#Ciudadanía

Ciudades y pueblos, habitantes y ciudadanos.

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La asignatura de sobrepoblar y despoblar, elección voluntaria en países obligados.    

Demostrar que es posible que muchos millones de personas convivan decentemente en una ciudad es una tarea que han emprendido muchos países. Ninguno ha tenido éxito, vaya que sobran ejemplos pero vaya que faltan golpes, parece.

Demostrar que es posible que los pueblos pueden soportar catástrofes solo por el hecho de que allí vive gente trabajadora es otra tarea que han emprendido muchos países. Esta vez, si hay casos exitosos, aunque ello sea solo atribuible al azar y la acción determinada de algún habitante.

¿Tenemos en Chile alguna norma que regule el diseño de un pueblo? ¿Puede el Estado hacerse responsable por lo que ocurre en un pueblo mal diseñado? ¿Es acaso la estructura municipal, la adecuada para afrontar la responsabilidad del Estado frente a una catástrofe natural de gran magnitud?

La gente que faltó en cada pueblo, estaba y sobraba probablemente en una gran ciudad como Santiago o Concepción. Esas personas eligieron sobrevivir en una ciudad conviviendo con el miedo al vecino, con la envidia entre los barrios y con las plazas oscuras.

Me parece que en los pueblos pequeños no hubo ni saqueo ni pillaje. En los pueblos pequeños, aquellos que pudieron evacuar, lo hicieron solo con el apuro de escapar de una ola no anunciada, y con la tranquilidad de no temerle al vecino. El problema es que en esos pueblos, había un desigual número de evacuados respecto de los evacuadores necesarios. Algunos de esos pueblos, además, estaban mal diseñados.

El terremoto impone un desafío nacional, histórico y profundo. El desafío se emprenderá sin demoras, en un primer invierno cercano, con errores y aciertos. El desafío, sin embargo, no es solo inmediato. El desafío es permanente y tendrá que convivir con los próximos terremotos y maremotos.

Es necesario entonces renunciar a la asignatura de sobrepoblar, y retomar aquellas de poblar y repoblar aquellos lugares que despoblamos. Es necesario volver a definir como queremos hacer nuestros pueblos. Es necesario imponer un criterio nacional al respecto. La libertad de emprendimiento no puede ser obstáculo insalvable para escapar de una ola, de una erupción o de un alud, fenómenos naturalmente compartidos por la historia en nuestra tierra.

Es hora ya de reinaugurar el tramo Santiago-Resto de Chile a viajeros que compren solo el boleto de ida, para los nuevos, y regreso para aquellos que vuelven a su hogar. Exenciones tributarias, incentivos de inversión regional, subsidios a la mano de obra, revaloración de la identidad provincial, entre otras medidas, pueden ser planteadas para que este traslado sea de calidad y no de caridad.

La permanencia de un pueblo en la historia y en la tierra es directamente proporcional a la calidad de su diseño, de sus construcciones y por sobre todo de sus habitantes. Vivir toda la vida en un pueblo debe volver a ser posible. Hacer familia en un pueblo debe volver a poder escribirse en los diarios de vida.

¿Se imaginan que hubiera pasado si el epicentro del terremoto hubiera sido la ciudad de Santiago? Las imágenes reales de saqueos y todo lo que ello provocó en una ciudad pequeña como Concepción deben ser una alarma que hay que atender a tiempo. Sobrepoblar ciudades, a costa de despoblar el resto, es un atentado social silencioso que en circunstancias extremas puede significar todo.

Poblar bien es posible, poblar bien es necesario, poblar bien puede salvar vidas.

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