Cada vez que se somete una decisión a la voluntad de una comunidad, entran a tallar dos argumentos: el primero, la profundidad técnica y complejidad del asunto sometido a resolución de una comunidad (el qué se pregunta) y segundo, el dilema entre la capacidad las mayorías de someter a su voluntad a las minorías y la legítima aspiración de dichas minorías para integrar en las decisiones sus puntos de vista (el cómo se pregunta). En los plebiscitos, tales argumentos son llevados al paroxismo: la definición de la pregunta es la clave y la decisión estriba en conclusiones entre blanco y negro. Ante estos riesgos, la opción que tiende a tomar la mayoría de las autoridades es dejar todo entregado a la democracia representativa: solución que ha encontrado la modernidad para los problemas al bien común que provoca una eventual dictadura de las decisiones mayorías.
Por razones personales conozco directamente lo sucedido en Peñalolén. En una decisión inédita en Chile, el municipio decidió plebiscitar el Plan Regulador y someterlo a la aprobación de los ciudadanos. Cualquier experto comunicacional les habría dicho que era un suicidio hacerlo en periodos en que la opinión pública está altamente voluble y temerosa para tomar decisiones colectivas. Y que una campaña negativa en estas condiciones se expande de manera mucho más veloz y artera que aquella que intente comunicar los atributos positivos de una política pública. Vivimos en la no-épica de la desconfianza Pero desde la política dichos temores parecían infundados: 7 de los 8 concejales estaban a favor de la aprobación del Plan y como representantes de la comunidad confiaban en que su ejecución era esencial para proyectar el desarrollo de Peñalolén hacia el futuro.
Los resultados ya son conocidos: 52% voto que NO y más de 70 mil personas votaron. El alcalde Orrego aceptó el veredicto del pueblo y se zanjó el dilema.
¿Qué lecciones nos deja dicho plebiscito? La primera y más razonable: someter a la voluntad popular la decisión de políticas públicas no debe ser una quimera, sino un ejercicio constante de cualquier democracia, ergo para los Peñalolinos debe ser un orgullo ser los pioneros en recuperar instancias de democracia directa en Chile. La segunda: probablemente someter asuntos con tales niveles de detalle a consideración ciudadana requieren dinámicas y tiempos de campaña e información bastante más innovadores que las elecciones tradicionales o nos encontraremos siempre en la encrucijada de enfrentar campañas del miedo exitosas frente a electores desinformados. Y tercero, los plebiscitos no resuelven uno de los problemas ingentes de la modernidad: cada decisión que se reduce al espacio individual conlleva la externalidad negativa de la segregación para toda la sociedad, y en lógicas comunitarias la existencia de ganadores puede terminar excluyendo a los perdedores aumentado su segregación.
Quizás lo más insólito ha sido la cantidad de propietarios que han aparecido del triunfo de la victoria del NO: en medios de comunicación he leído las declaraciones de un ex concejal hablando de la derrota de Orrego y propietarizando el triunfo y a otro concejal hablando de la victoria frente a los partidos. No sólo es mezquino el análisis, sino a esta altura oportunista. La gracia de la democracia directa es exactamente lo contrario: los dueños de la victoria son principalmente los ciudadanos. Y la multiciplidad de las causas para su rechazo son ellos los llamados a darlas. No necesitan exégetas. Los que aspiran a representar dichos intereses deben aprender a escucharlos, no intentar apropiarse de sus causas. Esos fueron los principales derrotados.
Después de este domingo hay un solo ganador en Peñalolén: la democracia. Todos los demás debemos aprender a interpretarlo.
* Columna publicada en El Dínamo
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Foto: Terra.cl
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donmatas
Hay bastante más «tela cortada» detrás del plebiscito de Peñalolén de la que evidencia conocer el autor.
De partida, el plebiscito fue forzado por la ciudadanía, que encabezada por el Concejal @LautaroGuanca, logró juntar las 4.000 firmas notariales exigidas por ley. Luego de ello, el Alcalde Orrego intentó anularla vía Contraloría, con el patético argumento de que el texto del voto no estaba en el encabezado de cada hoja con firmas. Obviamente, ni el Contralor Mendoza (quien es su amigo personal) le dio la razón a tan antojadiza manipulación de la ley.
Derrotado en su primer intento anti-popular, El Príncipe hizo su siguiente jugada: convocar él a un plebiscito maniqueo (el SI vs el NO), cuando lo que proponía la ciudadanía era un referéndum que contemplaba cuatro preguntas sobre aspectos específicos del PRC, que eran justamente los que implicaban una mercantilización del espacio comunal. Torpe movida, pues si no pudo convencer a su amigo el Contralor, menos pudo convencer a una ciudadanía cada vez más consiente y organizada.
¡Salud y aguante a los pueblos de Chile!