Hace unos días, se lanzó la campaña #NoSonMuebles, cautivando a muchos de los que somos doglovers o amantes de los animales, sobre todo porque nos sensibiliza frente a una realidad: los animales son parte de nuestra vida cotidiana y no cosas ¿Quién podría negar que un gato es diferente a una silla? ¿O que no es lo mismo sacar a pasear al perro que a tu velador?
Sin embargo, esta campaña tiene un “as” bajo la manga, que va más allá de defender a los animales cuando son maltratados o abandonados por sus dueños. En ella va envuelta una teoría que parece poner en juego la dignidad de la persona humana. ¿De qué manera, se preguntarán, defender a un cachorro puede terminar en afectar a la persona? Es lo que intentaré explicar.Es necesario hacerse cargo de las malas condiciones de vida de los animales en zoológicos y circos, de castigar a quienes con crueldad abusan de sus animales, pero debemos hacerlo teniendo siempre presente que el ser humano tiene una dignidad especial.
El “as” que se esconde tras la tierna campaña, es que busca otorgar a los animales cierto estatuto jurídico. Plantear que los animales pueden ser sujetos de derechos, es una cuestión bastante delicada. En efecto, nuestra legislación entiende que sólo las personas, dada su dignidad, pueden ser sujetos de derechos, ¿Cómo entonces extender todo esto a los animales?. Ciertas teorías, en las que se fundan muchos de los movimientos de defensa animal, sostienen que efectivamente el gorila del zoológico y la ballena, son personas. Para ellos, no habría nada en el hombre que lo haga especial, pues su estatus moral estaría dado únicamente por un “interés” fundado en su capacidad de sentir. En otras palabras, no podemos diferenciar a los seres humanos del resto de los animales, pues todos, cualquiera sea nuestra especie, somos susceptibles ante el dolor. Así distinguen entre “seres humanos personas” y “seres humanos no personas”, y entre “animales personas” y “animales”, según mayor sea esta susceptibilidad frente al sufrimiento. Luego, un chimpancé tendría mayor capacidad de sentimiento que una guagua, por lo que merecería más respeto.
De acuerdo a esta perspectiva, si el día de mañana nos enfrentamos a la situación de tener un discapacitado mental y a un caballo enfermo que requieran de nuestra atención, deberemos dar mayor consideración al caballo que, eventualmente, tendría mayor capacidad cognitiva y emocional que el discapacitado, puesto que lo relevante son los intereses basados en su eventual susceptibilidad ante el dolor. Este mismo criterio, basado en la capacidad de soportar un sufrimiento, nos obligaría a tratar mejor a los hombres con mayor inteligencia que a los que no lo son.
La campaña, quizás inocentemente, al exigir reconocimiento constitucional de ciertos derechos de los animales, regulándolos como seres sintientes, está asumiendo gran parte de estas teorías. Esto no deja de ser preocupante, no por el hecho de que se quiera solucionar el problema del maltrato animal, sino porque la forma de resolverlo, -introduciendo ideologías que ponen en plano de igual dignidad (o incluso superior) a un animal y a una persona-, es bastante discutible. Es necesario hacerse cargo de las malas condiciones de vida de los animales en zoológicos y circos, de castigar a quienes con crueldad abusan de sus animales, pero debemos hacerlo teniendo siempre presente que el ser humano tiene una dignidad especial que lo diferencia del resto de los seres vivos y que precisamente es en esa dignidad, en la cual se fundan nuestros derechos.
Comentarios