El 21 llegó el invierno.
Un nuevo invierno que en Chile todo lo cubre de gris. Un nuevo invierno en que los días son más nublados y el ánimo se entrampa bajo la desazón.
No sé por qué pero desde pequeño este efecto de tristeza general siempre lo he sentido con más fuerza en Santiago, ese Santiago inasible y distante, individual, con aromas de parafina que te atraviesan la piel con fría humedad. Es ese Santiago penumbroso el que nace cada 21 de junio. Pero este invierno ha comenzado distinto.
Hace dos lunes enfilamos, un conjunto de hombres y mujeres, hasta la Universidad de Chile en toma, a una nueva reunión de la Asamblea de Autoconvocados de Santiago, colectivo nacido de las multitudinarias manifestaciones post 9 de mayo -día de la aprobación de HidroAysén- que estrenaron la ola de movilizaciones por una educación de calidad, por la igualdad de derechos, por el derecho a no aceptar esta insuficiente realidad. Por el derecho a quererla transformar.
En la entrada de la casa central un par de estudiantes da instrucciones para llegar, escoltados por un alumno de la centenaria institución, a la sala en que se reuniría nuestro grupo, unido en la protección de la Patagonia y del aporreado patrimonio natural nacional, pero también en el anhelo de cambiar este deslavado Chile egoísta por algo más que el botín del vivaracho de turno, donde el interés particular, esencialmente material, lidera el ranking de la motivación personal.
En aquel tránsito por los pasillos donde se ha construido parte de nuestra historia, donde se han cobijado trazos del saber nacional, el desencanto invernal torna en esperanza.
En ese anciano edificio enclavado en el Chile materialista que nos han vendido en cada mall, se escucha con agrado a ciudadanos reunidos en preparar colaciones colectivas para los compañeros en toma, estudiando en grupo porque el saber se tiene que compartir, entonando esos cantos de épocas en que tener ideales no era una estupidez, dialogando con pobladores y ancianos para trabajar por una mejor educación, pero también por una mejor sociedad, porque saben que en el hacer en común no hay diferencia social, académica, económica que valga.
Porque desperdigados por las aulas de cientos de liceos y universidades, son los jóvenes quienes están asumiendo la responsabilidad del que conoce su rol en la construcción social, y lo están haciendo con la fuerza de la juventud, con la convicción de quien lucha por un devenir mejor. Son ellos quienes están liderando hoy el cometido de retornarnos a la senda del sentido común y comunitario, para construir no un Chile exitoso, sino un Chile bueno para todos, noción que en algún recoveco del camino alguien nos arrebató.
No faltará quien a esto llame trivialidad y desorden. Tontera porque los estudiantes tienen que estudiar, como dijera la reina Bolocco durante la dictadura, como reiterara Lavín hace pocos días. Pero hay otros que a esto también llamamos verdadera educación y universidad.
Porque hay algo subversivo en estas asambleas autoconvocadas, algo a contrapelo de nuestra mezquina habitualidad.
Y es que en ellas nadie llega con el tarifario a cuestas ni se preocupa de cobrar por su tiempo, por su conocimiento, por el aporte material, humano o simbólico que pone a disposición del otro. En esos espacios el lucro no es objetivo que valga cuando lo que se busca es el bien de uno y de los demás. Algo extraño en el Chile reciente donde poner precio o buscar retribución a todo evento es el mejor ejemplo de ser normal.
El 21 comenzó el invierno en Santiago y en todo el hemisferio sur. Pero desde hace dos lunes este invierno lo siento un poco menos gris, un poco menos nublado, un poco menos triste.
Algo me dice que este invierno puede ser el inicio de un Chile mejor. Quizás sea el we-tripantu de nuestros originarios, el regreso del sol, el amanecer mapuche de un nuevo ciclo vital.
Hoy debemos peregrinar por la estación que se inicia y nuestra principal tarea, como expresara un joven en una de esas tantas asambleas que hoy por hoy florecen en esta verdadera primavera social, debe ser cuidar y no permitir que se extinga durante este invierno la llama de esperanza que se reavivara con más fuerza el 9 de mayo en las avenidas de nuestra gran comunidad.
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Foto: Hands shaking in front of people ( Leon Zernitsky / Stock Illustration)
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