En Chile no se premia a quien lo hace bien, pero lo que es más preocupante es que no se castiga a quien lo hace mal. Si cuando realmente tu opinión va a tener un impacto en el resultado final, que es lo que pasa con las votaciones, nos damos el lujo de no asistir a votar, a ejercer no un derecho, sino un deber como ciudadano y oportunidad para hacer valer nuestra opinión, entonces, ¿Cómo queremos cambiar nuestra situación social?
Ya ha pasado cuatro meses desde las últimas elecciones parlamentarias y presidenciales del año pasado, y aunque pareciera poco tiempo, es lo suficiente para diagnosticar a nuestros compatriotas de un padecimiento predominante: amnesia histórica.
Amnesia en la ciudadanía completa, quienes a través de su participación u omisión en las elecciones, sorpresivamente eligen nuevamente a personas que públicamente han sido cuestionadas o procesadas por su actuar pasado en detrimento de sus mismos representados; amnesia en nuestros políticos, que una vez electos o reelectos, parecieran olvidar todo aquello a lo que se comprometieron durante su campaña.
Creo que aquí no se salva nadie. Independiente del color político, clase social o preferencia sexual, a lo largo de los años me ha tocado presenciar como ciertas personas han sido erigidas como representantes sociales, cuando su probidad, intereses o actuar, han sido fuertemente cuestionado o incluso castigado por los organismos pertinentes. Para la suerte de estos, el chileno no quiere recordar y prefiere olvidar tan rápido como un segundo pasa, porque tiene miedo.
El chileno tiene miedo a enfrentar su realidad política. Pero aún peor. El chileno tiene miedo a elegir lo que realmente quiere, y prefiere “lo mismo de siempre”, lo “conocido”, lo “malo pero no tan malo”, porque al fin y al cabo, quién sabe lo que perengano o zutano podrían hacer!
Los últimos años hemos visto como los movimientos sociales se hicieron escuchar. Marcharon por las calles enarbolando consignas y clamando principios y demandas, pero cuando llegó el momento de hacerse valer, de realmente ejercer su poder cívico, ahí no estaban. Qué pasó con todos esos válidos reclamos, qué pasó con esa motivación, con ese sentido y deseo de merecer algo mejor, qué pasó con ese descontento con la corrupción y la impunidad, qué pasó con todos esos sinceros y heroicos sentimientos? Pues bien, sólo pasó que olvidamos.
Olvidamos, y nuevamente elegimos a los mismos. Olvidamos y nuevamente nos enfrentamos a los mismos problemas. Olvidamos y nuevamente nos lamentamos de que nada cambia.
Sería fácil culpar a los políticos, pero la verdad es que los responsables somos los ciudadanos quienes pudiendo decidir a quién queremos, nos dejamos llevar por la desidia y olvido, para volver a elegir lo mismo.
En Chile no se premia a quien lo hace bien, pero lo que es más preocupante es que no se castiga a quien lo hace mal. Si cuando realmente tu opinión va a tener un impacto en el resultado final, que es lo que pasa con las votaciones, nos damos el lujo de no asistir a votar, a ejercer no un derecho, sino un deber como ciudadano y oportunidad para hacer valer nuestra opinión, entonces, cómo queremos cambiar nuestra situación social?
Los políticos entienden esto claramente, si no, quién se explica que descarados truhanes vuelvan una y otra vez a presentarse a las elecciones.
Son las consecuencias del olvido, que nos retiene en una suerte de letargo, de somnolencia de la realidad, y que no nos deja romper la inercia de años de olvido para influenciar en el cambio.
Son, en mi opinión, las consecuencias de una amnesia histórica.
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Foto: llamkellamke / Licencia CC
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