El pasado mes de junio, se cumplieron cuatro años de la abdicación del rey Juan Carlos de España. Curiosamente, me enteré de aquello en 2014 después de haber concurrido al teatro la noche del domingo primero de junio a disfrutar de una producción del National Theatre transmitida desde Londres de Rey Lear, aquel monarca shakesperiano que abandona el trono y reparte su reino entre sus hijas. Desperté el lunes 2 con la noticia de la abdicación del rey Juan Carlos en España, con lo que éste demostró más sabiduría que Lear, al dejar las cosas ordenadas antes de más avanzada edad y pérdida de capacidad, tal vez inspirado en el ejemplo del papa Benedicto XVI.
Como ciudadano chileno, sería ridículo promover o defender la monarquía. Probablemente lo haría siendo inglés, en tanto como español abogaría al menos por la necesidad de verla ratificada en un referéndum. Sin embargo, algo interesante y atractivo de las monarquías constitucionales europeas, es que son la cuna del sistema parlamentario de gobierno. Éste ha demostrado ser la forma más perfecta y exitosa de democracia en el mundo, con expresión en los cinco continentes.
En efecto, con la sola excepción de Estados Unidos y su muy sui generis sistema presidencial -con frenos y contrapesos y elección indirecta, que muy bien funciona allá, hasta el punto de estar demostrando ser a prueba de Trump-, las democracias que mejor funcionan en el mundo utilizan el sistema de gobierno parlamentario, sea en monarquías constitucionales o repúblicas parlamentarias. Así ocurre en toda Europa, pero también en Japón, India, Israel, Canadá, Jamaica y todas las excolonias británicas que son democracias.
En este contexto, nuestro presidencialismo de “patio trasero” acaba siendo una anomalía dentro del canon de la democracia occidental y algo muy propio y exclusivo de Latinoamérica y que sólo sirve de caldo de cultivo para el autoritarismo de caudillos populistas y mesiánicos, como comprobamos de tanto en tanto.
Nuestro presidencialismo de “patio trasero” acaba siendo una anomalía dentro del canon de la democracia occidental y algo muy propio y exclusivo de Latinoamérica
En la nueva Constitución que reúna a las chilenas y chilenos, debiéramos tener presente que el mejor antídoto contra estas malas prácticas reside en un Parlamento poderoso, claramente representativo de las fuerzas políticas en competencia y de donde surja y ante el que responda el jefe de gobierno y su gabinete. De esta forma, el gobierno dura lo que dura la legislatura de cuatro o cinco años y mientras mantiene la confianza de la mayoría parlamentaria, la que ha de ser claro reflejo de las preferencias ciudadanas, sin distorsiones antidemocráticas como las que ha provocado el sistema binominal por décadas.
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