El 2011 fue el año del resurgimiento de los movimientos ciudadanos. A nivel nacional e internacional, hemos sido testigos de cómo se han levantado ciudadanos y grupos organizados contra regímenes políticos, modelos económicos y políticas públicas de las más diversas índoles. No obstante, este esperanzador despertar ciudadano se da en tiempos en que la edificación de centros comerciales en Providencia, Chiloé y Valparaíso nos “golpean” en la cara y nos enfrentan al hecho de que aún nos queda mucho por hacer y cambiar para construir ciudades más justas, participativas y limpias.
Aunque se ha escrito y debatido mucho en las redes sociales sobre los orígenes e impactos que tendrán este tipo de edificaciones para quienes ahí habitan, hay dos aspectos que llaman la atención y que me gustaría profundizar en este espacio: por una parte, el carácter “apocalíptico” que tiene la discusión sobre el mall Costanera Center, reflejado cada vez que algún medio entrevista a representantes del Estado (ministerios, intendencia y municipios) y ellos aseguran que el sector se convertirá en un caos: habrá congestión, bocinazos e interminables tiempos de espera sólo para salir del estacionamiento, presentando además este caos como una situación imparable, ante la cual están atados de manos, es decir, se nos viene y sólo nos queda esperar y asumir. Por otra parte, no hay claridad respecto de quién asumirá los costos monetarios (en tiempos de viaje, contaminación, etc.) que significará esta obra para la ciudad.
Sabemos muy bien quién ganará con las ventas en las nuevas tiendas y centros de comida, el arriendo de oficinas y demás servicios que ofrecerá el centro comercial, sin embargo no está tan claro si parte de esas ganancias se invertirán en mitigar el costo que tiene esta gran mole para la ciudad, es decir, para adaptar el sistema de transporte en la zona (y no me refiero solo a quienes transitan en automóvil, sino también al aumento en los tiempos de viaje para quienes lo hacen en transporte público por esos ejes) con alternativas como vías exclusivas o construyendo una ciclo-red, por ejemplo.
Estamos a tiempo de sentarnos y conversar sobre obras de mitigación, medidas de adaptación y de discutir las alternativas (transporte público, privado o no-motorizados) que se priorizarán para el acceso al centro comercial. Sobre todo, es tiempo de ponernos de acuerdo acerca de quién costeará esta mitigación y adaptación y los plazos para que dichas medidas estén listas.
Se trata de aprender de nuestros errores, aprender por ejemplo de la implementación de Transantiago, y no poner nuevamente “la carreta delante de los bueyes”, permitiendo que este mall entre en operación sin que se hayan tomado las medidas básicas necesarias para evitar que interfiera de manera drástica en la vida cotidiana de quienes habitan el sector donde se ubica.
Hoy podemos decir con convicción que es necesario re-pensar la forma en que se planifican nuestras ciudades, estos tres casos son sólo algunos ejemplos de lo que queremos cambiar. No es demasiado tarde y no somos pocos los que soñamos con hacer las cosas de otra manera. Es posible una ciudadanía activa que se levante, pida la palabra y opine, de manera vinculante, sobre cómo y qué ciudad queremos construir.
* Sofía López Carrasco. Directora Transporte de Ciudad Viva y Coordinadora Macletas.
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Foto: alobos / Licencia CC
Comentarios
16 de marzo
Excelente columna… Me parece genial… Sentémonos entonces a conversar sobre obras de mitigación y medidas de adaptación. Para eso tenemos el poder de influir en lo que pasa en nuestras ciudades. Los costos de estas obras de mitigación y adaptación por su puesto que lo pagarían los ayseninos… ¿Quién más podría ser?…
Para que este mall no entre en operación, podríamos reunirnos al frente de el, tipo 4 de la tarde, mañana, y lo desarmamos… Yo llevaré un sacacorchos por si nos sirva de algo…
Después, el día lunes y a primera hora, vamos al Congreso y les decimos a todos que vamos a pedir la palabra para opinar acerca de qué tipo de ciudades queremos construir. No creo que por ello el sector construcción se hubiere de molestar. Sería difícil imaginar que ellos estarían en desacuerdo por dejar de construir sólo 1.000 hectáreas por año… Tal vez les podríamos conceder la venta exclusiva de los restos del Costanera Center como una forma de paliar sus pérdidas…
Hasta el sacacorchos se los dejaría para que lo subastaran al mejor postor…
¿Qué te parece?…
fdgdf
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