Sin embargo nuestra Viña del Mar, pese a sus luchas y antagonismo intestinos nunca dejó de ser el símbolo y promesa de una vida buena y mejor… un paisaje único y distinto a tantos otros lugares, un carácter y una experiencia urbana rebelde frente al ímpetu del Chile homogéneo… y un lugar de encuentro entre ricos y pobres.
Virginia: usted es responsable del “hoy”. Y el hoy se nos presenta irreconocible y traumático. Hemos sido expoliados y enajenados de todos nuestros lugares. La que ayer fuera una gran promesa integradora, hoy no es más que una confusa y neurótica imaginería de mal gusto, regada sin más en una trama de ciudad absolutamente degradada.
Nuestras antiguas gobernanzas e instituciones urbanas y civiles han sido suplantadas por un populismo anestésico y discrecional que ha alejado a la ciudad de su fe pública. Subsumida en el destace de su plus valor y en la enajenación sistemática del bienestar y dignidad de sus ciudadanos, Viña del Mar observa impotente sucumbir su cuerpo y alma.
Por cada alarma de pánico instalada en cualquier esquina, por cada mega publicidad empotrada en cualquier avenida, por cada megacentro comercial rentando a granel en cualquier paño de suelo urbano; hay una pérdida de espacio y sentido público en desmedro de nuestro frágil y delicado ambiente y nuestra experiencia vital en su escala.
Cada inyección monstruosa de flujos, cada vez que un desarrollador inmobiliario vende un departamento con automóvil incluido en el hipotecario, hay una pérdida irreparable de energía, calidad de vida y confort para todos.
Por cada fachada desmedida, por cada despliegue frenético de la movida nocturna, del retail o de las cadenas farmacéuticas en los cuadrante de nuestra ciudad, hay una pérdida de programa urbano y amenidad… un barrio antiguo, un uso tradicional y una identidad condenada a la extinción y al tugurio… y tras ello, la larga e irreparable secuela de segregaciones y resentimientos que ya se advierten y el encostramiento sin retorno del uso simbólico privativo y prohibitivo de la ciudad.
Sorprende la pérdida absoluta de solidaridad pública hacia los pobres que permanecen aún en los márgenes de Viña del Mar. En la tercera comuna más rica del País, resulta insostenible que grandes asentamientos permanezcan aún sin urbanización; cada vez que se les niega un camión aljibe con agua potable o el retiro de desechos domiciliarios o se restringe la circulación de locomoción colectiva, cada vez que se ausenta la función policial o se desacredita la Democracia directa, se promueve la desafección, la desesperanza y se allana el camino para el rencor y el odio.
Recientemente, se aprobó ambientalmente el plan regulador metropolitano del Gran Valparaíso PREMVAL, que asigna una zona de extensión urbana (ZEU9) en la periferia de Reñaca alto, consignando ahí una densidad de 500 habitantes por hectárea con destino a vivienda social; una zona aislada, carente de toda conectividad y servicios… segregada, en cuya superficie resultan imposibles los buenos estándares para estos barrios… sin posibilidad de áreas verdes ni equipamiento comunitario. El municipio, abandonando sus deberes, no presentó ni una sola observación sobre este drama en el historial público del proyecto; condenando a esos futuros pobladores al hacinamiento y a la mala vida.
Reitero Virginia, mi indignación; por haber desecho el lugar en el que habito, por haber transformado nuestra polis en un fetiche y haber torcido nuestra pequeña patria en un lugar abyecto en donde se enseñorea la indignidad e injusticia.
* Por Gonzalo Gajardo Vistoso, Ciudadano Viñamarino
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Foto: Ciudadinvisible.cl
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