#Ciudad

Una arquitectura pública, gratuita y de calidad.

Compartir

El paradigma neoliberal que ha invadido todos los ámbitos de la sociedad chilena con su propuesta de “soluciones privadas a problemas públicos” ha demostrado, ahora lo vamos viendo, no ser efectiva. No lo ha sido en el desarrollo de una institucionalidad relativa a educación, salud y pensiones, y no lo fue tampoco en el proceso de reconstrucción después del terremoto de 2010. Tampoco promete serlo para los casos del norte y de Valparaíso.

Lo que han demostrado estos casos es que no se puede descansar en un sistema que deja la solución en manos interesadas, porque está en su naturaleza el rehuir las responsabilidades que no sean rentables económicamente, lo que es perfectamente esperable y previsible. Y reconstruir después de un terremoto o un incendio urbano masivo, poniendo énfasis en el largo plazo y en la calidad de las propuestas, claramente no es rentable.

Se debiera aprender del caso del terremoto de 2010, donde el dejar la compleja tarea de reconstrucción en manos privadas llevó a demoras excesivas en casos que se podrían haber solucionado rápidamente, y a soluciones a veces deplorables desde el punto de vista de la calidad, con una mirada cortoplacista impulsada por la necesidad de recortar utilidades por parte de las constructoras, y condenando a decenas de pueblos a una reconstrucción material con casas tipo, de baja calidad y de dudosa identificación cultural con los contextos donde se instalaron.

Y en casos donde el Estado ha actuado tímidamente, como en el proceso de diseño de las decenas de tribunales de garantía y juzgados nuevos que se construyeron a lo largo del país con motivo de la reforma procesal penal, cuando el resultado se limitó a coordinar licitaciones que se decidieron por criterios económicos (asignados a privados), el resultado fue catastrófico desde el punto de vista de la calidad arquitectónica y de la identificación cultural de la edificación pública, con un sinfín de edificios judiciales utilizando, por ejemplo, una estética neo-romana asociada a la idea de justicia. Algo que era aceptable en el siglo diecinueve pero que después de un siglo veinte de modernidad debería ser desechado.

De un esfuerzo gigantesco de inversión estatal, se perdió la oportunidad de dejar un legado construído referido a una imagen del Estado en el ámbito judicial, como sí ocurrió a mediados del siglo veinte con las escuelas y liceos públicos, con los edificios de municipalidades y sevicios públicos construidos después del terremoto del 39 y muchas otras instancias en que el Estado coordinó, diseñó y construyó (tres tareas que, hoy, parecen ser anatema).

No se debieran dejar de lado experiencias pasadas exitosas donde el Estado asumió este tipo de responsabilidades con una mirada de largo plazo, asociada a fines mayores, como fue la creación de la Corporación de Fomento de la Producción y la Reconstrucción, actual Corfo, en 1939, después del terremoto de Chillán. ¿Podríamos imaginar que los esfuerzos del Estado en estas tareas actuales de reconstrucción dejarán un legado parecido, si su acción se ha limitado a definir marcos normativos y proponer subsidios para que los privados los canalicen dentro de sus flujos de caja?

O la experiencia de las Cajas de Habitación, que recibían cotizaciones previsionales de los trabajadores y con ese dinero construían viviendas que quedaban como respaldo para las pensiones, como renta o como habitación para los propios pensionados, en vez de ser sólo números y valores de acciones en bolsas extranjeras sujetas a los vaivenes del mundo financiero, como ocurre hoy con las administradoras de fondos de pensiones. No se trata, obviamente, de refundar instituciones obsoletas, sino de aprender de un momento cuando el Estado actuaba. Los productos de ese tiempo se pueden ver aún hoy, y constituyen mucho de aquello de lo que podemos sentirnos orgullosos. ¿Será así con las casas tipo prefabricadas construidas en pueblos que antes del 2010 eran patrimoniales?

La reconstrucción es y será, en Chile, una tarea recurrente (los terremoto, con seguridad, seguirán ocurriendo), y no sería descabellado pensar que el Estado defina, a priori, una política de cómo reaccionar ante las necesidades de esas reconstrucciones futuras, de modo que ante el evento que las requiera, se pueda actuar con rapidez y sin las imprecisiones que obliga el actuar con un sentido de emergencia.

No se debieran dejar de lado experiencias pasadas exitosas donde el Estado asumió este tipo de responsabilidades con una mirada de largo plazo, asociada a fines mayores, como fue la creación de la Corporación de Fomento de la Producción y la Reconstrucción, actual Corfo, en 1939, después del terremoto de Chillán.

Uno de los cambios de paradigma que se requieren es el de repensar al Estado como un actor, y no sólo como un ordenador normativo. Si parece razonable que el Estado tenga un rol importante en el aseguramiento de los derechos sociales, con la tríada de público, gratuito y de calidad, ¿por qué no pensar que esos términos puedan aplicarse también a la arquitectura, de modo que podamos pensar en respuestas desde el estado, sin que el acceso a ellas esté delimitado por la capacidad de pago? ¿Podemos agregar a esos derechos sociales el derecho a la vivienda? ¿O el derecho a la ciudad, lo que implica el derecho, igualmente asegurado a todos, de acceso a un entorno urbano de calidad, que no sufra las falencias que nuestras segregadas ciudades muestran en todos los indicadores?

