El año 2011 fue un año de turbulencias. Sin lugar a dudas no un hito apartado, sino hijo de los años anteriores y de un contexto propicio. Sin embargo, es importante la reflexión acerca de cuál es la real gravitancia que tendrán las cientos de marchas, las grandes cantidades de participantes en ellas y el nivel de atención mediática que tuvo el movimiento estudiantil.
A mi parecer, el gran logro que tuvimos los estudiantes es la intromisión de una conciencia crítica en la cultura de los chilenos. Eso es más importante incluso que muchas cosas que no se obtuvieron en el ámbito de la reforma educacional, puesto que representa un indicador de descontento y organización generalizados y transversales. Este proceso, es ya inevitable. Incluso si la prensa intentase hacer un veto de las manifestaciones sociales, la concienciación de la ciudadanía chilena es un proceso real y que ya no depende únicamente de los medios masivos de comunicación. Sin ir más lejos, incluso en uno de los mayores hitos faranduleros chilenos, el Festival de Viña, el humor dejó por grandes momentos de ser sexual, para referirse a las problemáticas que como país nos aquejan. El diagnóstico es simple: Al chileno, hoy le interesa hablar de política y de nuestras problemáticas. Quiere que éstas sean superadas.
¿Debe, entonces, el movimiento estudiantil seguir siendo tal y actuando como lo hizo en años anteriores? La respuesta es radical y compleja: No, todo lo contrario. Basta de encerrarnos en nosotros mismos, basta de creer que los estudiantes somos quienes cambiarán Chile y el mundo, basta de contentarnos solamente con marchas y ruidos. ¿Son meramente estudiantiles nuestras demandas? ¿Nos contentaríamos y tranquilizaríamos con la sola reforma educacional? ¿Es el estado de la educación y sus consecuencias un caso aislado en nuestro país? Claramente no, este es un movimiento que ha adquirido un carácter político, y debe actuar como tal. Esto significa aceptar, entre otras cosas, que si queremos jugar este juego, tenemos que entrar a la cancha donde se lleva a cabo. No podemos soñar con destronar el sistema que hoy nos rige en el margen, sino al revés, debemos infiltrarnos en el sistema político y actuar como una plaga, en unidad y con conciencia de la finalidad de lo que hacemos. Sólo así tendremos chances de ganar, algún día, el partido.
Ahora bien, un movimiento de carácter político debe tener en su identidad un profundo sentido histórico. Los cambios estructurales, sean cuales sean, no se consiguen de manera drástica o de un día para otro. (A no ser que haya quienes no descarten la posibilidad de dar vuelta la tortilla tal y como se hizo en 1973. Espero que no). Como movimiento, debemos plantearnos en nuestra realidad y nuestro contexto, lo que implica tener claridad acerca de los tiempos históricos, que son muy distintos de los tiempos políticos. No hay revolución posible en el corto plazo, pero si la anhelamos debemos ser nosotros quienes creemos el contexto propicio para ello, mediante la construcción de una subjetividad fecunda que nos lleve a constituir una fuerza política potente. En política, poder situarse en la realidad que a uno le rodea, es fundamental, pues si no, no se estará actuando funcionalmente al objetivo perseguido, error garrafal para cualquier agrupación de carácter político.
Este movimiento no sólo no es meramente estudiantil, sino que tampoco se queda en demandas economicistas (por ejemplo redistribución equitativa de la riqueza), también está pendiente de demandas políticas (distribución del poder, derecho a la toma de decisiones) y culturales (derecho a la comunicación, acceso a la cultura). Este 2012 y los años siguientes serán testigos de la prueba de fuego: ¿Cuán maduros estamos? Ojalá lo suficiente como para darnos cuenta que tenemos que dejar fuera maximalismos y abandonar la ingenuidad de que el movimiento estudiantil va a cambiar chile.
Llegamos para quedarnos.
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