Si 2018 representó la avanzada en contra de nuestra memoria, a partir de la resistida y efímera designación del ministro de las culturas y las artes, quien había indicado virulentamente, que el Museo de la Memoria implicaba un montaje, y la defensa de la Ministra vocera de gobierno (de ese entonces) quien señaló que la cruzada de DDHH era a conveniencia. El 2019 implicó, cual bola de nieve, una amenaza mayúscula a la memoria colectiva, que se materializó en el contexto de la conmemoración del 11 de septiembre en acciones tales como, una artera inserción en El Mercurio que apologizó la barbarie de septiembre de 1973, la utilización de RRSS para expresar la urgencia de lograr un olvido extendido por parte del senador Kast y, finalmente, por la relativización de las brutales consecuencias del golpe de estado y la dictadura por el propio Presidente de la República.
Cabe señalar, que en Chile gran parte de nuestra memoria histórica responde al trauma, que tal como define Hugo Vezzetti, significa una “herida profunda al ideal fundacional de cualquier comunidad humana”. Esta llaga, se ha ido construyendo precisamente desde nuestros tiempos fundacionales y durante toda nuestra trayectoria (supuestamente) republicana, la hemos profundizado utilizando el aparataje del estado, dirigiéndolo en contra de trabajadores, mujeres, niños, mapuches, entre otros. Así mismo, la reproducción de nuestro orden social y sus hegemonías tratan de aplicar, posteriormente al terror, el mecanismo del olvido por medio de la primera variante negativa que señala el propio Vezzetti (y que en Chile ha sido muy patente) “dar vuelta la página”. Desde arriba se busca pegar el garrotazo amnésico a la sociedad, mismo que tiene efectos, por cierto, estériles y a lo más, circunstanciales. Patricio Guzmán nos (de)mostró que la memoria es obstinada, que resurge, pero no como las laxas figuras de “La persistencia de la memoria” de Dalí, sino como consistentes relaciones dialógicas de nuestra razón y emoción, experiencia y sentimientos.Ellos mismos, apuestan en instalar la idea de que hay que mirar hacia adelante, “hay que dar vuelta la página”, hay que “avanzar” sin más, sin esfuerzo, sin intentar reparar y sin poner la memoria al servicio de la construcción de una sociedad mejor
Quienes pretenden, de tanto en tanto, elaborar una “ética” del olvido, ni siquiera cerca de aquella fuerza activa en el entendido nietzscheano, son quienes complotaron, apoyaron, participaron en las atrocidades contra sus compatriotas hace 46 años o en grado mínimo (aunque grave) las justifican. Ellos mismos, apuestan en instalar la idea de que hay que mirar hacia adelante, “hay que dar vuelta la página”, hay que “avanzar” sin más, sin esfuerzo, sin intentar reparar y sin poner la memoria al servicio de la construcción de una sociedad mejor: No conviene, no es rentable, expone, avergüenza.
Así, el ex ministro de las culturas y las artes en Chile, el senador Kast, el Presidente de la República (y para qué decir de candidatos eternos, firmantes de asqueantes insertos en diarios, ex ministros de la dictadura, entre otros) forman parte de este club negacionista, amnésico, que no entiende que por mucho que se relativice el horror, la memoria nos sitúa nuevamente, nos enerva, nos entristece, nos moviliza, nos recuerda el imperativo categórico que implica la defensa de los DDHH. Esa es la razón por la que la vocera de gobierno, hoy ministra de deportes, intentó en 2018 encauzar, minimizar, amenazar, la memoria denostándola como “causa a conveniencia”. Encaja hacerlo, ya que la memoria se reactiva, hace patente su resistencia a ser relegada y no deja más opciones “a la autoridad” que renegar de sus propias convicciones, mismas que por nefastas que sean, las conservan, pero necesitan del poder para aplicarlas. Ese poder, se asegura manteniendo ocultas dichas creencias (en su momento Piñera habló de cómplices pasivos). Pero el alma negacionista traiciona la conveniencia política y como ya no pueden controlar más la horda nostálgica de los abusos y crímenes, la ministra Pérez amenazó en 2018: nuestra memoria no tendrá más impacto en su gobierno, el presidente Piñera habló de gobierno militar y el senador Kast urgió por olvidar las barbaries, en pos de priorizar el arribo revolución digital y las dificultades asociadas al cambio climático. Si, este es “su” gobierno, ya que con sus palabras marcaron un “nosotros y ustedes”, los que reivindican los horrores de la dictadura y los que al decir de Adela Cortina, establecemos mínimos éticos.
En esta misma línea, hay quienes apelan a la relativización en forma de solicitud de contexto, pero de qué, ¿de la masacre? El error es total. José Zalaquett señaló que existen dos verdades: la interpretativa (la que podrías discutir) y la fáctica (que es indiscutible). Y es indesmentible que en Chile el estado, utilizando las FFAA y de orden con sus cómplices civiles, implementó una política de exterminio con indecibles torturas que terminó con la desaparición y asesinatos de más 2.200 compatriotas y muchos más afectados de distintas maneras y con distintos grados de gravedad. Esa verdad es fáctica, es la que el negacionismo y muchos que lo apoyan no entienden que está alojada en nuestra memoria histórica y que no podrán borrar, porque definitivamente no es un montaje ni una cruzada de los DDHH a conveniencia y lo que hubo fue un golpe de estado que implantó una sangrienta dictadura.
En este contexto, para el trabajo de des-memorización desde lo institucional, el tiro sale por la culata. Es el gobierno el que repite la represión, solo que en “democracia”, en su oasis imaginario, y como respuesta a demandas sociales que responden a abusos, instauración a sangre y fuego de un modelo que distancia (segrega) severamente a los ciudadanos, rasga tejidos sociales, endeuda, empobrece, genera elites, engorda a pocos, reproduce desigualdades, depreda recursos naturales, centraliza privilegios, fortalece el patriarcado, suma y sigue. Es esta represión, la que trae nuevamente los miedos ya atávicos de la sociedad chilena (que tuvieron su expresión más salvaje en el periodo dictatorial a partir de 1973) con la idea de la guerra y el enemigo interno, con citaciones al COSENA, con toques de queda, militares y carabineros en la calle reprimiendo, golpeando, disparando, secuestrando, violando, torturando, mutilando, cegando, duele seguir. De esta manera, volvemos a ver formas de resistencia utilizados contra el régimen de Pinochet, encapuchados, cacerolazos, marchas masivas, unidad intergeneracional, panfletos (ahora digitales), en definitiva, resurge la dignidad y lucha del pueblo que responde a traumas irresolutos, fuerzas historicistas y un canon de lazos sociales adormecidos, que quienes trataron justamente de adormecer, eliminar, denostar la memoria, fueron los que finalmente terminaron remeciendo y atizándola, para que con fuerza inusitada se exprese hoy en la mayor crisis (lo que conlleva la mayor oportunidad de logro ciudadano) desde el fin del terror dictatorial.
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