El gobierno de Bachelet ha lanzado la idea de construir miles de jardines infantiles para proveer de educación preescolar. Esta es una oportunidad para demostrar que se pueden obtener mejores resultados desde una planificación y diseño centralizado (como ha habido decenas de casos en nuestra historia para justificarlo), y no en miles de licitaciones públicas donde el proyecto se lo lleve quien cobra menos honorarios, como ha sido hasta ahora.

El ordenamiento urbano, la lucha contra la segregación, la vivienda social, la salud, las pensiones, la educación, son temas que debieran ser pensados sin la visión imperante actualmente, que supone que para esos problemas públicos siempre es preferible la acción de alguien con sus soluciones privadas, a cambio de un recorte.

—————-

Foto:  Plataformaurbana

Tags

5
11
Contenido enviado por

Maximiano Atria

Ver perfil completo

Los contenidos publicados en elquintopoder.cl son de exclusiva responsabilidad de sus respectivos autores.
Te invitamos a conocer nuestras Reglas de Comunidad

Comenta este artículo

Datos obligatorios*

5 Comentarios

pablo torres

Muy interesante su mirada a temas relevantes que dignificarian por ejemplo casas tipo o jardines publicos o paraderos bien diseñados anti vandalismo como ud . Dice publicos y de calidad con un std nacional… barrios rediseñados reintegrados no segregados……. Saludos

servallas

No se de que habla este señor, los arquitectos son los campeones del neoliberalismo, son los ejecutores detrás de malles, condominios,y todos los proyectos consesionados, además de eso, no hay «universidad» privada en que no hayan armado una «facultad». Hay arquitectos que hablan, pero hacen eso… hablan, los resultados… sus viviendas sociales.

paolo

No soy arquitecto pero encuentro que es errado politizar la arquitectura y las artes en general, lo unico que se consigue con eso es separar la cultura y escindirla, hacerla propia de un sector político con lo que la otra mitad se siente separada y no representada, por lo que su interés disminuye. No se consigue nada con eso, de hecho, la cultura se resiente y conservar el patrimonio se hace más dificil.

paolo

No es lo mismo la educación pública, gratuita y de calidad, que la arquitectura pública, gratuita y de calidad, y mucho menos que las artes públicas, gratuitas y de calidad. El extremismo neoliberal en nuestro país (que además, no tiene nada que ver con el neoliberalismo de otros países) hace ver la idea de la educación pública como algo «revolucionario», cuando en casi todos los países avanzados es una idea de común aceptación, de un consenso general. Debiese darnos una señal de cómo estamos el que se haga necesario recalcar a cada rato «que estamos a favor de una educacion pública gratuita», porque esta es una idea tan aceptada en otras partes que es dificil que alguien piense lo contrario. Por sentido común, por considerarse un derecho, pero más que nada por pragmatismo, todos los estados asumen la obligación de financiar la educación pública, asi como mantenerla bien administrada y en buenas condiciones. Algo parecido sucede con la salud. Pero sólo en nuestro país, debido al extremismo de un mercantilismo exacerbado, se podría confundir la educación pública con la arquitectura pública, al punto de tener que clarificar a cada rato nuestras posturas. No es lo mismo educación gratuita y estatal que arte gratuito y estatal, ambas cosas son diferentes y conllevan distintos efectos. Educación estatal es igual a bienestar, a inclusión social, arte estatal es igual a academicismo, a postura oficial, conlleva unos efectos muy dañinos para la libertad creativa (no confundir con la manida libertad economica ultraneoliberal, ni con la libertad de enseñanza, ni nada parecido) es nocivo para la cultura y la perjudica, la segrega, y la banaliza, la hace completamente predecible, y además, excluyente, porque no todas las personas tienen que pensar igual. El arte se hace para todas las personas, debe tener una aspiración universal, no se puede hacer sólo para un determinado tipo de personas o en contra de otras.

paolo

No es que no esté de acuerdo con tus propuestas, porque una de las cosas que puede y debe hacer el estado es construir viviendas sociales, construir plazas y espacios públicos, monumentos, cuidar la ciudad (muchas de estas cosas a través de las municipalidades, que también son parte del estado), pero lo que creo es que darle una carga y una connotación política a tu planteamiento lo hace parte de un sector y lo pone en contra de otro, genera anticuerpos, se podría decir que esta postura es «valiente, contestaria», el problema es que con esta postura debilitas tu posición, haces que menos gente se identifique con la cultura, que al final, es algo que pertenece a todo el mundo. Ese es el problema, y es que al final en una ciudad viven millones de personas, y todas con opiniones diferentes, por tanto una ciudad debe ser capaz de acoger e interpretar a todo el mundo. Saludos

Contenido enviado por

Maximiano Atria

Ver perfil completo