Como es de esperarse tras el fallecimiento de una persona de alta connotación pública, se suceden una serie de semblanzas y análisis en torno a ella, sazonadas con una buena dosis de los lugares comunes tan propios de las referencias post mortem. Tal ha sido el caso de Agustín Edwards.
«Las dolorosas heridas que aún no cicatrizan, deben ser un necesario punto de partida para aprender de esos errores, y colocar a los diversos actores que formaron parte de ella en el rol que verdaderamente desempeñaron, sin ensalzarlos como los héroes que nunca fueron. De lo contrario estaremos sentando un pésimo precedente para las futuras generaciones.»
Palabras más, palabras menos, es posible advertir un peligroso denominador común en la mayor parte de las declaraciones que han surgido en estos días con ocasión de su reciente muerte: el buscar minimizar, distorsionar y hasta justificar el rol preponderante que le cupo en el quiebre institucional de Chile en septiembre de 1973, y la incitación al clima de desestabilización social que le precedió, a través de la acción deliberada del grupo mediático El Mercurio, que era de su propiedad.
Ello, a pesar de la contundente evidencia que ha ido surgiendo en los últimos años a través de diversos documentos, testimonios, cables diplomáticos desclasificados, y obras audiovisuales como el documental “El Diario de Agustín”, en torno a clarificar su rol protagónico como nexo con la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA), para que ésta interviniera con el derrocamiento del Gobierno de Salvador Allende, a través del financiamiento económico de su grupo mediático, para que con la acción propagandística de éste, contribuyera a su derrocamiento.
Pero su rol no solo se limitó a la etapa previa al Golpe de Estado que diera origen a la dictadura militar que gobernó Chile durante 17 años, sino que también se encargó de encubrir los diversos crímenes que ésta llevó a cabo, a través de macabras notas de prensa. De público conocimiento son las tristemente célebres portadas del vespertino La Segunda que formaba parte de los diarios de su propiedad, como aquella que titulaba “Exterminados como ratones” haciendo referencia a la masacre en contra de jóvenes miristas chilenos llevada a cabo en Argentina, o el “No hay tales desaparecidos” con la que se pretendía disuadir a la opinión pública de las diversas violaciones a los derechos humanos en que estaba incurriendo la dictadura militar.
Todas estas conductas reflejan la mentalidad de una persona que jamás abrazó los principios democráticos ni de convivencia pacífica, que son la base de toda sociedad civilizada, y de los cuales sus medios de comunicación se ufanaban de enarbolar, pero cuyos hechos demostraron totalmente lo opuesto. Peor aún, es cuando vemos que en su vida jamás demostró arrepentimiento de ello, y ni siquiera pidió perdón a las víctimas. Muy por el contrario, nos demostró que los medios de comunicación no solo sirven para transmitir información, sino que peor aún, pueden ser empleados como un arma para crear o desfigurar realidades, o de cómo se puede abusar perniciosamente de la libertad expresión so pretexto de causar perjuicios a terceros.
Pero ello no ha bastado para que una parte importante de la élite económica, intelectual y política, se haya sustraído de rendirle pleitesía a niveles grotescos, casi elevándolo al nivel de una deidad, lo cual hasta cierto punto es comprensible, pues es esta misma élite la que gusta verse reflejada en las páginas de sus diarios y revistas.
Es el caso del Sociólogo Eugenio Tironi, quien en una entrevista a un medio radial instó a la ciudadanía a mantenerse como actor distante y a inhibirse de efectuar juicios históricos sobre la figura de Agustín Edwards.
Más inaceptable aún es el caso de autoridades parlamentarias que, en representación de órganos del Estado como la Cámara de Diputados y el Senado de la República, hayan requerido efectuar homenajes a quien fuera propietario de uno de los mayores conglomerados de medios de comunicación, y colaborara en el quebrantamiento institucional de Chile, solicitud que constituye una abierta ignominia hacia la democracia.
Cuesta imaginar que, en países como Alemania o Sudáfrica, sus autoridades o pensadores exijan a la sociedad reconocer o glorificar a quienes fuera partícipes del nazismo o del apartheid respectivamente.
No se trata de analizar fríamente a las figuras históricas desde la óptica del maniqueísmo, sino más bien que, frente a coyunturas tan desgarradoras como lo ha sido la dictadura militar para Chile, la ciudadanía no debe ser obligada a mantener una actitud neutra, ni menos aún de sustraerse de hacer un juicio de reproche en torno a ella.
Las dolorosas heridas que aún no cicatrizan, deben ser un necesario punto de partida para aprender de esos errores, y colocar a los diversos actores que formaron parte de ella en el rol que verdaderamente desempeñaron, sin ensalzarlos como los héroes que nunca fueron. De lo contrario estaremos sentando un pésimo precedente para las futuras generaciones.
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