El matrimonio igualitarios permitirá ver la violencia sexual, económica, física y psicológica que la comunidad LGTBI, situación que hoy no existe, ya que al no validar estas relaciones, tampoco se valida o reconoce lo que ocurre en su interior, y peor aún no se reconoce a los hijos de la diversidad, instalándose nuevamente las diferencias, permitiendo ciudadanos de primera y segunda categoría.
Como se mencionó en la columna anterior de “Bastardos sexuales”, según los resultados de la encuesta MUMS, UCN y Centro Latinoamericano de Estudios de la Sexualidad (2011). Refiere que de la población LGTBI, él 7% vive en pareja; 16 % está en pareja, 20% esta “pololeando”. La edad promedio de los encuestados estaba entre los 20 y 30 años. Por lo tanto su reconocimiento debe ser un derecho político y social.
Legislar por legislar, genera letra muerta, si no contempla sensibilizar y educar en el tema. Se reconoce el dispositivo que instala la ley, pero basta de legislar “bonitas portadas con malas noticias” palabras de un destacado sociólogo, Fernando Muñoz.
El matrimonio igualitario permitirá ver la violencia sexual, económica, física y psicológica que la comunidad LGTBI, situación que hoy no existe, ya que al no validar estas relaciones, tampoco se valida o reconoce lo que ocurre en su interior, y peor aún, no se reconoce a los hijos de la diversidad, instalándose nuevamente las diferencias, permitiendo ciudadanos de primera y segunda categoría.
Las leyes deben estar a la altura de los cambios sociales, y todo parlamentario abierto al dialogo, ya que no podemos como sociedad negarnos a debatir temas, simplemente porque no sustentan principios individuales.
Volviendo al matrimonio igualitario, reconozco las desigualdades que existe al interior del mismo, los roles marcados y estereotipados, instalados por un patriarcado voraz, pero también lo entiendo como la búsqueda del deseo de ser parte de una sociedad que establece lo “normal”, (dejando dos alternativas problematizamos desde el interior del sistema o le gritamos su error sin hacer algo por cambiarlo) el matrimonio igualitario instala el primer punto de quiebre. Si se piensa que mi defensa es el matrimonio entendido como un concepto estereotipado de familia y su forma de serlo, es solo quedarse en la forma y no en el fondo de la demanda.
Queremos derechos, pues el respeto fue ganado, con la lucha de años de las organizaciones de la diversidad sexual, y sus activistas, ejemplo de ello MUMS y Acciongay, ambas con más de 20 años de trayectoria. Ahora no puedo molestarme por quienes se quedan en la forma y (nos estamos acostumbrando) así impulsan algunas leyes. “Se puede tirar todo abajo menos la fachada” sin notar lo preocupante que es instalar esos discursos en nuestra sociedad.
El matrimonio igualitario muestra nuestras realidades, saca las lentejuelas, las pelucas, las plumas, el buen traje, la buena corbata. Llega a mostrar nuestras diferencias, muestra nuestro clasismo, nuestro racismo, nuestra homofobia. “Chile real”.
Hoy la pareja no implica un peligro a la herencia ni a su clase social, pero el matrimonio sí. El matrimonio igualitario revela la realidad; hay herencia, hay relaciones políticas entre los familiares de las partes y también se les asigna a ellos deberes.
El AVP puede ser un aporte y un triunfo para parejas heterosexuales en su mayoría, de ahí que entenderlo como un triunfo para la población homosexual, es claramente no sentirse sujeto de derecho, es validar las categorías sociales y negar a los hijos de la diversidad.
¿Dónde están las feministas, dónde están las organizaciones sociales? ¿Dónde están los trabajadores de Chile? ¿ Dónde están los estudiantes? ¿Dónde están las voces de los miles de chilenos que serán “afectados”?.
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