones de nunca acabar. El nuevo ciclo político debe limpiar el concepto y las formas de hacer organización, debe situar al dirigente en un escenario comunitario y reconocerlo como parte de él, más allá de la actual significación de su cargo, y debe devolver a la ciudadanía el derecho a decidir cómo quiere construir su realidad país.
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