Metro de Santiago fue durante un largo tiempo un transporte público de alto nivel, incluso a nivel mundial. Sin embargo, la implementación del Transantiago le ha generado una cefalea interminable al diario vivir capitalino, así como también pasó a constituir el eje de los desplazamiento de las personas en la ciudad.
Es por esto que la incrementación de kilómetros de sus líneas para solventar aquella problemática, está hasta ahora al debe y es aquí donde surgen las consecuencias negativas, que son compartidas con las autopistas u otra construcción de cierto grado de complejidad: la alternación de los espacios públicos. Una forma de modificar un espacio público es construyendo (denominado por urbanistas) plazas duras.Es necesario contar con estos espacios verdes, sobre todo en sectores segregados urbanamente y en otros centrales, desvalijados por la ambición inmobiliaria y la inconsciencia humana para así contar con una mejor calidad de vida para todos en nuestra ciudad.
Genaro Cuadros, de profesión arquitecto, indicó a “El Mercurio” el pasado 10 de enero de 2015 que “Las plazas duras, desde la percepción del espacio público son más flexibles para distintos usos. Por eso no hay que demonizarlas” y claro que es así, en efecto a diferencia de las plazas verdes, se puede aprovechar para hacer deporte de mejor manera o crear un escenario para presentar espectáculos y convocar a la mayor cantidad de personas posibles. Además de ser más rentables que las plazas verdes, ya que no requieren mucha mantención, tampoco necesitan agua ni jardinería. No obstante, estas positivas y atractivas cualidades quedan en el cortoplacismo. Independiente de todos estos beneficios, no podemos negar que la arborización genera lo que estás plazas no generarán jamás: beneficios al ecosistema.
Es menester domeñar, al menos los que hemos concluido la enseñanza escolar, que los árboles a través de la fotosíntesis proporcionan el oxígeno que respiramos y disminuyen los niveles de dióxido de carbono al ambiente, lo que consecuentemente es vital para nosotros y para las otras criaturas. Por lo tanto, una plaza verde, arborizada, nunca será una mala inversión pública.
Es necesario contar con estos espacios verdes, sobre todo en sectores segregados urbanamente y en otros centrales, desvalijados por la ambición inmobiliaria y la inconsciencia humana para así contar con una mejor calidad de vida para todos en nuestra ciudad.
Una variada vegetación, entre árboles, flores y pasto es un beneficio que se ve no solo a largo plazo, como lo indiqué, sino también en el mediano y corto plazo, en nuestro día a día, ya que afecta los procesos naturales del ecosistema, por lo que a mi juicio una plaza dura en comparación con una plaza verde, sólo es positiva desde una mirada de la eficiencia económica, tal vez de la estética, lo que no quiere decir que no deba existir ninguna, pero sí creo que la primera es una necesidad, la arborización su herramienta y la segunda, a diferencia de lo señalado por el arquitecto, aunque comprenda sólo cemento y fierros y nada de agua; es un lujo, en todos sus plazos, que no aporta mucho a nuestra sociedad que aspira a un mejor porvenir.
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