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Valparaíso ¿Cabe la Nostalgia?

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Los nostálgicos del Valparaíso de antaño deberían hacer un simple ejercicio que los sacaría de la obnubiladora y errónea idealización: poner en una hoja los pro y contras de la antigua ciudad de sus recuerdos y la de hoy. Mas de una sorpresa se llevarían.

Dejando ese consejo al lector, personalmente prefiero continuar caminando (recuerden que soy un flàneur…) por las calles del puerto, las de antes y las de hoy.

Seis cuadras largas separan la casa de mi primer colegio. Hay doble jornada y diariamente nos dan unos cobres para cuatro viajes en trolley. Muchas veces caminamos y ocupamos esas chauchas para comprar una especie de suflitos flotando en chancaca que vende un viejo en su carro a la salida del colegio o turrón a otro viejito que con una diminuta hacha va rompiendo la rosca en pedacitos. Cuando llueve nos subimos al trolley, al último asiento para hacerles musarañas a los pelusitas que viajan colgados en la parte trasera asidos fuertemente a las roldanas de los tirantes mientras sus pies descalzos se equilibran con dificultad sobre el estrecho tapabarros. ¿Alguien en los últimos 30 años ha presenciado esa peligrosa escena en Valparaíso? Nadie, pero a finales de los 50’ e inicio de los 60’ no llamaba la atención que niños desamparados arriesgaran sus vidas para movilizarse por la ciudad. Pregunto a los nostálgicos: ¿Cuál Valparaíso elegirían? ¿el de los pelusitas obligados a colgarse del trolley o el de hoy?

Sigo caminando.

Llueve, como ahora, pues eso de “llueve como antes” es una falacia que se derrumba con la estadística disponible. Salgo del colegio (no se suspendían las clases por lluvia) y subo hacia casa caminando con mis botas por el riachuelo que se forma entre la acera y la vereda. Igual a cauces de ríos cordillera-mar, las calles son verdaderos ríos cerro-centro que en su caudal traen de todo: ollas viejas, piedras, ramas, muñecas rotas, tarros, harapos. Lodo y cachureos que bajan libremente debido a que en los cerros hay pocas calles pavimentadas y casi nada de urbanización, luego, insuficientes cauces y el desahogo de tanta inmundicia en quebradas se canaliza por cientos de calles y escalas de tierra que depositan toneladas de sedimento en el centro. No demoraba días, si no semanas y hasta meses de intenso trabajo de maquinaria despejar montañas de tierra. Hoy la mayoría de las calles y escalas están pavimentadas, y lo que corre hacia el centro de la ciudad es solo agua lluvia, un tanto sucia, pero con poquísimos desperdicios. Vuelvo con la misma pregunta a los nostálgicos: ¿cuál Valparaíso prefieren?

Camino nuevamente.

No hay noticias de la Nana hace una semana. Obvio que ella no tiene teléfono (un dato: para tener teléfono tenias que hacer una cola de entre tres y cuatro años, nunca menos). Tenemos su dirección y tomamos el ascensor para llegar a su hogar. Hogar… una forma amable de nombrar un conventillo de tres niveles colgando de una quebrada. Pies derechos ennegrecidos por un siglo de humeantes fogatas que sirven para lavar y cocinar. Paredes revestidas de adobe, sin rastro de que alguna vez el yeso hubiera cubierto aquellos costrones deformes. Son unas diez piezas de donde asoman curiosos rostros de adultos mientras famélicos niños a poto pelado gatean entre perros y gatos sobre una alfombra de cascaras de papas, cebollas, fecas y moscas que cubre un piso de inmunda tierra. En una de las piezas, la Nana enferma tirada en un lecho maloliente. Me quedo afuera, acompañado por la fetidez de la letrina que descarga libre hacia el inicio de la quebrada y el alcohol barato que exudan cuerpos de hombres desgreñados atizando el fuego. Por un trabajo en particular el 2016 me tocó transitar por barrios similares, quebradas sucias, es cierto, pero una “suciedad más limpia”, mayoritariamente compuesta por refrigeradores, cocinas y lavadoras en desuso. Pero durante esos tres meses jamás vi un conventillo como aquel, tampoco niños desnutridos ni desnudos, ni una miseria opresiva e indigna como aquella. Entonces, nostálgico: ¿con cual Valparaíso te quedas?

