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El Mall Barón y la belleza del paisaje

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Bastaría con poder decir que no lo queremos, que es nuestra ciudad y como sus habitantes, nosotros decidimos qué se hace y qué no, sobre sus calles. Pero no vivo en una burbuja aunque quisiera, y mi razón me obliga a no desgastarme con consignas estériles. Me encantaría solo decir, no lo quiero y punto, pero ya que mi opinión importa un comino, debo negociar, persuadir, presionar, inventar y proponer, a ver si de esta manera, el resultado final se parece – ojalá medianamente – a lo que yo quisiera.
 
No sé con qué clase de ciudad sueñan aquellos que diseñan, construyen, pueblan y transitan estos centros comerciales denominados "mall" y me gustaría saberlo. Me gustaría poder sentarme a la mesa con ellos y conversar sin monólogos, sin simulacros, sino a lo Maturana, regalándonos la posibilidad de transformarnos mutuamente en la conversación. Ellos quieren trabajo, yo también, pero trabajo de calidad para los porteños. Ellos quieren ganancias, yo también, pero que ganen los porteños y que los impuestos se queden en la ciudad puerto. Ellos quieren maximizar las ganancias, yo también, pero hay ganancias que no se miden en pesos y la ciudad solo pierde cuando los privados externalizan sus gastos: más tráfico, sobrecarga de la infraestructura pública, alteración del paisaje urbano, privatización del borde costero.
 
Y si llegáramos al final de esa conversación, cediendo unos, cediendo otros, amándonos como si el mundo ideal existiera, como si el 21 de diciembre del 2012 fuera la profecía que dicen que es, y entonces la conversación ocurriera entre seres humanos hermosos y conscientes, quizás diríamos "ya, hagan el mall, pero háganlo bonito". Y ellos diseñarían un edificio coherente con la identidad de Valparaíso, un centro comercial que no rompiera la armonía del paisaje, una obra que deleitara a los turistas y que detuviera a los transeúntes de la misma manera que lo hace la casa central de la Universidad Federico Santa María, por ejemplo. Una obra de arquitectura que trascendiera a su época.
 
Porque hay algo que simplemente no me cabe en la cabeza, por qué los arquitectos se conforman con diseñar edificios de tan mal gusto, una mole cuadrada, sin ventanas, sin diseño, sin estética. Cómo es posible que la elite de este país tenga tan mal gusto. Por qué diseñan ciudades que se parecen a Miami, a Los Ángeles, Puerto Príncipe o Linfén. Al menos podrían parecerse a Mykonos, Barcelona o Paris, pero ni siquiera esto resulta suficiente.
 
En Valparaíso, la élite técnica y política, durante años miró a Barcelona como modelo a seguir, e implementó políticas y cánones estéticos que terminaron resultando odiosos. Las ciudades tienen que asumir su propia historia e identidad, mirarse y fortalecer sus atributos y vocaciones, y actualizarlos para proyectarlos en un futuro digno, porque tampoco se trata de quedarse pegado en la nostalgia.
 
Si así fuera, no necesitaríamos centros comerciales para acabar con la cesantía, ni termoeléctricas para aumentar el producto interno bruto, porque tendríamos a miles de turistas en las calles, dejando sus divisas para beneficio de toda la región. Tendríamos desarrollo económico sin necesidad de desahuciar nuestras bahías o exprimir los barrios y desplazar a sus antiguos residentes. Y tendríamos a millones de chilenos felices de vivir aquí. Lindo sueño, ¿no?
 
La belleza es un derecho humano y sus beneficios para la salud están científicamente comprobados. En Valparaíso tenemos mar, tenemos cerros y tenemos una historia urbana que nos hace privilegiados a todos los que vivimos en esta ciudad, sin distinción de clase. Y es que cuando los arquitectos y urbanistas se esmeran en planificar una ciudad armónica y sustentable, la belleza se democratiza y rejuvenece a todos sus habitantes por igual.
 
Come sano, camina media hora diaria, edúcate gratis y construye una ciudad bella para vivir. Quizás entonces consigamos que la felicidad deje ser el privilegio de unos pocos.
 
* Entrada escrita por Patricia Beltrán Gacitúa, Directora Ejecutiva de “Reconstrucción Cómo Vamos”.
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11 de diciembre

Creo que debemos mantener el Valparaíso tradicional,con su arquitectura antigua,por lo menos sus
fachadas como se hace en todas partes del mundo.Seguir congestionando las pocas calles que
tenemos,sería un gran error ,ya que con los vehículos actualmente en circulación,ya estamos colapsados.Se debe pensar a 100 años al futuro,porque en solo 50 se saturó.Una buena campaña
para que sus habitantes realmente se sientan orgullosos de su ciudad,la mantengan límpia,y las
autoridades mejores sus calles y aceras para que sea un placer recorrerla y los turistas vengan a
visitarnos.

solopol

22 de octubre

Interesante columna, el fin de semana estuve en Valparaíso y me acorde del tema del Barón, me pareció que una ciudad que es patrimonio de la Humanidad no puede buscar hacer un mall a la orilla del mar, es quererse muy poco… falta que pongan baños gigantes, para toda la ciudad, con un confort en el techo para que todo el mundo sepa. Cobrar entrada por pasar a mear o cagar, realmente la idea de un mall para una ciudad que es patrimonio de la Humanidad es ordinaria, es propia de una ciudad que no cacha que es una ciudad de clase mundial. Muchos dirán que son necesarios puestos de trabajo, el mall no va a crear tantos puestos de trabajo. Es simplemente un comercio, hay mejores «malls» en las ferias artesanales, que son de por sí, centros comerciales. Un turista no va a venir al fin del mundo a comprar a un mall, Valparaíso se despotenciaría como destino, se despotenciaría urbanistica, y comercialmente. Pasaría a ser una ciudad de segunda (es de primera), además el mall es un beneficio para los dueños del mall, para los vendedores del mall, para los aseadores del mall, pero no me van a decir que todo Valparaíso va a trabajar en el mall. Un estadio, por ejemplo, es una alternativa mucho más sensata que un mall, menos ordinaria. Si hablamos de economía, poner una armaduría de automóviles en Valparaíso es mucho más potente que poner un mall, además va en sintonía con el espiritu de un puerto, que es industrial. Poner un mall para vender postales de Hello Kitty no es potente, no cambia el puerto, no le va a hacer ni cosquillas a la economía local.

solopol

22 de octubre

Al final, en Chile, para defender la cultura, el arte o el patrimonio, hay que resaltar los beneficios económicos. Las personas no pueden entender ni les interesa, algo que no reditue. La gran paradoja, y cruel por cierto, es que la falta de cultura genera pobreza economica. Puede no notarse en un comienzo, pero con los años el deterioro patrimonial se traduce en un deterioro economico. Las torres en altura de Santiago han comenzado a dañar el tejido social, la calidad de vida, muy luego dañan la plusvalía, a continuación se convierten en «elefantes blancos», edificios que no se usan a toda su capacidad, porque cuesta mantenerlos, y se van vaciando y prestandose para otro tipo de actividades, generalmente ilegales. Todo ese discurso de la «realidad» en materia cultural termina siendo de una gran pobreza, también material. Por otra parte, los agentes de cultura tienen que acabar por darse cuenta del poder económico del arte y asumir un papel protagónico. No esperar todo del estado, ni asumir una visión «asistencialista», sino ver que la cultura es una fuente de empleo. El arte tiene poder y no es «marginal», el arte es siempre «central», debido a que es transformador.

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