En la década de 1980 se usaba la metáfora de “empresas de papel” para designar unas entelequias comerciales que se usaban para estafar y defraudar al fisco. Después de la experiencia de unas horas de lluvia, me parece válido recogerla y adaptarla a “ciudades de papel”.
El desarrollo urbano hoy día en nuestro país no es más que el resultado de la neoliberalización de la ciudad, los supuestos adelantos de infraestructura son realizados con el único propósito de producir ganancias privadas y permitir el desplazamiento de quienes componemos la fuerza laboral o de quienes en otro de nuestros roles, somos consumidores más o menos endeudados. La ciudad parece que no es para nosotros un espacio de derechos políticos, sociales, culturales, económicos.
Llueve un poco y nos inundamos, y es que la ciudad ni siquiera se crea y construye como un servicio. No hay colectores de aguas lluvias; en las “mejoras viales” no se baja el nivel de las calzadas respecto a las aceras porque, especulo, debe ser más caro hacerlo que no hacerlo. Se pierden áreas de cerros y bosques y se pone cada vez más pavimento, con esto perdemos áreas de terreno que pueden absorber el agua. El crecimiento urbano del concreto puede arrasar con todo.
Las postales hermosas de nuevos barrios que colocan a modo de avisaje las inmobiliarias en revistas, en billboards, en folletos, no son más que ciudades de papel. Nada nos hablan de los tacos, de las inundaciones, de las calles anegadas, de la ciudad invivible, menos aún de los negociados en torno a la idea ciudad. Veamos no más. Los vecinos de los nuevos barrios de Huechuraba reclaman porque se construyeron tantos condominios privados en una zona sin que las inmobiliarias ni la Municipalidad “reparan” en que ellos/as no podrían salir de sus casas de manera cómoda, digamos normal; se dejó un camino estrecho como única vía. Es que claro, las inmobiliarias trafican con el imaginario de aquella casa cómoda, “con reja y antejardín”, como dijo de manera visionaria Víctor Jara. En Av. Departamental, los vecinos se inundan con mínimas lluvias producto de una negligencia inaceptable: la calzada es más alta que la acera, nadie responde, el municipio no tiene a quién pasarle la pelota. En la comuna de La Reina se ensanchó y entubó el canal San Ramón, pues ayer en la clásica esquina de los ya clásicos desbordes (Salvador Izquierdo con Príncipe de Gales) se efectuaron trabajos preventivos para evitar el desborde del desborde, después de una obra “mayor”. Los pasos bajo nivel se siguen y seguirán anegando porque no se planifica ni se exige que tengan un sistema de evacuación de las aguas lluvias. Insólito por decir lo menos. Tan insólito que parece que ningún tecnócrata supiera que en Chile central el régimen de los ríos es aluvial, es decir su caudal sube con las lluvias; tan insólito que parece que nadie considera la pendiente, el declive de la ciudad de Santiago que hace que las calles se conviertan canales, dónde tal vez en antaño estos existían.
Los ejemplos son miles, y claro son más visibles en Santiago pues es tal vez una ciudad que lleva más años a mansalva del “no modelo neoliberal de ciudad”. Pero poco a poco, en otras zonas del país se comienza a vivir este fenómeno; en muchos lugares este fenómeno comienza de la mano del mercado de la “segunda casa”, como en la V Región, y de mano de la reconstrucción en las zonas azotadas y devastadas por el terremoto y tsunami del año 2010.
El desarrollo urbano hoy día en nuestro país no es más que el resultado de la neoliberalización de la ciudad, los supuestos adelantos de infraestructura son realizados con el único propósito de producir ganancias privadas y permitir el desplazamiento de quienes componemos la fuerza laboral o de quienes en otro de nuestros roles, somos consumidores más o menos endeudados. La ciudad parece que no es para nosotros un espacio de derechos políticos, sociales, culturales, económicos.
Miramos hoy el barrio, nuestro imaginario del barrio, la posibilidad de tenerlo y vivirlo como un verdadero vestigio del pasado, y a las inmobiliarias y empresas contratistas no les gusta el pasado, nos imponen una modernidad de cemento, sin árboles, donde no se puede caminar; donde para hacer compras hay que internarse en un espacio donde no se puede ver la luz del día, donde se compra segregación educativa y para ello hay que ir lejos, etc., como el único modelo de ciudad posible. En respuesta surgen grupos de defensa barrial, porque el barrio es un patrimonio cultural intangible, una forma de habitar, hacer y construir ciudad, y sobre todo comunidad y de este modo hacemos de la ciudad un espacio de derechos y volvemos a ser ciudadanos.
Si a mi vecino le expropian para ensanchar una calle pierdo mi ciudad y mi barrio; si cortan 400 árboles y se pierde el paisaje y emigra la población de aves (loros, aguiluchos, loicas, etc.), pierdo mi ciudad; si los autos de la nueva vía empiezan a atropellar a mis vecinos, pierdo mi ciudad. La nueva ciudad es/será de papel, ciudad para la fotografía, ciudad invivible. La ciudad de papel no resiste el clima y mientras en la televisión nos habla del mal clima, yo digo mala ciudad, ciudad papel.
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Claudia Zúñiga
Muy interesante la columna y muy apropiada la metafora de «ciudades de papel».