Vuelvo a caminar, ahora por la calles del 2018.

Muchas veces caminamos y ocupamos esas chauchas para comprar una especie de suflitos flotando en chancaca que vende un viejo en su carro a la salida del colegio o turrón a otro viejito que con una diminuta hacha va rompiendo la rosca en pedacitos.

Avenida Pedro Montt (mencionada en la famosa canción que representa afuera mucho mejor a Chile que el propio himno nacional) ya no es la avenida de los años 60’-70’ donde los jóvenes intercambiábamos miradas con las niñas en un recorrido preciso: entre Plaza Victoria y Las Heras. En toda su extensión, desde Plaza Victoria hasta el Congreso Nacional (11 cuadras largas) Pedro Montt desde hace 15 años es una feria al aire libre donde se encuentra cuanta basura china se puede importar. Una avenida que huele a empanadas, anticuchos, sopaipillas, basura, ordinariez y vulgaridad. Me imagino, sin ser despectivo, que en Puerto Príncipe debe haber muchas Pedro Montt…claro que difícilmente llegarán al Congreso Nacional, lo que en Valparaíso es permitido. En esta pasada estoy con los nostálgicos…

Plaza de la Victoria, con su pileta maravillosa, sus cuatro magnificas estatuas fundidas en Paris: Printemps, Éte, Automne e Hiver y sus dos leones intimidantes… que alguna vez custodiaron una plaza limeña. Toda esa belleza es ocultada, opacada por una legión de ambulantes que impiden el libre desplazamiento pues sobre el bello embaldosado hay tirados mil paños cuneteros ofreciendo también cuanta porquería se pueda vender. La fila de asientos donde por más de un siglo se sentaron los viejos a charlar hoy está ocupada por bolsones “matuteros” con la mercadería de los vendedores. Al otro extremo de la plaza, el predicador recordándonos con su estridente megáfono lo pérfido que es el género humano y las llamas que nos esperan si no vamos al templo a entregar unas luquitas al pastor para salvarnos. Muy diferente a la plaza de mi infancia donde al único comerciante que se podía encontrar era al vendedor de barquillos, y, los fines de semana, al canto de los pajaritos lo acompañaba el organillero y su loro sacando papelitos de la fortuna. Una pileta repleta de peces tropicales color naranja que eran observados a la distancia y con respeto. Hoy esa fuente es la provisión de agua para decenas de lavadores de autos donde flotan cientos de envases, servilletas, palos de helados, etc. Vuelvo a estar con los nostálgicos.

El impresentable centro del Valparaíso de hoy es producto de cuatro alcaldes: Hernán Pinto que comenzó a chacrearlo, Aldo Cornejo que continuó con la práctica del anterior, Jorge Castro que entregó miles de permisos a ambulantes para ser reelecto y Jorge Sharp que ha perfeccionado la obra de sus predecesores. No tengo dudas de que si Sharp fuera alcalde de Punta Arenas jamás permitiría un desastre de la magnitud como el que hoy existe en Plaza Victoria y en el centro de Valparaíso. ¿Por qué?; muy simple: porque conoce su historia y respetaría, cuidaría su ciudad natal. No se le pasaría por la mente llenar de ambulantes la Plaza Muñoz Gamero y que los cachivaches de estos obstruyeran el paso al Monumento al Indio Patagón impidiendo la hermosa tradición de besar su pie para regresar a la ciudad. Pero de Valparaíso no guarda recuerdo alguno, no está imbuido de sus tradiciones ni enraizado, y no es su culpa, pero si es su culpa la desidia.

Podría seguir caminando por las calles de ayer y hoy, pero lo dejo para una próxima columna.

Espero haberlos dejado mas desconcertados que al inicio de estas líneas…

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